jueves, 27 de junio de 2013

Capitulo 2


Hola chicas perdon por no subir pero estoy a full con la U y no se cuando les vuelva a subir, pasa que mi compu no funciona y no se cuando la arregle ahora estoy de la compu de mi hermana espero poder subir mañana otra cosa, vieron Aliados yo  si les juro que me encanto esta muy buena la trama todo ya espero con ansias el Websodio 2 y el cap 2 bueno chicas COMENTEN Besos 




Señaló la chapa de bronce de la pechera de su camisa, que pronto sería de su hermano.
—En prisión, se pierde el nombre. Sin nombre, no eres nada. Nada. Sólo un número. El preso D3-10. El del corredor D, galería tres, celda diez. Y ahora, ese preso ha desaparecido.
»¿Vendrá a avisarte el celador al que has sobornado, porque seguro que le has pagado a alguien para lograr tu propósito, o huirá por temor a que lo descubran? En cualquier caso, no me preocupa: estarás en Pentonville antes de que amanezca, con esto puesto en la cabeza —añadió agitando el capuchón.
»Sé lo que estás pensando, que sabrán que eres tú y no yo. —Rió por primera vez en años, pero su risa carecía de entusiasmo o alegría, y se preguntó si le produciría a su hermano el mismo escalofrío que a él; si estaba más cerca de la locura de lo que pensaba—. Es lo bueno de mi plan. No se darán cuenta porque no saben qué aspecto tengo. No saben si esta mañana llevaba pelo largo o barba, porque el único momento en que los presos no llevan capuchón es cuando están en la celda, solos. Solos, siempre solos. Trabajamos en nuestra celda, dormimos en nuestra celda, comemos en nuestra celda.
»El nuevo sistema de reclusión individual que Inglaterra ha adoptado para la reforma de los delincuentes es un auténtico infierno, John. Pronto serás testigo de su inhumanidad. Ni siquiera cuando nos dejan pasear por el patio con el capuchón puesto se nos permite hablar. La segregación y el aislamiento están al orden del día, y así deben seguir. ¿Sabes lo que es no poder compartir una broma, una preocupación, un miedo, una sonrisa, una carcajada?
»Te regalo lo que he aprendido con mi experiencia: ponte el capuchón y calla. Ni te molestes en decirles que no deberías estar allí. No te escucharán. No les digas que ha sido un error. Te ignorarán.
»Sólo se te permite hacer uso de la voz para cantar himnos en la capilla todos los días. He visto a hombres emocionarse por poder al menos cantar.
Peter miró la odiada capucha, del mismo color que su túnica y sus pantalones. Había conseguido escapar mientras estaba en la capilla. Los bancos eran cubículos de altas paredes con un preso en cada uno. Una noche, mientras rezaba, Peter observó que, cuando bajaba la cabeza, ya no veía a los guardias y, por lógica, ellos tampoco lo veían a él. En aquellos instantes, se volvía invisible. Durante semanas, con paciencia había dedicado ese tiempo a soltar las tablillas del suelo de su cubículo. Finalmente, había logrado por fin quitar suficientes tablillas como para abrir un pequeño agujero por el que colarse. Ese mismo día, había reptado por debajo de la capilla hasta llegar al edificio principal. Allí, un estrecho orificio de ventilación lo había conducido al exterior, a su libertad.
Miró a John y volvió a agitar el capuchón.
—Tendrás que llevarlo, hermano, porque si no te azotarán hasta que te lo pongas. Entonces te lo pondrás para ocultar la vergüenza de la paliza. Estarás completamente solo mientras te preguntas cuándo iré a buscarte.
»Ten por seguro que lo haré en cuanto encuentre el modo de demostrar que yo soy Peter y tú eres John. Reza para que eso ocurra pronto.
Llamaron a la puerta. El corazón le golpeó las costillas con una intensidad casi dolorosa. Su hermano se esforzó de verdad por romper los nudos que lo amarraban a la cama; el pañuelo sofocaba sus gritos de socorro. Para silenciarlo aún más, Peter le quitó la almohada de debajo de la cabeza, se la puso en la cara y corrió las gruesas cortinas de terciopelo que colgaban del dosel.
Se acercó a la puerta y habló a través de ella.
—Estoy indispuesto. ¿Qué ocurre?
—Lamento molestarlo, señoría, pero acaba de llegar un tal Matthews y parece muy agitado. Insiste en que debe verlo inmediatamente por un asunto urgente relacionado con la prisión de Pentonville. Se obstina en...
—Dile a Matthews que me reuniré con él en la entrada de servicio, y encárgate de que no haya ningún criado rondando por esa zona de la casa.
—Todos los criados duermen ya.
Salvo el hombre que había ante su puerta. Bien.
—Entonces, dale mi recado a Matthews y acuéstate tú también.
—Sí, señoría.
Oyó alejarse los pasos del mayordomo. Volvió a la cama, corrió las cortinas, apartó la almohada de un tirón, miró a su hermano y sonrió.
—Por lo visto, John, tienes un fiel aliado en Matthews. ¿Cuánto tuviste que pagarle para que al preso D3-10 jamás se le concediera la libertad?
Mientras miraba a su hermano, por un momento, estuvo a punto de cambiar de opinión, de decirle: «Vamos a hablar y a solucionar esto. Soy el heredero legítimo, pero cuidaré de ti. Siempre pensé en ocuparme de tus necesidades sin cuestionarlas».
Pero en ese momento se vio en el espejo. John le había arrebatado ocho años de su vida. No tenía intención de ser tan cruel, de dejar que su hermano se pudriera en el infierno tanto tiempo, pero unas semanas no le vendrían mal.


Varias horas más tarde, Peter se despertó sobresaltado y desorientado. La cama era demasiado blanda, la habitación demasiado grande. Poco a poco, empezó a recordar. Se había fugado. Se había ocultado en las sombras e introducido furtivamente en la casa. Había encontrado a John dormido, confiado.
El celador había venido poco después de medianoche a comunicarle al duque que el preso D3-10 había escapado. El fuerte puñetazo con que había dejado inconsciente a John le había servido para aplacar su ira en aquel momento, pero ahora, la furia que había estado enconándose en su interior lo revolvía de nuevo, por más que se esforzara en aplastarla. Había sucumbido a ella la noche anterior, se había servido de ella para ejecutar su venganza.
Siempre había pensado que ésta sería dulce. Le sorprendió encontrarla amarga. Se sacudió la culpa. Le había dado a John su merecido. Era justo, y no se obsesionaría pensando en las medidas que había tomado, aunque la crueldad de su hermano se hubiese encargado de condenarlo, por partida doble.
Tumbado, inmóvil, escuchó su propia respiración acelerada, el vibrante latido de su corazón en las sienes. Después oyó el melodioso canto de una alondra fuera, en la ventana. ¿Sería eso lo que lo había despertado?
Relajando sus tensos músculos, inspiró profundamente, una fragancia tan pura que, de haber sido un hombre sentimental, podría haber llorado. Pero, por desgracia, lo habían despojado brutalmente de cualquier tendencia al sentimentalismo que pudiera haber llegado a albergar.
Aun así, apreciaba el aroma a limpio y la comodidad del blando colchón de plumas sobre el que reposaba su espalda. Aquella noche disfrutaría del tacto de la piel suave y cálida de una mujer bajo su cuerpo. Se permitiría todos los vicios que le habían negado injustamente los ardides de su hermano. Ése era un aspecto de aquella insostenible situación que lo atormentaba.
¿Había hecho algo para merecer el abusivo trato de John? No había cometido ningún delito, ni había hecho daño a nadie. Había ido a la escuela y había estudiado mucho. Había aprendido modales, etiqueta y protocolo. Se había preparado para ocupar el lugar de su padre cuando éste falleciera —algo que suponía que tardaría mucho en suceder—, pero hasta ese momento había atendido sus obligaciones y responsabilidades con el decoro propio del heredero.
Un primogénito ejemplar. ¿Habría sido su empeño en satisfacer a sus padres lo que había puesto a John en su contra? ¿O era sólo por haber nacido antes? No lo había decidido él. De hecho, había decidido pocas cosas en su vida. Se le habían impuesto obligaciones, y el deber le exigía su aceptación y su cumplimiento ineludibles, sin evasivas.
A pesar de todo, aquel injusto castigo lo había colocado en la desagradable tesitura de tener que demostrar quién era y de tomar medidas que le garantizaran el ducado. No dudaba de que John intentaría usurparle de nuevo el título mediante alguna clase de traición, pero la próxima vez estaría preparado. No volvería a pillarlo desprevenido.
Distendió los músculos, disfrutando la extraordinaria sensación de la seda en contacto con su piel; se puso las manos en la nuca y contempló el dosel suspendido sobre su cama mientras los primeros rayos de sol se colaban en el dormitorio. Había dejado descorridas las cortinas de la ventana y las del dosel. No quería perderse nada. Tenía previsto darse algunos caprichos en su primer día y su primera noche como duque de Killingsworth: un humeante baño con jabón de sándalo seguido de un enérgico masaje de paños calientes por todo el cuerpo; ropa limpia; un copioso desayuno mientras leía el Times; una tranquila excursión por Londres; un brioso paseo a caballo por Hyde Park; una escapada en carruaje; otra comida; otro baño; más ropa limpia; y luego una noche de disipación para celebrar su recién adquirida libertad. Una botella del mejor vino, un puro, quizá una partida de cartas, y una mujer; hermosa, de curvas voluptuosas y cabello sedoso. Por fin sabría lo que era introducirse por completo en una, perderse en su calor y su suavidad mientras su cuerpo alcanzaba el alivio.
Aquella noche lo tendría todo después de tanto tiempo de privación. La tomaría una y otra vez hasta sentirse satisfecho, exhausto, incapaz de moverse.
Haría lo mismo la noche siguiente. Y la otra. Debía recuperar la juventud perdida. Luego se ocuparía de su ducado, pero primero lo haría de su hombría.
Por un instante, cuando le había llevado a Matthews a su hermano inconsciente, había temido que se descubrieran sus planes. El guardia sólo lo había reconocido como el hombre que le había pagado. El miedo de Matthews se había puesto de manifiesto al balbucear sus sinceras disculpas por la fuga del preso, y Peter se había quedado pensando si aquel hombre se habría convertido en secuaz de John por algo más que unas monedas. Matthews se había mostrado más que dispuesto a aceptar la explicación de Peter de que el preso había ido a su casa para hacerle daño, y que debía llevarlo de nuevo a Pentonville y devolverlo a su estado anterior: el de un preso sin promesa de libertad.
Sintió que la culpa enturbiaba de nuevo la alegría de la mañana, y trató de no pensar en ello. Por egoísta que pareciera, nadie lo privaría de aquel día. Lo merecía: beber, pasar la noche con mujeres y saciar por fin los apetitos de su cuerpo. Mientras mantuviera la boca cerrada y la capucha puesta, John sobreviviría perfectamente hasta que Peter decidiera la mejor manera de demostrar la verdad de lo ocurrido.
Se abrió la puerta que llevaba del baño al dormitorio, y Peter contuvo la respiración. No había tardado en llegarle la siguiente prueba. Una vez, había formulado la teoría de que los criados no miran verdaderamente a sus amos, sino que desvían o bajan la vista. Si su teoría resultaba ser cierta, le iría bien, de lo contrario... bueno, tendría preocupaciones mayores.
El criado entró sigilosamente en la habitación. Era su ayuda de cámara, o mejor dicho el de su hermano, y de pronto se dio cuenta de que estaba en un pequeño apuro, porque no reconocía a aquel hombre. Era alto, delgado y de buen porte, y aunque parecía bastante joven, era algo calvo, y en la coronilla se le reflejaba el sol que inundaba la habitación.
Peter había esperado que Edwards, en su día su fiel criado, siguiera sirviendo a su hermano, pero pensándolo bien era lógico que lo hubiera despedido. El hombre podría haber detectado sutiles diferencias en el heredero y, aunque seguramente habría callado sus sospechas, debía de ser un riesgo que John no estaba dispuesto a asumir.
Aquel ayuda de cámara desconocido quizá advirtiera leves diferencias entre el duque de ayer y el de hoy; por ejemplo, que el de hoy no tenía ni idea de cómo se llamaba.
—Buenos días, señor —dijo el hombre mientras cruzaba la habitación.
—Buenos días —refunfuñó Robert. Su tono era indeciso, inseguro, en absoluto el que solía emplear un hombre al mando, un hombre al que se trataba con respeto aunque sólo fuera por su rango.
El criado se detuvo de pronto en el centro de la habitación, como consciente de que ocurría algo. Miró la cama (no tanto al hombre que yacía en ella), las ventanas, e inmediatamente después las paredes, el techo y el suelo. Peter se preguntó si, como él, tendría la sensación de que el dormitorio se le echaba encima. Se mordió la lengua y guardó silencio.
—No estoy acostumbrado a ver las cortinas ya corridas —aclaró el criado—. Debe de estar deseando empezar el día.
—Ciertamente. —No le costaba admitirlo. Era la primera vez en años que, al despertar, había ansiado empezar el día cuanto antes.
—He pedido que le preparen el baño. —El hombre se dirigió al armario, abrió las puertas, y empezó a reunir prendas.
Peter contempló la posibilidad de quedarse en la cama un poco más, incluso de que le sirvieran allí el desayuno, pero la cantidad de comida que tenía previsto ingerir la cogería mejor desde un aparador. Salió de la cama. De pie, con un camisón de dormir que había sacado de un cajón y descalzo, se sintió de pronto vulnerable.
El criado aún no lo había mirado bien, y cuando lo hiciera... ya sería el duque. Cerró los ojos y recordó la voz autoritaria de su padre. Con él, nunca había la menor duda de quién estaba al mando, ni siquiera antes de heredar el ducado de su propio padre. Era un hombre seguro de sí mismo. Peter tan sólo debía seguir el ejemplo y las enseñanzas de su progenitor. Sintió que la calma lo invadía. Podía hacerlo. Lo haría. Abrió los ojos.
—Me gustaría dar un paseo a caballo por el parque esta mañana —dijo—. Encárgate de que me preparen el caballo.
El hombre se volvió ligeramente, con el cejo tan fruncido que parecía que la calva se le fuese hacia la frente, y Peter pudo ver en seguida que no se atrevía a hablar.
—¿Qué ocurre? —espetó impaciente, como solía mostrarse su padre cuando un sirviente tardaba en responder.
—Con el debido respeto, señoría, no estoy seguro de que le quede tiempo para dar un paseo a caballo esta mañana.
—¿Y cómo es eso? ¿Acaso tengo algún compromiso ineludible?
—Sólo su boda, señoría.

1 comentario:

  1. Wowww capitulon la boda...espera es con Lali verdad...Adios querido John jajaja Me encanto :)
    ALIADOS que te dire me encanto estuvo genial y el webisodio igual genial...<3
    Besitos
    Marines

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