—¿Es un
retrato de tu madre? —preguntó Lali, refiriéndose al cuadro de marco dorado
colgado en la pared que había sobre la chimenea, ansiosa por apartar de su
mente los pensamientos que la llevarían irremediablemente por el camino de la
seducción. —Sí.
—Era muy
guapa.
—Pero tenía
una mirada triste, ¿no te parece? —La gente no suele sonreír cuando posa para
un retrato, Peter.
—No es que no
sonría; son sus ojos. Se la ve desgraciada. Me pregunto por qué no lo dejaría,
por qué no se quedaría en América, por qué volvió.
—Tal vez le
gustaba vivir aquí, y pensó que lo echaría mucho de menos. —Negó con la cabeza
incluso mientras iba pronunciando las palabras. —No puedo imaginar nada que
echara más de menos que a su hijo.
—Entonces,
¿crees que me habría preferido a mí antes que Inglaterra?
Lali percibió
algo en su tono de voz, y se sintió como si se hubiera lanzado de cabeza a una
trampa, una trampa que ella misma había ideado y colocado. ¿Preferir un lugar a
una persona? Elegir un modo de vida...
Negó con la
cabeza. Hablaban de su madre, no de ella.
—Tal vez
temiera que tu padre fuera a buscarla, que fuera a buscarte a ti. Cielo santo, Peter,
le dijo a todo el mundo que habías muerto. Encontró una forma de hacerte
desaparecer de la vida de tu padre, pero de la de ella no pudo. —Volvió a mirar
el retrato. —Tienes sus ojos, pero sin su tristeza.
—Supongo que
tengo menos razones para estar triste. Lali lo miró, él ya la estaba mirando,
con aquellos preciosos ojos de un pardo oscuro, siempre intensos.
—Recuerdo el
día en que te conocí, en Fortune. Entonces me parecieron tristes.
—Porque tu
madre apareció en la parte trasera de la tienda sin darme tiempo a
desabrocharte el corpiño.
—No, ya
contenían tristeza antes de eso. ¿Cuántos años tenías cuando te subieron al
tren de los huérfanos?
—Catorce.
Cuando murieron quienes me cuidaban... yo los llamaba padre y madre... —Meneó
la cabeza. —Ahora me siento estúpido, pero no supe ver que el que lleváramos
apellidos distintos era importante. Pensé que era especial...
—Eres especial
—dijo ella.
—Bueno, eso es
discutible. El caso es que cuando murieron los que me cuidaban, nadie sabía qué
hacer conmigo. No tenían más familia, de modo que los de protección de menores
me dieron una maleta de cartón para que guardara en ella mis cosas, y en cuanto
me quise dar cuenta, estaba en un tren. Casi todos los chavales eran más
pequeños que yo, mucho más pequeños, Lali. Lloraban asustados porque no sabían
lo que iba a ocurrirles.
—Me contaste
que habías llegado a Fortune a pie, pero nunca te pregunté desde dónde.
—Te acuerdas
de muchas de las cosas que te conté. —Creo que de todo. ¿Hasta dónde te llevó
el tren de los huérfanos? —insistió, pensando que tal vez él eludía la
pregunta. Tenía muchísimas. Quería lo que siempre había querido: saberlo todo
de su vida.
—Se me quedó
una familia de Arkansas.
—¿Se te quedó?
—Por decirlo
de algún modo. Era humillante. Nos subían a una tarima desvencijada. La gente
que pasaba por allá nos estrujaba los brazos para ver lo fuertes que estábamos,
nos abría la boca para mirarnos los dientes, como si fuéramos ganado. Y yo creo
que, para algunos, eso es lo que éramos. Supongo que la protectora de menores
tenía buenas intenciones, quería encontrarnos un buen hogar a los niños
huérfanos, pero muchos no veían en nosotros más que mano de obra barata.
—Después de
inspeccionarnos, cuando ya estaban satisfechos, bajaban a un niño o a una niña
de la tarima. A pesar de lo horrible que era viajar en el tren de los
huérfanos, casi todos bajaban de la tarima gritando y dando patadas.
Con la mirada
perdida, Peter probablemente no se dio cuenta de la fuerza con que agarraba la
copa hasta que se le pusieron blancos los nudillos.
—Pero te
escapaste y te fuiste a Texas.
—Sí, eso hice
—le respondió él con una sonrisa triste.
—Siento que te
trataran mal, Peter, que hayas tenido una vida tan dura.
Su mirada se
hizo más cálida y la tristeza desapareció de sus ojos.
—De no ser
así, jamás te habría conocido. Mereció la pena, querida, para poder pasar una
noche en tus brazos. Y no me importaría pasar otra.
Antes de que
ella pudiera replicarle, él le acarició la mejilla con la mano que tenía libre,
se inclinó hacia adelante y la besó, con pasión, con intensidad, como besa un
hombre que no hace nada a medias.
En ese momento
se abrió la puerta, y los dos dieron un brinco al ver a Eugenia y Nicolas
entrar como si nada en la habitación, cogidos del brazo, en apariencia
completamente ajenos a la tensión sexual que había empezado a propagarse sólo
unos segundos antes. Quizá Lali se había equivocado al juzgar su habilidad para
controlar a Peter, su convicción de que no precisaba carabina. Por el sudor que
se le acumulaba entre los pechos como consecuencia del acaloramiento que el
deseo le producía, muy bien podía necesitar más de una carabina.
—Perdona
nuestra tardanza, milord —se excusó Eugenia. —He decidido dormir una pequeña
siesta y Nicolas no ha querido despertarme, aunque debería haberlo hecho.
—¿Os apetece
beber algo? —preguntó Peter, con una voz casi normal y sólo una leve
insinuación de aspereza.
—Yo me tomaré
un coñac —respondió Nicolas, erigiéndose a la mesa de las licoreras, donde Peter
se unió a él. Lali se acercó a Eugenia.
—El rubor te
sienta bien —le dijo su prima, frunciendo la boca para reprimir la sonrisa.
—Es el coñac
—contestó ella. —Me acalora.
—Por el brinco
que habéis dado los dos cuando hemos entrado, yo diría que no es eso
precisamente lo que te acalora.
Lali se acercó
un poco más para susurrarle al oído:
—Bueno, yo
tampoco he creído ni por un instante lo de que has estado durmiendo la siesta.
—Cree lo que
quieras.
—No soy yo la
única que está sonrojada.
—Sí, prima,
pero la diferencia es que yo estoy casada, por lo que el rubor, en mi caso, es
perfectamente aceptable.
Lali meneó la
cabeza.
—Me cuesta
creer que en algún momento haya llegado a pensar que somos amigas además de
primas.
—Yo empiezo a
sospechar que, igual que no se les debe pedir dinero a los amigos, tampoco se
les debe pedir que hagan de carabinas. Quizá tenga que incluir tan sabio
consejo en la próxima edición de mi libro.
Las carcajadas
de los hombres resonaron por la habitación.
—¿Crees que
están hablando de lo mismo que nosotras? —preguntó Lali.
—Seguramente
no. Lo que hemos deducido no es motivo de risa. Tal vez se estén contando algún
chiste.
—Quizá deberíamos
unirnos a ellos —propuso Lali.
—Quizá.
La cena fue
muy agradable, los platos se sirvieron como si Peter hubiera vivido allí desde
el principio para supervisarlos, testimonio de lo bien que la anterior lady
Sachse llevaba al servicio. Sin embargo, cuando el mayordomo informó
discretamente a Peter mientras se disponía a salir del comedor de que quizá
deseara hablar con la cocinera de los diversos menús del día siguiente a
primera hora de la mañana, éste pareció perdido. ¿Qué sabía él de la
preparación de las comidas cuando casi toda su vida no había comido otra cosa
que una ración de ternera y una lata de alubias?
—¿Va todo
bien? —preguntó Lali cuando él le dio alcance en el pasillo.
—Por lo visto,
tengo que hablar de comida con la cocinera por la mañana —dijo tendiéndole el
brazo.
—Esa es una
tarea de la que suele encargarse la señora de la casa y, aunque yo no lo soy,
sospecho que estoy más preparada que tú para desempeñarla. ¿Quieres que me
ocupe de ello?
—¿Te
importaría?
—A ver... ¿me
importaría asegurarme de que comemos algo más que ternera con alubias...?
Mmm... —Se tocó la barbilla con el dedo, luego meneó la cabeza. —No, no me
importa en absoluto.
—Te lo
agradezco.
—Como nuestros
estómagos.
—¿Cómo sabías
que prefiero la ternera?
—Primero, porque
eres ganadero, no avicultor ni pescador; segundo, sólo cuando comes eso rebañas
el plato. —Supongo que tengo unos gustos sencillos. —Deberías ser más
aventurero. Nunca se sabe qué puede llegar a gustarnos.
—¿Y tú, Lali?
¿Eres aventurera?
—Estoy aquí,
¿no?
Derraman amor puro <3
ResponderEliminarLindo capitulo
Besitos
Marines