Hola chicas perdon por no subir pero estoy a full con la U y no se cuando les vuelva a subir, pasa que mi compu no funciona y no se cuando la arregle ahora estoy de la compu de mi hermana espero poder subir mañana otra cosa, vieron Aliados yo si les juro que me encanto esta muy buena la trama todo ya espero con ansias el Websodio 2 y el cap 2 bueno chicas COMENTEN Besos
Señaló la chapa de bronce de la pechera de su
camisa, que pronto sería de su hermano.
—En prisión, se pierde el nombre. Sin nombre,
no eres nada. Nada. Sólo un número. El preso D3-10. El del corredor D, galería
tres, celda diez. Y ahora, ese preso ha desaparecido.
»¿Vendrá a avisarte el celador al que has
sobornado, porque seguro que le has pagado a alguien para lograr tu propósito,
o huirá por temor a que lo descubran? En cualquier caso, no me preocupa:
estarás en Pentonville antes de que amanezca, con esto puesto en la cabeza
—añadió agitando el capuchón.
»Sé lo que estás pensando, que sabrán que eres
tú y no yo. —Rió por primera vez en años, pero su risa carecía de entusiasmo o
alegría, y se preguntó si le produciría a su hermano el mismo escalofrío que a
él; si estaba más cerca de la locura de lo que pensaba—. Es lo bueno de mi
plan. No se darán cuenta porque no saben qué aspecto tengo. No saben si esta
mañana llevaba pelo largo o barba, porque el único momento en que los presos no
llevan capuchón es cuando están en la celda, solos. Solos, siempre solos.
Trabajamos en nuestra celda, dormimos en nuestra celda, comemos en nuestra
celda.
»El nuevo sistema de reclusión individual que Inglaterra
ha adoptado para la reforma de los delincuentes es un auténtico infierno, John.
Pronto serás testigo de su inhumanidad. Ni siquiera cuando nos dejan pasear por
el patio con el capuchón puesto se nos permite hablar. La segregación y el
aislamiento están al orden del día, y así deben seguir. ¿Sabes lo que es no
poder compartir una broma, una preocupación, un miedo, una sonrisa, una
carcajada?
»Te regalo lo que he aprendido con mi
experiencia: ponte el capuchón y calla. Ni te molestes en decirles que no
deberías estar allí. No te escucharán. No les digas que ha sido un error. Te
ignorarán.
»Sólo se te permite hacer uso de la voz para
cantar himnos en la capilla todos los días. He visto a hombres emocionarse por
poder al menos cantar.
Peter miró la odiada capucha, del mismo color
que su túnica y sus pantalones. Había conseguido escapar mientras estaba en la
capilla. Los bancos eran cubículos de altas paredes con un preso en cada uno.
Una noche, mientras rezaba, Peter observó que, cuando bajaba la cabeza, ya no
veía a los guardias y, por lógica, ellos tampoco lo veían a él. En aquellos
instantes, se volvía invisible. Durante semanas, con paciencia había dedicado
ese tiempo a soltar las tablillas del suelo de su cubículo. Finalmente, había
logrado por fin quitar suficientes tablillas como para abrir un pequeño agujero
por el que colarse. Ese mismo día, había reptado por debajo de la capilla hasta
llegar al edificio principal. Allí, un estrecho orificio de ventilación lo
había conducido al exterior, a su libertad.
Miró a John y volvió a agitar el capuchón.
—Tendrás que llevarlo, hermano, porque si no
te azotarán hasta que te lo pongas. Entonces te lo pondrás para ocultar la
vergüenza de la paliza. Estarás completamente solo mientras te preguntas cuándo
iré a buscarte.
»Ten por seguro que lo haré en cuanto
encuentre el modo de demostrar que yo soy Peter y tú eres John. Reza para que
eso ocurra pronto.
Llamaron a la puerta. El corazón le golpeó las
costillas con una intensidad casi dolorosa. Su hermano se esforzó de verdad por
romper los nudos que lo amarraban a la cama; el pañuelo sofocaba sus gritos de
socorro. Para silenciarlo aún más, Peter le quitó la almohada de debajo de la
cabeza, se la puso en la cara y corrió las gruesas cortinas de terciopelo que colgaban
del dosel.
Se acercó a la puerta y habló a través de
ella.
—Estoy indispuesto. ¿Qué ocurre?
—Lamento molestarlo, señoría, pero acaba de
llegar un tal Matthews y parece muy agitado. Insiste en que debe verlo
inmediatamente por un asunto urgente relacionado con la prisión de Pentonville.
Se obstina en...
—Dile a Matthews que me reuniré con él en la
entrada de servicio, y encárgate de que no haya ningún criado rondando por esa
zona de la casa.
—Todos los criados duermen ya.
Salvo el hombre que había ante su puerta.
Bien.
—Entonces, dale mi recado a Matthews y
acuéstate tú también.
—Sí, señoría.
Oyó alejarse los pasos del mayordomo. Volvió a
la cama, corrió las cortinas, apartó la almohada de un tirón, miró a su hermano
y sonrió.
—Por lo visto, John, tienes un fiel aliado en
Matthews. ¿Cuánto tuviste que pagarle para que al preso D3-10 jamás se le
concediera la libertad?
Mientras miraba a su hermano, por un momento,
estuvo a punto de cambiar de opinión, de decirle: «Vamos a hablar y a
solucionar esto. Soy el heredero legítimo, pero cuidaré de ti. Siempre pensé en
ocuparme de tus necesidades sin cuestionarlas».
Pero en ese momento se vio en el espejo. John
le había arrebatado ocho años de su vida. No tenía intención de ser tan cruel,
de dejar que su hermano se pudriera en el infierno tanto tiempo, pero unas
semanas no le vendrían mal.
Varias horas más tarde, Peter se despertó
sobresaltado y desorientado. La cama era demasiado blanda, la habitación
demasiado grande. Poco a poco, empezó a recordar. Se había fugado. Se había
ocultado en las sombras e introducido furtivamente en la casa. Había encontrado
a John dormido, confiado.
El celador había venido poco después de
medianoche a comunicarle al duque que el preso D3-10 había escapado. El fuerte
puñetazo con que había dejado inconsciente a John le había servido para aplacar
su ira en aquel momento, pero ahora, la furia que había estado enconándose en
su interior lo revolvía de nuevo, por más que se esforzara en aplastarla. Había
sucumbido a ella la noche anterior, se había servido de ella para ejecutar su
venganza.
Siempre había pensado que ésta sería dulce. Le
sorprendió encontrarla amarga. Se sacudió la culpa. Le había dado a John su
merecido. Era justo, y no se obsesionaría pensando en las medidas que había
tomado, aunque la crueldad de su hermano se hubiese encargado de condenarlo,
por partida doble.
Tumbado, inmóvil, escuchó su propia
respiración acelerada, el vibrante latido de su corazón en las sienes. Después
oyó el melodioso canto de una alondra fuera, en la ventana. ¿Sería eso lo que
lo había despertado?
Relajando sus tensos músculos, inspiró
profundamente, una fragancia tan pura que, de haber sido un hombre sentimental,
podría haber llorado. Pero, por desgracia, lo habían despojado brutalmente de
cualquier tendencia al sentimentalismo que pudiera haber llegado a albergar.
Aun así, apreciaba el aroma a limpio y la
comodidad del blando colchón de plumas sobre el que reposaba su espalda.
Aquella noche disfrutaría del tacto de la piel suave y cálida de una mujer bajo
su cuerpo. Se permitiría todos los vicios que le habían negado injustamente los
ardides de su hermano. Ése era un aspecto de aquella insostenible situación que
lo atormentaba.
¿Había hecho algo para merecer el abusivo
trato de John? No había cometido ningún delito, ni había hecho daño a nadie.
Había ido a la escuela y había estudiado mucho. Había aprendido modales,
etiqueta y protocolo. Se había preparado para ocupar el lugar de su padre
cuando éste falleciera —algo que suponía que tardaría mucho en suceder—, pero
hasta ese momento había atendido sus obligaciones y responsabilidades con el
decoro propio del heredero.
Un primogénito ejemplar. ¿Habría sido su
empeño en satisfacer a sus padres lo que había puesto a John en su contra? ¿O
era sólo por haber nacido antes? No lo había decidido él. De hecho, había
decidido pocas cosas en su vida. Se le habían impuesto obligaciones, y el deber
le exigía su aceptación y su cumplimiento ineludibles, sin evasivas.
A pesar de todo, aquel injusto castigo lo había
colocado en la desagradable tesitura de tener que demostrar quién era y de
tomar medidas que le garantizaran el ducado. No dudaba de que John intentaría
usurparle de nuevo el título mediante alguna clase de traición, pero la próxima
vez estaría preparado. No volvería a pillarlo desprevenido.
Distendió los músculos, disfrutando la
extraordinaria sensación de la seda en contacto con su piel; se puso las manos
en la nuca y contempló el dosel suspendido sobre su cama mientras los primeros
rayos de sol se colaban en el dormitorio. Había dejado descorridas las cortinas
de la ventana y las del dosel. No quería perderse nada. Tenía previsto darse
algunos caprichos en su primer día y su primera noche como duque de
Killingsworth: un humeante baño con jabón de sándalo seguido de un enérgico
masaje de paños calientes por todo el cuerpo; ropa limpia; un copioso desayuno
mientras leía el Times; una tranquila excursión por
Londres; un brioso paseo a caballo por Hyde Park; una escapada en carruaje;
otra comida; otro baño; más ropa limpia; y luego una noche de disipación para
celebrar su recién adquirida libertad. Una botella del mejor vino, un puro,
quizá una partida de cartas, y una mujer; hermosa, de curvas voluptuosas y
cabello sedoso. Por fin sabría lo que era introducirse por completo en una,
perderse en su calor y su suavidad mientras su cuerpo alcanzaba el alivio.
Aquella noche lo tendría todo después de tanto
tiempo de privación. La tomaría una y otra vez hasta sentirse satisfecho,
exhausto, incapaz de moverse.
Haría lo mismo la noche siguiente. Y la otra.
Debía recuperar la juventud perdida. Luego se ocuparía de su ducado, pero
primero lo haría de su hombría.
Por un instante, cuando le había llevado a
Matthews a su hermano inconsciente, había temido que se descubrieran sus
planes. El guardia sólo lo había reconocido como el hombre que le había pagado.
El miedo de Matthews se había puesto de manifiesto al balbucear sus sinceras
disculpas por la fuga del preso, y Peter se había quedado pensando si aquel
hombre se habría convertido en secuaz de John por algo más que unas monedas.
Matthews se había mostrado más que dispuesto a aceptar la explicación de Peter de
que el preso había ido a su casa para hacerle daño, y que debía llevarlo de
nuevo a Pentonville y devolverlo a su estado anterior: el de un preso sin
promesa de libertad.
Sintió que la culpa enturbiaba de nuevo la
alegría de la mañana, y trató de no pensar en ello. Por egoísta que pareciera,
nadie lo privaría de aquel día. Lo merecía: beber, pasar la noche con mujeres y
saciar por fin los apetitos de su cuerpo. Mientras mantuviera la boca cerrada y
la capucha puesta, John sobreviviría perfectamente hasta que Peter decidiera la
mejor manera de demostrar la verdad de lo ocurrido.
Se abrió la puerta que llevaba del baño al
dormitorio, y Peter contuvo la respiración. No había tardado en llegarle la
siguiente prueba. Una vez, había formulado la teoría de que los criados no
miran verdaderamente a sus amos, sino que desvían o bajan la vista. Si su
teoría resultaba ser cierta, le iría bien, de lo contrario... bueno, tendría
preocupaciones mayores.
El criado entró sigilosamente en la
habitación. Era su ayuda de cámara, o mejor dicho el de su hermano, y de pronto
se dio cuenta de que estaba en un pequeño apuro, porque no reconocía a aquel
hombre. Era alto, delgado y de buen porte, y aunque parecía bastante joven, era
algo calvo, y en la coronilla se le reflejaba el sol que inundaba la
habitación.
Peter había esperado que Edwards, en su día su
fiel criado, siguiera sirviendo a su hermano, pero pensándolo bien era lógico
que lo hubiera despedido. El hombre podría haber detectado sutiles diferencias
en el heredero y, aunque seguramente habría callado sus sospechas, debía de ser
un riesgo que John no estaba dispuesto a asumir.
Aquel ayuda de cámara desconocido quizá
advirtiera leves diferencias entre el duque de ayer y el de hoy; por ejemplo,
que el de hoy no tenía ni idea de cómo se llamaba.
—Buenos días, señor —dijo el hombre mientras
cruzaba la habitación.
—Buenos días —refunfuñó Robert. Su tono era
indeciso, inseguro, en absoluto el que solía emplear un hombre al mando, un
hombre al que se trataba con respeto aunque sólo fuera por su rango.
El criado se detuvo de pronto en el centro de
la habitación, como consciente de que ocurría algo. Miró la cama (no tanto al
hombre que yacía en ella), las ventanas, e inmediatamente después las paredes,
el techo y el suelo. Peter se preguntó si, como él, tendría la sensación de que
el dormitorio se le echaba encima. Se mordió la lengua y guardó silencio.
—No estoy acostumbrado a ver las cortinas ya
corridas —aclaró el criado—. Debe de estar deseando empezar el día.
—Ciertamente. —No le costaba admitirlo. Era la
primera vez en años que, al despertar, había ansiado empezar el día cuanto
antes.
—He pedido que le preparen el baño. —El hombre
se dirigió al armario, abrió las puertas, y empezó a reunir prendas.
Peter contempló la posibilidad de quedarse en
la cama un poco más, incluso de que le sirvieran allí el desayuno, pero la
cantidad de comida que tenía previsto ingerir la cogería mejor desde un
aparador. Salió de la cama. De pie, con un camisón de dormir que había sacado
de un cajón y descalzo, se sintió de pronto vulnerable.
El criado aún no lo había mirado bien, y
cuando lo hiciera... ya sería el duque. Cerró los ojos y recordó la voz
autoritaria de su padre. Con él, nunca había la menor duda de quién estaba al
mando, ni siquiera antes de heredar el ducado de su propio padre. Era un hombre
seguro de sí mismo. Peter tan sólo debía seguir el ejemplo y las enseñanzas de
su progenitor. Sintió que la calma lo invadía. Podía hacerlo. Lo haría. Abrió
los ojos.
—Me gustaría dar un paseo a caballo por el
parque esta mañana —dijo—. Encárgate de que me preparen el caballo.
El hombre se volvió ligeramente, con el cejo
tan fruncido que parecía que la calva se le fuese hacia la frente, y Peter pudo
ver en seguida que no se atrevía a hablar.
—¿Qué ocurre? —espetó impaciente, como solía
mostrarse su padre cuando un sirviente tardaba en responder.
—Con el debido respeto, señoría, no estoy
seguro de que le quede tiempo para dar un paseo a caballo esta mañana.
—¿Y cómo es eso? ¿Acaso tengo algún compromiso
ineludible?
—Sólo su boda, señoría.
Wowww capitulon la boda...espera es con Lali verdad...Adios querido John jajaja Me encanto :)
ResponderEliminarALIADOS que te dire me encanto estuvo genial y el webisodio igual genial...<3
Besitos
Marines