—Milord, debo
pedirle que se vaya.
Peter ni
siquiera miró al médico al que habían llamado. Sentado en una silla que había
acercado a la cama, no apartaba la vista de Peter, mientras le sujetaba una
mano entre las suyas. ¿Por qué no había despertado?
Corrió a la
escalera en cuanto oyó el eco de su grito, y la había visto rodar, pero no
había podido evitar que cayera. Lo único que había podido hacer había sido
cogerla en brazos con mucho cuidado y llevarla a su dormitorio.
—No pienso
apartarme de su lado —replicó.
—Peter...
—empezó a decir la madre de Peter.
El se volvió y
le lanzó una mirada furiosa.
—No pienso
apartarme de su lado —repitió. Lo dijo con tanta vehemencia que no cupo la
menor duda de que hablaba completamente en serio. La madre de Peter y el médico
se miraron; el hombre suspiró.
—Muy bien.
Peter volvió a
mirar a Peter al tiempo que le trazaba círculos con el pulgar en el dorso de la
mano. Ella no reaccionaba en absoluto; ni un suspiro, ni un murmullo, ni un
susurro. Nada. Yacía allí, fría al tacto e increíblemente pálida.
Oyó a lady Elizabeth
acercarse a la ventana. El médico carraspeó.
—Insisto, milord,
podría examinarla mucho mejor si me hiciera el favor de retirarse. Todos
queremos lo mejor para ella, ¿no es así?
Si así fuera, Peter
ya estaría en Texas. ¿Por qué no se había limitado a comprarle el pasaje y
dejarla marchar? ¿Por qué había insistido en que se quedara con él si eso no
era lo que ella quería? ¿Por qué había sido tan egoísta? No era distinto de su
padre: le preocupaban sus propias necesidades y el resto le daba exactamente
igual. Todas aquellas preguntas y dudas incesantes no servían más que para
atormentarlo y frustrarlo más.
Asintió al
ruego del médico, se puso de pie, se dirigió a la ventana y apoyó el hombro en
la pared. Con las cortinas corridas, la madre de Peter contemplaba la noche. No
lo miró, sino que siguió con la vista en el jardín.
—Se pondrá
bien —dijo Peter, sintiendo la necesidad de consolarla tanto como necesitaba
que lo consolaran a él. Pero sin Peter, no encontraba consuelo. Ella era la
única que podía verle el alma, que podía pasar por alto la oscuridad en favor
de la luz.
—Eso no puedes
saberlo —respondió lady Elizabeth.
No, no lo
sabía, pero no perdía la esperanza. Cielo santo, al menos podía desearlo. Si
pudiera encontrar una estrella fugaz...
Sabía dónde
podía encontrarlas, conocía el lugar donde una mujer podía pedir deseos toda la
noche.
—Voy a
llevarme a Peter a Texas. —La mujer lo miró entonces, pero antes de que pudiera
abrir la boca, Peter añadió: —Tanto sí despierta como si no, me la llevo a
Texas.
Su voz sonaba
firme y autoritaria después de tantos años de dar órdenes, tantos años de que
se le obedeciera sin cuestionarlo, tantos años de ser aquel al que todos se
volvían en busca de respuestas, al que aún seguían volviéndose. Los ojos de
lady Elizabeth se inundaron de lágrimas.
—Hice lo que
pensé que era mejor para ella.
Peter asintió
con la cabeza, compasivo, comprensivo.
—Lo sé, pero
ahora soy yo el que debe hacerlo.
Se volvió al
ver que el médico se acercaba.
—Sin duda ha
recibido un fuerte golpe en la cabeza.
¿Y para hacer
ese diagnóstico lo había hecho apartarse de la cama?
—¿Qué
significa eso exactamente? —preguntó Peter.
—Significa que
debemos esperar...
—¿Esperar a
qué? —insistió, impaciente.
—A ver si se
despierta. Podría suceder en cualquier momento. O quizá no suceder jamás. Es
imposible saberlo. Y, en caso de que despierte, bueno, con toda sinceridad, no
puedo saber el tipo de lesiones que ha sufrido hasta que eso suceda.
—Debe de haber
algo que se pueda hacer —intervino lady Elizabeth.
—Lamentablemente,
me temo que no. La buena noticia es que no hay ninguna rotura o daño aparente.
Sugiero que alguien la vigile y me avise en cuanto se produzca algún cambio.
La mujer se
limpió las lágrimas de las mejillas.
—Haremos lo
que haga falta.
—Yo empezaría
por pedirle a la doncella que la desnude y le ponga un camisón, para que esté
más cómoda —sugirió el médico.
—Me encargaré
de que así sea —respondió la madre.
—Pasaré por la
mañana, para ver cómo está.
Ella asintió
con la cabeza.
—Gracias,
doctor. —Se dirigió a Peter: —No es necesario que te quedes. Pediré que te
avisen cuando despierte.
El negó con la
cabeza.
—No me está
escuchando. He dicho que no voy a moverme de su lado.
Y no lo hizo.
Por el bien del decoro, se puso de espaldas a la cama, mirando fijamente por la
ventana, en busca de aquella estrella escurridiza, mientras la doncella de Peter
la desnudaba y le ponía el camisón. Cuando hubo terminado y Peter por fin se
dio la vuelta, Peter estaba tapada con la ropa de cama y tenía las manos en el
regazo. Lo recorrió un escalofrío.
No podía
perderla. Lady Elizabeth no había salido de la habitación, la velaba a los pies
del lecho, con los brazos cruzados, como protegiendo a su hija de la llegada
del ángel de la muerte. Peter se resignó a compartir la habitación con ella. Se
sentó en la silla que había junto a la cama, cogiendo una mano de Peter entre
las suyas.
—No sé si
puedes oírme, querida —le dijo en voz baja—, pero te mentí. Aquella primera
noche, cuando estábamos tumbados junto al río y te dije que en mis cartas te
hablaba de ganado... no era cierto, y me acuerdo hasta de la última palabra que
escribí.
Hay mas divino Peter...hermoso
ResponderEliminarDale Lali despertate Peter te ama <3
Besitos
Marines