domingo, 9 de junio de 2013

Capitulo 32





—Querida. —De pronto estaba allí, estrechándola con un brazo mientras con los nudillos de la mano libre le limpiaba tiernamente las lágrimas. —Jamás podría olvidarte, Lali. Cielo santo, niña, ¿cómo has podido pensar que iba a hacerlo?
Bajó la cabeza y rozó los labios de ella con los suyos, con la suavidad con que una leve brisa acariciaría las primeras flores de la primavera. A Lali, la intensidad de su anhelo aflojaba de tal modo sus rodillas que pensó que, si Peter no la hubiera sostenido con aquel brazo robusto, se habría desplomado.
Movió la boca sobre la de ella, le acarició los labios como si tuviera previsto quedarse a residir allí permanentemente. En algún lugar remoto de su cabeza, algo le decía a Lali que debía oponerse, pero su corazón le ganaba la batalla, le rogaba que se quedara, que terminara lo que había empezado hacía tanto tiempo, cuando los dos eran demasiado jóvenes para preocuparse por nada ni por nadie que no fueran ellos mismos y sus deseos. Antes de que la sociedad los ahogara con sus normas, antes de que las promesas antiguas dieran paso a las nuevas.
Peter le mordisqueó los labios, después paseó su lengua por ellos como para curarle las heridas que pudiera haberle causado, pero su comportamiento no le había hecho daño, salvo a su corazón, que había sufrido su ausencia demasiado tiempo y ya no podía estar sin él. Lali saboreó sus caricias, sus atenciones y, cuando su boca se abrió para recibirlo, él aprovechó la ocasión y se sirvió de su lengua para explorar, provocar, tentar. Ningún otro hombre la había besado como Peter, y entonces supo que nunca había querido disfrutar de tanta intimidad con ningún otro. Besarlo a él, estrechar su cuerpo contra el suyo, sentir la manifestación de su creciente deseo, le parecía tan natural como respirar.
No había nada vergonzoso en aquellas sensaciones, ninguna deshonra en aquella proximidad. Lali quería hacer algo más que abrirse el corpiño. Quería quitarse toda la ropa, desabrocharle los pantalones y desnudarlo a él también.
Peter la besó con mayor intensidad, disfrutando del tacto de los brazos de ella alrededor de su cuello, del calor de su cuerpo apretado contra el suyo. La muchacha esbelta que escapaba por la ventana de su dormitorio para reunirse con él se había convertido en una mujer que unos brazos masculinos ansiaban rodear. Encajaba perfectamente en ellos, y abrazarla era lo máximo que podía hacer para contenerse, para no querer averiguar lo bien que podía encajar en su interior.
Con un gruñido, apartó los labios, la cogió en brazos y recorrió la escasa distancia que había hasta la cama. Con cuidado, la depositó encima y después se tumbó a su lado. Lali lo observaba, con la mirada fija en su rostro, pero Peter no vio miedo en sus ojos. Sólo un deseo que rivalizaba con el suyo, y algo mucho más profundo.
Le besó la barbilla, la mandíbula y le recorrió el cuello con los labios; tan suave como la seda, tan delicado... Un sendero que lo conducía irremediablemente a más suavidad.
Se alzó sobre un codo, con el índice y el pulgar cogió el extremo del lazo que le mantenía cerrada la camisola. Un fragmento tan fino de satén con un cometido tan importante.
Deslizó la mirada hasta su rostro, absorbiendo la textura cremosa de su piel, el leve rubor que marcaba los puntos por los que su mandíbula áspera había pasado, y se maldijo por no haberse afeitado al llegar a casa, pero ¿cómo iba a saber que Lali iría a visitarlo? O tal vez fuera el bigote lo que la arañaba. Por ella, si se lo pedía, se lo afeitaría.
No dejaba de mirarla, con la respiración entrecortada, esperando a que reaccionara a su petición encubierta, y la respuesta llegó como él la había esperado, con tan sólo un descenso de sus pestañas que lo sacudió hasta lo más profundo de su ser.
Cuando Lali se desabrochaba el corpiño, Peter descubrió que jamás en toda su vida había deseado algo tanto como deseaba acercarse a ella y terminar la tarea, rozar con sus nudillos aquellos pechos que ella le revelaba tan despacio. Siempre se había sabido un hombre resuelto, pero hasta aquel instante no había sido consciente del extraordinario control que ejercía sobre sí mismo. Sólo alguien hecho de acero podría haberla mirado sin tomarla.
Tragó saliva, la boca de pronto seca, la respiración agitada y entrecortada, Peter tiró de la cinta y vio cómo el lazo se 1 deshacía. Esforzándose por evitar que le temblaran los dedos, abrió la prenda y contempló cómo el tejido se apartaba para revelar el cuerpo de Lali.
Con el dorso de la mano y toda la suavidad de que fue capaz, retiró un poco más la tela hasta dejar al descubierto sus senos, por completo, los pezones rosa pálido, las venas azul claro. El estómago y las ingles se le tensaron hasta dolerle.
—¡Qué hermosa eres!
—No me he desarrollado mucho —comentó ella. Con esfuerzo, Peter la miró a la cara. Tenía las mejillas de un rojo intenso. —No soy como lady Blythe o lady...
Él le selló los labios con un dedo.
—Eres perfecta.
—Soy pequeña. —Su aliento le rozó la mano.
—Eres perfecta. —Se acercó y la besó mientras la acariciaba con una mano y sus dedos se deslizaban a la perfección por aquel cuerpo.
Lali empezaba a preguntarse si el fuego había escapado de la chimenea y los había envuelto. Jamás, en toda su vida, se había sentido tan acalorada. Los besos de Peter eran tan salvajes, tan posesivos como la mano que reclamaba lo que quería. No podía imaginar a ninguno de los caballeros londinenses comportándose de ese modo, cautivándola hasta robarle la vida. Porque estaba segura de que moriría de las sensaciones que le producían los movimientos de su lengua, las caricias de sus dedos.
Esta vez, cuando le recorrió el cuello con la boca, no se detuvo en la base, salvo para introducir brevemente la punta de la lengua en el hueco de su clavícula, pero luego siguió adelante, besándole los pechos, devorando lo que con tanto descaro había pagado por ver. Ella hundió los dedos en su pelo, aún demasiado largo, tan espeso, tan oscuro y bonito, brillante a la luz de la hoguera.
Y entonces fue como si Peter liberase lo que fuera que retenía dentro. Con un profundo gruñido, acudió a su boca en busca de otro beso, éste más intenso, más posesivo que cualquiera de los anteriores. Era el preludio de una promesa que Lali no estaba segura de poder cumplir.
De pronto, ambos eran manos, bocas, lenguas, tocándose, besándose, acariciándose, apretándose. El cuerpo de Peter pesaba sobre el de ella. Un peso agradable. Por su estatura y la envergadura de sus hombros habría pensado que la aplastaría, pero lo único que sintió fue un incremento de la pasión, del deseo de tenerlo más cerca, tan cerca como fuera posible.
Apenas notó un leve cambio en su peso y al poco su mano bajo la falda, deslizándose por su muslo... la piel áspera contra la carne suave, aquellas manos que habían domado caballos, transportado ganado, marcado, capturado al lazo, hecho frente a estampidas, se esforzaban por domarla a ella, y, al hacerlo, liberaban la bravura que llevaba dentro.
Lali le empujó los hombros con las manos. Respirando con dificultad, él se detuvo y la miró fijamente. La intensidad de su mirada le producía un deseo ardiente que le recorría todo el cuerpo.
—Me he desabrochado el corpiño para ti —le dijo, sorprendida del tono grave de su propia voz. —Lo mínimo que puedes hacer es desabrocharte algo tú también.
—Si yo lo hago, tú también tendrás que hacerlo.
Ella asintió con la cabeza.
Peter se incorporó hasta quedarse sentado en el borde de la cama, mirándola, mientras se desabrochaba con tanta premura que Lali estuvo a punto de echarse a reír. En cambio, se incorporó también, acercó la mano al puño de su camisa y lo ayudó a pasar el botón por el ojal. Luego hizo lo mismo con el otro. Después, también ella se sentó y lo miró quitarse la camisa por la cabeza, dejando al descubierto su magnífico pecho.
Acercando la mano, le tocó una cicatriz que le recorría las costillas.
—¿Cómo te lo hiciste? —Cuando vio que no le respondía, lo miró a los ojos y descubrió en ellos el rastro de los malos recuerdos que es preferible olvidar. —¿Te lo hizo el que te sacó del tren de los huérfanos cuando te pegó?
El negó lentamente con la cabeza y contestó con voz áspera:
—No.
—Pues ¿cómo te lo hiciste?
—Fue mi padre —dijo apretando los dientes.
¿Su padre? El horror de esa afirmación debió de manifestarse en el rostro de ella, porque Peter prosiguió:
—Empiezo a recordar cosas, Lali, y ojalá no fuera así. Ojalá no le hubiera pegado a Whithaven...
Ella le selló los labios con un dedo.
—Lo sé. Pero eso podemos arreglarlo. Podemos, Peter. —Bajó la cabeza y le besó la cicatriz.
Él contuvo la respiración, y ella lo sintió completamente inmóvil.
—Lali...
Lo miró y lo vio tragar saliva con dificultad.
—No quiero recordar el pasado esta noche —logró decir por fin, como si extrajera las palabras del fondo de un pozo muy profundo. Luego elevó la comisura de los labios de aquella forma que ella conocía tan bien, para regalarle una sonrisa, la que Lali había adorado desde la primera vez que se la había dedicado.
—¿Me vas a desabrochar los pantalones?
Notó que el calor la recorría con una intensidad inusitada. Quería ser atrevida, valiente, desenfrenada... una muchacha texana, no una señorita inglesa... pero al final se decepcionó a sí misma y, probablemente, lo decepcionó a él negando con la cabeza.
Pero si Peter se sintió de ese modo, no dio muestras de ello mientras se llevaba las manos al botón de la cintura. Al ver cómo lo soltaba y separaba el tejido, ella se bajó el vestido y la camisola por los hombros y los dejó a sus pies en el preciso momento en que él terminaba de desabrocharse y se bajaba los pantalones para revelar al completo la magnitud de su hombría.
Lali tragó saliva, sonrió y lo miró. —Cielo santo, Peter, tú sí que te has desarrollado bien. Riéndose, él se zambulló en la cama y, abalanzándose sobre ella, la besó con locura, la tocó con pasión, con voracidad, con avaricia, saboreando, acariciando, explorando todos los rincones de su cuerpo. Le quitó las horquillas del pelo, se lo esparció sobre la almohada para poder asir los mechones con la mano y enterrar el rostro en su abundancia, inhalando profundamente mientras lo hacía, como si quisiera guardar la esencia misma de aquella mujer muy dentro de sí.
Ella le acariciaba la espalda, los hombros, los costados, percibiendo en sus dedos, de vez en cuando, la piel arrugada de las cicatrices, y maldiciendo la vida de quien le había causado aquel daño, aun a sabiendas de que, gracias a eso, ahora estaba con ella. Si su madre no se lo hubiera llevado, si no hubiera dejado que otros lo educaran, posiblemente no se habría convertido en aquel hombre al que ella amaba tanto, con tanta intensidad. Porque lo amaba; siempre lo había amado.
Por mucho que intentara justificar su rechazo de la oferta de Martiez con diversas explicaciones, sabía que, a la hora de la verdad, no había podido aceptar porque Martiez no era Peter. No era su vaquero. No era el muchacho que le había robado el alma bajo el vasto cielo estrellado de una noche texana.
Su madre siempre lo había considerado un ladrón, pero ¿cómo podía alguien robar lo que ya era suyo?
Peter se colocó entre los muslos de Lali, y ella sintió la primera presión urgente del cuerpo de él contra el suyo, duro contra blando. Estaba lista para él, sabía que lo estaba, pero se sentía incómoda y se tensó.
—Vaya, sí que estás tensa.
—Lo siento —dijo, apenas atreviéndose a respirar.
Él se rió entre dientes.
—No te disculpes, querida. Eso es bueno. Al menos para mí.
—¿Tenemos que hablar ahora?
Peter se elevó sobre los codos y le sujetó la cara entre sus manos curtidas por el trabajo.
—En esto, Lali, no hay normas, ni cosas que se deben y no se deben hacer, salvo para asegurarse de que todo va bien y es placentero. No deseo hacerte daño, querida, pero es la primera vez. Luego todo es mejor. O eso dicen.
—Vas a tener que prometerme que la segunda vez no me dolerá.
—Te lo prometo.
Cubrió con sus labios los de ella y le recorrió la boca con la lengua, provocándola, tentándola, distrayéndola...
Se tragó su grito cuando hundió su cuerpo en el de ella. Lali lo agarró con fuerza para mantenerlo inmóvil, y pudo sentir el temblor de sus músculos mientras se esforzaba por controlar la situación. Él le enjugó con un beso una lágrima que le caía por el rabillo del ojo.
—Lo siento, querida.
—No ha sido tan malo, Peter. Es que...
El levantó la cabeza y la miró con una interrogación en los ojos... Con duda, preocupación, inquietud. Emociones que él rara vez mostraba al mundo, que sólo le revelaba a ella. Su vaquero rudo, que podía derretirla con un beso, que llevaba una pistola sujeta al muslo, su vaquero duro tenía un corazón tierno.
—He deseado esto tanto tiempo, te he imaginado así... tan cerca —susurró ella.
Peter apresó su boca con la suya mientras empezaba a balancear las caderas contra las de Lali, superficial y profundo, largo y corto, lento y rápido, hasta que encontraron su ritmo. Ella notó que el placer empezaba a brotar, a intensificarse, se descubrió hundiéndole los dedos en la espalda, instándolo a que continuara. Y él la llevó más alto, más lejos...
Hasta que el placer la recorrió por completo, y gritó por él, por ella, por los dos. El gemido gutural de Peter se contundió con los gritos de ella mientras él arqueaba la espalda, en un último embate, y Lali sentía el calor de su semilla vertiéndose en su interior.
Con la respiración entrecortada, Peter se derrumbó encima de ella, ambos cuerpos cubiertos por una fina capa de sudor.
—Ha sido como una estrella fugaz —murmuró Lali. Él se rió entre dientes. —¿Tan rápido que casi se te escapa? Ella lo abrazó estrechándolo con tuerza.
—No, Peter. Tan hermoso que ha merecido la pena buscarlo.



1 comentario:

  1. HERMOSO, DIVINO....<3
    Que lindos Laliter los amo jajaja
    Muy bueno el capitulo :)
    (—Querida. —De pronto estaba allí, estrechándola con un brazo mientras con los nudillos de la mano libre le limpiaba tiernamente las lágrimas. —Jamás podría olvidarte, Lali. Cielo santo, niña, ¿cómo has podido pensar que iba a hacerlo?) Tiernisima esta parte ame el capitulo
    Besitos
    Marines

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