lunes, 17 de junio de 2013

Capitulo 51



Botón. Botón. Botón.
—¿Sabías tú que sólo verte me roba el aliento a mí? Siempre ha sido así.
Botón. Botón.
Lali vio con satisfacción cómo su marido se levantaba despacio, se desataba el cinto del batín y se lo quitaba con un movimiento de los hombros. La seda se deslizó por su cuerpo y aterrizó en el suelo.
Botón. Botón.
Ella se soltó el camisón de los hombros y notó que se le escurría del cuerpo para amontonarse a sus pies. Peter suspiró hondo y la pasión le encendió los ojos.
—Creo que nunca me cansaré de mirarte —dijo.
—Yo sé que nunca me cansaré de mirarte.
—Eres mi esposa, Lali.
Ella asintió con la cabeza, sin saber muy bien qué decir, porque esta vez estaba tardando bastante más de lo que esperaba en llevarla a la cama. ¿Era aquél uno de sus experimentos, uno de sus exámenes para demostrar su fuerza de voluntad?
Obviamente no. Sólo saboreaba el momento. Dio un paso adelante y le cogió la cara con ambas manos.
—Ni te imaginas lo mucho que he soñado con este instante. Con que llegaría un momento en que pasaría todas las noches contigo. No quiero volver a pasar una noche sin ti en toda mi vida, ni un solo día más sin poder verte cuando quiera. De ahora en adelante, nada nos separará. A partir de ahora, estaremos siempre juntos. Te doy mi palabra.
—¿Vamos a sellar el trato con un apretón de manos? —preguntó ella.
—Querida, ya sabes cómo cierro yo mis tratos con damas.
—Pues adelante, vaquero.
Cubrió con su boca la de ella mientras la rodeaba con un brazo para atraerla hacia sí, hasta que sus cuerpos se tocaron, muslo contra muslo, pecho contra pecho, avivando la pasión. El calor los consumía; empezaba como una chispa y se convertía en toda una llama. La boca de él, caliente y húmeda, abandonó la de ella para emprender un recorrido por su cuello, dejando tras de sí un rastro que Lali pensó que le duraría días. Peter descendió hasta enterrar el rostro entre sus pechos mientras le lamía el uno y luego el otro, despacio, abanicándole la piel con su aliento.
Ella se oyó gemir, echó la cabeza hacia atrás y le clavó los dedos en los hombros. Un asidero, necesitaba un asidero o protagonizaría Un desmayo perfecto.
Como si le hubiera leído el pensamiento, él la cogió en brazos, la tendió en la cama y luego se tumbó encima, con las caderas entre sus muslos. «Cielo santo», pensó Lali. Le encantaba sentir su peso sobre su cuerpo, su fuerza, la ondulación de sus músculos y aquella dureza tan característica de él. Se preguntó si habría sido muy distinto de no haber salido de Inglaterra... y en seguida se dio cuenta de que no le importaba. Los dos habían emprendido un viaje que los había llevado hasta aquel instante, hasta su destino.
Si él nunca se hubiera trasladado a Inglaterra, ella habría sido la esposa insatisfecha de un lord inglés. En cambio, ahora poseía la confianza y los medios necesarios para saber estar a su lado con aplomo y seguridad. Todas las lecciones aprendidas en aquellos años ya no le parecían tan tediosas, ni inútiles, ni molestas. La habían preparado para su llegada mucho antes de que cualquiera de los dos supiera la vida tan increíble que los esperaba juntos.
Peter deslizó la mano por su costado, descendió por su cadera y volvió a subir, le cogió un pecho, se lo moldeó, le dio forma, lo levantó para poder alcanzar con su boca ansiosa el pezón erecto. Ella gimió con voz grave cuando el deseo la recorrió como una estampida de la cabeza a los pies, hasta las puntas de los dedos. Estirándose lánguidamente, le acarició las pantorrillas con las plantas de los pies y se deleitó con el tacto áspero del vello que le cubría las piernas.
No había nada de tibio en el modo en que aquel hombre agitaba sus pasiones con su lengua experta y sus diestras manos. Todos los años que se les había negado la celebración de su amor palidecerían al lado de los que les quedaban por delante.
Peter proclamaba con voz ronca su amor, la belleza de ella, su deseo... y ella suspiraba de placer y de satisfacción.
Peter le hablaba en susurros de su amor, de la potencia y la fuerza de su amado, de lo mucho que ansiaba todo aquello... y él gemía y se estremecía.
Se alzó sobre ella como el conquistador que alguno de sus antepasados debió de haber sido y la penetró con el impulso firme de alguien seguro de su habilidad con la espada. Le cogió la cara entre las manos y la besó intensamente mientras su cuerpo iniciaba un movimiento rítmico que desencadenó la pasión de ambos.
Ella se centró por completo en él, en las sensaciones increíbles que le producía, en la locura.... Se agitaba y gritaba.
De pronto, Peter rodó hasta situarse debajo, logrando mantenerse muy dentro de ella, los dedos clavados en su cadera.
—Móntame, querida —le pidió, con la voz ronca de deseo, el cuerpo empapado en sudor, los músculos temblorosos por el esfuerzo de contener su propia liberación hasta que Peter obtuviera la suya.
Y Londres consideraba un salvaje a aquel hombre que siempre, siempre era tan civilizado como para anteponer las necesidades de ella a las suyas. Pensó que era imposible amarlo más de lo que lo amaba, e incluso mientras pensaba eso, se dio cuenta de que no podía cuantificar lo que sentía por él; tan rico como la historia de Inglaterra y tan inmenso e indómito como Texas.
Meció sus caderas contra las de él, sintió el incremento de la presión, echó la cabeza hacia atrás al tiempo que Peter le cogía los pechos, le tocaba los pezones y le provocaba sacudidas de placer que inundaban todo su cuerpo... hasta que sintió como si recorriera el firmamento a lomos de una estrella fugaz y estalló en miles de puntos de luz resplandecientes.
El corcoveó con fuerza debajo de ella, con un gruñido gutural que era música para sus oídos, los dedos presionando con mayor o menor intensidad al estremecerse y sacudirse por última vez. Lali se dejó caer y enterró la cabeza en el hueco de su hombro, escuchando el agitado latido de su corazón, inhalando el aroma rancio de su intercambio sexual, sin poder dejar de sonreír. Disfrutaría del milagro de su presencia y de lo que compartían... para siempre. Hasta que fuera frágil y tuviera la cabeza cana.
Hasta que el paso de Peter ya no fuera tan enérgico, ni sus músculos tan firmes. Pero su amor siempre sería fuerte.
Al fin, él levantó la mano lo bastante como para empezar a acariciarle, aletargado, la espalda.
—Cada vez que sucede, me siento como si viera un oscuro cielo texano plagado de estrellas fugaces —comentó ella satisfecha.
—Querida, ése es un pedazo de Texas que estaré encantado de proporcionarte siempre que me lo pidas.
Ella rió en silencio y lo abrazó con fuerza. Se había equivocado en lo que le había dicho a su madre. Al día siguiente no volvería a su hogar.

Su hogar estaba allí, en aquel instante, justo debajo de ella.

1 comentario:

  1. hermoso <3
    muy lindo
    Besitos
    Marines
    P.D como tenia botones el camison jajaja no lo pude evitar jajaja

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