Lali contempló
los magníficos jardines desde la ventana. Pensó que a su madre le encantaría
verlos. Sin duda eran fruto de muchos años de cuidados. Se preguntó si la madre
o el padre de Peter habrían influido en su diseño. Probablemente su madre,
decidió. Demasiado hermosos para haber nacido del deseo de un hombre con la
reputación de crueldad que tenía el padre de Peter. En cambio, todas aquellas
esculturas de parejas haciendo cabriolas... ésas seguro que habían sido idea de
su padre.
—Nicolas y yo
estamos al fondo del pasillo —informó Eugenia. —Pasaremos por tu habitación
dentro de una hora, para acompañarte...
—No es
necesario. Tengo previsto bajar pronto.
—¿Cómo de
pronto? Reajustaré mi horario.
Lali dejó de
mirar por la ventana para encarar a su prima.
—Eugenia, tu
labor de carabina es por el bien de mi madre y de la sociedad, no por el mío.
Se acercó a la
cama y estudió el vestido que su doncella le había preparado. Perfecto para la
velada.
—No esperarás
que mire para otro lado mientras te conduces de forma indecorosa, ¿verdad?
—preguntó Eugenia.
—Claro que no
—respondió Lali con indiferencia —Espero que esperes que me comporte con
decoro. Por eso no hará falta que me vigiles de cerca. Relájate y disfruta de
tu estancia aquí con Nicolas, y si estamos todos juntos, estupendo, pero... si
no es así, no quiero que te preocupes.
—No tienes
intención de comportarte con decoro, ¿no es así?
—Tampoco he
previsto comportarme de forma indecorosa, pero si se presenta la ocasión, no
estoy segura de que vaya a resistirme.
Su prima
suspiró.
—Tía Elizabeth
me matará si llegas a verte en una situación comprometida.
—Te mataré yo
si no es así —replicó Lali con una sonrisa.
—Cielo santo,
¿en qué me he metido? —Eugenia alzó los brazos. —Me rindo. Voy a hacerlo lo
mejor que pueda, pero no seré una carabina tan diligente como tenía previsto. Nicolas
sin duda lo verá de otra forma. Procuraré entretenerlo cuando anochezca.
—Buen plan.
Mientras
estudiaba su reflejo en el espejo, Peter se preguntaba cuándo lo había
abandonado el sentido común.
—Se lo puedo
recortar un poco más, señor —dijo su asistente.
—No —repuso él
al tiempo que movía el labio superior por ver si así su bigote resultaba más
presentable. —Me parece que ya está bastante recortado.
—Podríamos
levantar un poco más las puntas.
—No, están muy
bien así. —Quizá habría sido preferible que se lo afeitara del todo, pero sabía
que, sí lo hacía, no parecería lo bastante mayor para dar órdenes, menos aún
para dirigir una finca de la magnitud de aquélla. Resistió la tentación de
estirárselo con el pulgar y el índice. No se veía más inglés. Se veía... cerró
los ojos. No quería seguir mirándose. La próxima vez que pensara en complacer a
Lali, se limitaría a regalarle flores, en vez de empeñarse en cambiar su
imagen.
—¿Va a
terminar de prepararse para la cena? —le preguntó su asistente.
—En efecto.
—Se lo ve
cautivador, milord.
Ese término le
hizo pensar en rejas y grilletes.
—Gracias
—contestó.
Lali llegó a la biblioteca
antes que nadie, gracias a las indicaciones de los diversos lacayos y
sirvientes a los que había preguntado. Como se había criado en la casa de los
Ravenleigh, la grandiosidad y el servicio abundante ya no la impresionaban
tanto como cuando había llegado a Inglaterra, pero podía imaginar que a Peter
le habría parecido, como mínimo, abrumador. La biblioteca era una estancia
inmensa, con paredes forradas de estanterías y, en un rincón, una escalera de
caracol que conducía a otro piso, asimismo forrado de estanterías, con una pequeña
salita delante de una ventana, desde la que, suponía, la vista de los jardines
y el campo circundante sería tan asombrosa como la que se disfrutaba desde la
habitación de invitados en la que la habían instalado.
Curioso que
ahora considerara imponentes aquellas interminables colinas verdes que siempre
había ignorado.
Delante de la
gran chimenea había un escritorio muy grande en el que imaginó a Peter
trabajando, examinando los libros de cuentas, mientras ella, acurrucada en una
silla próxima, leía a Dickens, a Austin o a Alcott. La habitación rezumaba
tranquilidad, como si no hubiera retenido un ápice de la aspereza y la crueldad
por las que era famoso su antiguo dueño. Quizá no hubiera ocupado aquella
estancia muy a menudo. Tal vez fuera la favorita de la madre de Peter. No podía
haberla frecuentado la anterior lady Sachse, dado que hacía poco que había
aprendido a leer.
Oyó cómo la
puerta se abría despacio y, al abandonar sus meditaciones y volverse, vio
entrar a Peter, el señor de la casa, con paso firme, vestido con chaqué y
pantalón negro, todo lo demás, chaleco de seda, camisa y pañuelo, de un blanco
inmaculado que resaltaba su tez morena. Se preguntó si, con los años, el
bronceado de su piel se desvanecería por pasar cada vez más tiempo en interiores,
o si siempre sería un hombre de exteriores, incluso allí.
Cuando Peter
se fue acercando, Lali notó que había algo distinto en él...
—¡Oh! —Se
llevó la mano a la boca para evitar que se le escapara una carcajada ofensiva.
Se había
recortado el bigote y lo llevaba levantado por los extremos, y, a juzgar por la
fuerza con que apretaba los labios, no se sentía precisamente satisfecho con el
resultado de su esfuerzo por agradarla. Había sido un funesto error. ¿Cómo se
le había ocurrido sugerírselo siquiera? No lo hacía parecer más inglés o menos
americano, sino sencillamente, menos Peter.
Lali se mordió
el labio inferior para no hacer ningún comentario que pudiera incomodarlo,
aunque, por el rubor repentino de su rostro, podía decirse que ya se sentía
algo abochornado.
—¿Dónde están
los otros? —inquirió él.
—Supongo que
aún se están arreglando.
Pasó por
delante de ella en dirección a una mesa donde había alineadas varias licoreras.
—¿Coñac? —le
preguntó.
—Un poquito
—contestó.
Se acercó a
donde estaba él, y observó la tuerza con que sujetaba la licorera mientras
servía las copas. Cuando dejó el recipiente de cristal en la mesita, Lali le
tocó el brazo y él se volvió.
—No está tan
mal —comentó.
—Es espantoso.
Me hace parecer ridículo. Ahora entiendo cómo se sintió Sansón cuando le
afeitaron la cabeza: débil y...
—Tú no eres
débil, Peter. Tu fuerza no depende del vello de tu rostro. —Alargó la mano para
tocarle el labio superior y notó cómo su cálido aliento le acariciaba los
nudillos mientras recorría despacio lo que le quedaba de bigote hasta llegar a
los extremos rizados y, con mucho cuidado, se los desenroscaba para que
volvieran a enmarcarle las comisuras de los labios. Vio cómo la nuez le subía y
bajaba al tragar. Al levantar la vista, observó que sus ojos se habían
oscurecido hasta adquirir el tono de un cielo sin estrellas. —No tardará mucho
en volver a estar como estaba, ¿no? —le preguntó, sorprendida por el tono ronco
de su voz.
—No. —La de él
era grave, áspera. —En este instante, nos vendría bien no tener carabina.
Ella
retrocedió un paso, el aroma de él tan embriagador como la bebida que acababa
de servir.
—Por
desgracia, aparecerá en cualquier momento.
Peter asintió
con la cabeza, cogió la copa, se bebió el contenido de un trago largo y se
dispuso a servirse otro.
—¿Qué te
parece la casa? —preguntó volviendo a llenar la copa y sirviendo otra para
ella. Cogió las dos y le ofreció a Lali la suya.
—«Casa» no es
palabra suficiente para este lugar. Mansión, residencia...
—Pero no
«hogar» —señaló él mientras se acercaba a la ventana, consciente del peligro de
tenerla demasiado cerca mucho más tiempo, de que sus huéspedes entraran en la
habitación y encontraran a Lali en una situación comprometida.
—No, hogar no.
Pero podría serlo, creo.
—Hace frío, el
aire siempre es fresco.
—Eso es
corriente en las mansiones antiguas. Como si absorbieran el invierno y lo
fueran soltando poco a poco durante el verano. Yo solía llevar un chal o una
manta por encima de los hombros en casa de Ravenleigh y se encendía el fuego en
casi todas las habitaciones, incluso en verano. —Dio un sorbo a su coñac. —Tienes
un jardín precioso.
—No puedo
atribuirme el mérito. Casi nada de lo que hay aquí es mérito mío.
—Lo que era no
es mérito tuyo, pero sí lo que llegará a ser con tus hábiles manos.
Él la miraba
tan fijamente que llegó a preguntarse el sentido que podían haber tenido sus
palabras... Entonces se dio cuenta: sus hábiles manos. Sí, tenía unas manos muy
hábiles, y lo sabía bien, y sin duda estaba recordando lo que ella no podría
olvidar jamás.
Lindos <3
ResponderEliminarJajaja Euge y Nico pensaron lo mismo jajaja que buenas carabinas son. :)
Muy lindo el capitulo
Besitos
Marines