viernes, 14 de junio de 2013

Capitulo 38


—¿Es un retrato de tu madre? —preguntó Lali, refiriéndose al cuadro de marco dorado colgado en la pared que había sobre la chimenea, ansiosa por apartar de su mente los pensamientos que la llevarían irremediablemente por el camino de la seducción. —Sí.
—Era muy guapa.
—Pero tenía una mirada triste, ¿no te parece? —La gente no suele sonreír cuando posa para un retrato, Peter.
—No es que no sonría; son sus ojos. Se la ve desgraciada. Me pregunto por qué no lo dejaría, por qué no se quedaría en América, por qué volvió.
—Tal vez le gustaba vivir aquí, y pensó que lo echaría mucho de menos. —Negó con la cabeza incluso mientras iba pronunciando las palabras. —No puedo imaginar nada que echara más de menos que a su hijo.
—Entonces, ¿crees que me habría preferido a mí antes que Inglaterra?
Lali percibió algo en su tono de voz, y se sintió como si se hubiera lanzado de cabeza a una trampa, una trampa que ella misma había ideado y colocado. ¿Preferir un lugar a una persona? Elegir un modo de vida...
Negó con la cabeza. Hablaban de su madre, no de ella.
—Tal vez temiera que tu padre fuera a buscarla, que fuera a buscarte a ti. Cielo santo, Peter, le dijo a todo el mundo que habías muerto. Encontró una forma de hacerte desaparecer de la vida de tu padre, pero de la de ella no pudo. —Volvió a mirar el retrato. —Tienes sus ojos, pero sin su tristeza.
—Supongo que tengo menos razones para estar triste. Lali lo miró, él ya la estaba mirando, con aquellos preciosos ojos de un pardo oscuro, siempre intensos.
—Recuerdo el día en que te conocí, en Fortune. Entonces me parecieron tristes.
—Porque tu madre apareció en la parte trasera de la tienda sin darme tiempo a desabrocharte el corpiño.
—No, ya contenían tristeza antes de eso. ¿Cuántos años tenías cuando te subieron al tren de los huérfanos?
—Catorce. Cuando murieron quienes me cuidaban... yo los llamaba padre y madre... —Meneó la cabeza. —Ahora me siento estúpido, pero no supe ver que el que lleváramos apellidos distintos era importante. Pensé que era especial...
—Eres especial —dijo ella.
—Bueno, eso es discutible. El caso es que cuando murieron los que me cuidaban, nadie sabía qué hacer conmigo. No tenían más familia, de modo que los de protección de menores me dieron una maleta de cartón para que guardara en ella mis cosas, y en cuanto me quise dar cuenta, estaba en un tren. Casi todos los chavales eran más pequeños que yo, mucho más pequeños, Lali. Lloraban asustados porque no sabían lo que iba a ocurrirles.
—Me contaste que habías llegado a Fortune a pie, pero nunca te pregunté desde dónde.
—Te acuerdas de muchas de las cosas que te conté. —Creo que de todo. ¿Hasta dónde te llevó el tren de los huérfanos? —insistió, pensando que tal vez él eludía la pregunta. Tenía muchísimas. Quería lo que siempre había querido: saberlo todo de su vida.
—Se me quedó una familia de Arkansas.
—¿Se te quedó?
—Por decirlo de algún modo. Era humillante. Nos subían a una tarima desvencijada. La gente que pasaba por allá nos estrujaba los brazos para ver lo fuertes que estábamos, nos abría la boca para mirarnos los dientes, como si fuéramos ganado. Y yo creo que, para algunos, eso es lo que éramos. Supongo que la protectora de menores tenía buenas intenciones, quería encontrarnos un buen hogar a los niños huérfanos, pero muchos no veían en nosotros más que mano de obra barata.
—Después de inspeccionarnos, cuando ya estaban satisfechos, bajaban a un niño o a una niña de la tarima. A pesar de lo horrible que era viajar en el tren de los huérfanos, casi todos bajaban de la tarima gritando y dando patadas.
Con la mirada perdida, Peter probablemente no se dio cuenta de la fuerza con que agarraba la copa hasta que se le pusieron blancos los nudillos.
—Pero te escapaste y te fuiste a Texas.
—Sí, eso hice —le respondió él con una sonrisa triste.
—Siento que te trataran mal, Peter, que hayas tenido una vida tan dura.
Su mirada se hizo más cálida y la tristeza desapareció de sus ojos.
—De no ser así, jamás te habría conocido. Mereció la pena, querida, para poder pasar una noche en tus brazos. Y no me importaría pasar otra.
Antes de que ella pudiera replicarle, él le acarició la mejilla con la mano que tenía libre, se inclinó hacia adelante y la besó, con pasión, con intensidad, como besa un hombre que no hace nada a medias.
En ese momento se abrió la puerta, y los dos dieron un brinco al ver a Eugenia y Nicolas entrar como si nada en la habitación, cogidos del brazo, en apariencia completamente ajenos a la tensión sexual que había empezado a propagarse sólo unos segundos antes. Quizá Lali se había equivocado al juzgar su habilidad para controlar a Peter, su convicción de que no precisaba carabina. Por el sudor que se le acumulaba entre los pechos como consecuencia del acaloramiento que el deseo le producía, muy bien podía necesitar más de una carabina.
—Perdona nuestra tardanza, milord —se excusó Eugenia. —He decidido dormir una pequeña siesta y Nicolas no ha querido despertarme, aunque debería haberlo hecho.
—¿Os apetece beber algo? —preguntó Peter, con una voz casi normal y sólo una leve insinuación de aspereza.
—Yo me tomaré un coñac —respondió Nicolas, erigiéndose a la mesa de las licoreras, donde Peter se unió a él. Lali se acercó a Eugenia.
—El rubor te sienta bien —le dijo su prima, frunciendo la boca para reprimir la sonrisa.
—Es el coñac —contestó ella. —Me acalora.
—Por el brinco que habéis dado los dos cuando hemos entrado, yo diría que no es eso precisamente lo que te acalora.
Lali se acercó un poco más para susurrarle al oído:
—Bueno, yo tampoco he creído ni por un instante lo de que has estado durmiendo la siesta.
—Cree lo que quieras.
—No soy yo la única que está sonrojada.
—Sí, prima, pero la diferencia es que yo estoy casada, por lo que el rubor, en mi caso, es perfectamente aceptable.
Lali meneó la cabeza.
—Me cuesta creer que en algún momento haya llegado a pensar que somos amigas además de primas.
—Yo empiezo a sospechar que, igual que no se les debe pedir dinero a los amigos, tampoco se les debe pedir que hagan de carabinas. Quizá tenga que incluir tan sabio consejo en la próxima edición de mi libro.
Las carcajadas de los hombres resonaron por la habitación.
—¿Crees que están hablando de lo mismo que nosotras? —preguntó Lali.
—Seguramente no. Lo que hemos deducido no es motivo de risa. Tal vez se estén contando algún chiste.
—Quizá deberíamos unirnos a ellos —propuso Lali.
—Quizá.


La cena fue muy agradable, los platos se sirvieron como si Peter hubiera vivido allí desde el principio para supervisarlos, testimonio de lo bien que la anterior lady Sachse llevaba al servicio. Sin embargo, cuando el mayordomo informó discretamente a Peter mientras se disponía a salir del comedor de que quizá deseara hablar con la cocinera de los diversos menús del día siguiente a primera hora de la mañana, éste pareció perdido. ¿Qué sabía él de la preparación de las comidas cuando casi toda su vida no había comido otra cosa que una ración de ternera y una lata de alubias?
—¿Va todo bien? —preguntó Lali cuando él le dio alcance en el pasillo.
—Por lo visto, tengo que hablar de comida con la cocinera por la mañana —dijo tendiéndole el brazo.
—Esa es una tarea de la que suele encargarse la señora de la casa y, aunque yo no lo soy, sospecho que estoy más preparada que tú para desempeñarla. ¿Quieres que me ocupe de ello?
—¿Te importaría?
—A ver... ¿me importaría asegurarme de que comemos algo más que ternera con alubias...? Mmm... —Se tocó la barbilla con el dedo, luego meneó la cabeza. —No, no me importa en absoluto.
—Te lo agradezco.
—Como nuestros estómagos.
—¿Cómo sabías que prefiero la ternera?
—Primero, porque eres ganadero, no avicultor ni pescador; segundo, sólo cuando comes eso rebañas el plato. —Supongo que tengo unos gustos sencillos. —Deberías ser más aventurero. Nunca se sabe qué puede llegar a gustarnos.
—¿Y tú, Lali? ¿Eres aventurera?
—Estoy aquí, ¿no?


1 comentario: