Botón. Botón.
Botón.
—¿Sabías tú
que sólo verte me roba el aliento a mí? Siempre ha sido así.
Botón. Botón.
Lali vio con
satisfacción cómo su marido se levantaba despacio, se desataba el cinto del
batín y se lo quitaba con un movimiento de los hombros. La seda se deslizó por
su cuerpo y aterrizó en el suelo.
Botón. Botón.
Ella se soltó
el camisón de los hombros y notó que se le escurría del cuerpo para amontonarse
a sus pies. Peter suspiró hondo y la pasión le encendió los ojos.
—Creo que
nunca me cansaré de mirarte —dijo.
—Yo sé que
nunca me cansaré de mirarte.
—Eres mi
esposa, Lali.
Ella asintió
con la cabeza, sin saber muy bien qué decir, porque esta vez estaba tardando
bastante más de lo que esperaba en llevarla a la cama. ¿Era aquél uno de sus
experimentos, uno de sus exámenes para demostrar su fuerza de voluntad?
Obviamente no.
Sólo saboreaba el momento. Dio un paso adelante y le cogió la cara con ambas
manos.
—Ni te
imaginas lo mucho que he soñado con este instante. Con que llegaría un momento
en que pasaría todas las noches contigo. No quiero volver a pasar una noche sin
ti en toda mi vida, ni un solo día más sin poder verte cuando quiera. De ahora
en adelante, nada nos separará. A partir de ahora, estaremos siempre juntos. Te
doy mi palabra.
—¿Vamos a
sellar el trato con un apretón de manos? —preguntó ella.
—Querida, ya
sabes cómo cierro yo mis tratos con damas.
—Pues
adelante, vaquero.
Cubrió con su
boca la de ella mientras la rodeaba con un brazo para atraerla hacia sí, hasta
que sus cuerpos se tocaron, muslo contra muslo, pecho contra pecho, avivando la
pasión. El calor los consumía; empezaba como una chispa y se convertía en toda
una llama. La boca de él, caliente y húmeda, abandonó la de ella para emprender
un recorrido por su cuello, dejando tras de sí un rastro que Lali pensó que le
duraría días. Peter descendió hasta enterrar el rostro entre sus pechos
mientras le lamía el uno y luego el otro, despacio, abanicándole la piel con su
aliento.
Ella se oyó
gemir, echó la cabeza hacia atrás y le clavó los dedos en los hombros. Un
asidero, necesitaba un asidero o protagonizaría Un desmayo perfecto.
Como si le
hubiera leído el pensamiento, él la cogió en brazos, la tendió en la cama y
luego se tumbó encima, con las caderas entre sus muslos. «Cielo santo», pensó Lali.
Le encantaba sentir su peso sobre su cuerpo, su fuerza, la ondulación de sus
músculos y aquella dureza tan característica de él. Se preguntó si habría sido
muy distinto de no haber salido de Inglaterra... y en seguida se dio cuenta de
que no le importaba. Los dos habían emprendido un viaje que los había llevado
hasta aquel instante, hasta su destino.
Si él nunca se
hubiera trasladado a Inglaterra, ella habría sido la esposa insatisfecha de un
lord inglés. En cambio, ahora poseía la confianza y los medios necesarios para
saber estar a su lado con aplomo y seguridad. Todas las lecciones aprendidas en
aquellos años ya no le parecían tan tediosas, ni inútiles, ni molestas. La
habían preparado para su llegada mucho antes de que cualquiera de los dos
supiera la vida tan increíble que los esperaba juntos.
Peter deslizó
la mano por su costado, descendió por su cadera y volvió a subir, le cogió un
pecho, se lo moldeó, le dio forma, lo levantó para poder alcanzar con su boca
ansiosa el pezón erecto. Ella gimió con voz grave cuando el deseo la recorrió
como una estampida de la cabeza a los pies, hasta las puntas de los dedos.
Estirándose lánguidamente, le acarició las pantorrillas con las plantas de los
pies y se deleitó con el tacto áspero del vello que le cubría las piernas.
No había nada
de tibio en el modo en que aquel hombre agitaba sus pasiones con su lengua
experta y sus diestras manos. Todos los años que se les había negado la
celebración de su amor palidecerían al lado de los que les quedaban por
delante.
Peter
proclamaba con voz ronca su amor, la belleza de ella, su deseo... y ella
suspiraba de placer y de satisfacción.
Peter le
hablaba en susurros de su amor, de la potencia y la fuerza de su amado, de lo
mucho que ansiaba todo aquello... y él gemía y se estremecía.
Se alzó sobre
ella como el conquistador que alguno de sus antepasados debió de haber sido y
la penetró con el impulso firme de alguien seguro de su habilidad con la
espada. Le cogió la cara entre las manos y la besó intensamente mientras su
cuerpo iniciaba un movimiento rítmico que desencadenó la pasión de ambos.
Ella se centró
por completo en él, en las sensaciones increíbles que le producía, en la
locura.... Se agitaba y gritaba.
De pronto, Peter
rodó hasta situarse debajo, logrando mantenerse muy dentro de ella, los dedos
clavados en su cadera.
—Móntame,
querida —le pidió, con la voz ronca de deseo, el cuerpo empapado en sudor, los
músculos temblorosos por el esfuerzo de contener su propia liberación hasta que
Peter obtuviera la suya.
Y Londres
consideraba un salvaje a aquel hombre que siempre, siempre era tan civilizado
como para anteponer las necesidades de ella a las suyas. Pensó que era
imposible amarlo más de lo que lo amaba, e incluso mientras pensaba eso, se dio
cuenta de que no podía cuantificar lo que sentía por él; tan rico como la
historia de Inglaterra y tan inmenso e indómito como Texas.
Meció sus
caderas contra las de él, sintió el incremento de la presión, echó la cabeza
hacia atrás al tiempo que Peter le cogía los pechos, le tocaba los pezones y le
provocaba sacudidas de placer que inundaban todo su cuerpo... hasta que sintió
como si recorriera el firmamento a lomos de una estrella fugaz y estalló en
miles de puntos de luz resplandecientes.
El corcoveó
con fuerza debajo de ella, con un gruñido gutural que era música para sus
oídos, los dedos presionando con mayor o menor intensidad al estremecerse y
sacudirse por última vez. Lali se dejó caer y enterró la cabeza en el hueco de
su hombro, escuchando el agitado latido de su corazón, inhalando el aroma
rancio de su intercambio sexual, sin poder dejar de sonreír. Disfrutaría del
milagro de su presencia y de lo que compartían... para siempre. Hasta que fuera
frágil y tuviera la cabeza cana.
Hasta que el
paso de Peter ya no fuera tan enérgico, ni sus músculos tan firmes. Pero su
amor siempre sería fuerte.
Al fin, él
levantó la mano lo bastante como para empezar a acariciarle, aletargado, la
espalda.
—Cada vez que
sucede, me siento como si viera un oscuro cielo texano plagado de estrellas
fugaces —comentó ella satisfecha.
—Querida, ése
es un pedazo de Texas que estaré encantado de proporcionarte siempre que me lo
pidas.
Ella rió en
silencio y lo abrazó con fuerza. Se había equivocado en lo que le había dicho a
su madre. Al día siguiente no volvería a su hogar.
Su
hogar estaba allí, en aquel instante, justo debajo de ella.
hermoso <3
ResponderEliminarmuy lindo
Besitos
Marines
P.D como tenia botones el camison jajaja no lo pude evitar jajaja