Cuando Lali llegó a casa,
todo era caos y locura. Tras despedirse de Peter con la promesa del primer
baile y después de que los criados le subieran sus baúles, fue en busca de su
madre y la encontró en el salón, supervisando los arreglos florales.
Rosas amarillas. Muchísimas
rosas amarillas.
Lali le dio a
la mujer un fuerte abrazo.
—¿Cómo se te
ha ocurrido elegir rosas amarillas?
—Peter se
encargó de pedirlas antes de que os fuerais a la finca.
Ella la miró.
—¿Todas éstas?
Su madre
asintió con la cabeza.
—Pensó que
podrías necesitar un poco de Texas a tu regreso. ¿Cómo ha sido tu estancia
allí?
—Confusa. —Lali
se acercó a una mesa, cogió de un jarrón una rosa de tallo largo y aspiró su
delicado aroma. —Cuando Ravenleigh te pidió que dejaras Texas, ¿nunca dudaste
de que estuvieras tomando la decisión correcta?
—Claro que
tuve dudas.
La joven la
miró de frente.
—Cuando se te
presenta una encrucijada de caminos, ¿cómo sabes cuál de ellos conduce a la
felicidad?
—No lo sabes.
Te limitas a tomar la decisión que crees más acertada y a esperar que todo
salga bien. A veces te equivocas y entonces debes vivir con ello.
Lali asintió
con la cabeza y volvió a oler la rosa.
—Mientras
estábamos fuera, he tenido ocasión de conocer mejor a Peter. Y también de
conocerme mejor a mí misma.
—¿Y a qué
conclusiones has llegado?
—Aún no lo sé.
Al abrigo de la sombra
nocturna de un árbol gigante, donde no llegaba el resplandor de la luz de gas, Peter
deseó tener entre los labios una botella de whisky en lugar de un puro sin
encender. Maldijo a Lali por predecir con tanta exactitud que se enfrentaría a
un momento como aquél, un momento para el que precisaría hacer acopio de todo
su valor.
Peter había llegado en un
carruaje, uno de los cientos que recorrían el camino empedrado y se detenían
delante de la casa de Ravenleigh antes de empezar a deambular en busca de un
lugar donde estacionarse. La procesión era incesante.
Observó a los
invitados, ataviados con sus mejores galas, descender de los coches y
carruajes. Oyó sus risas relajadas. Vio que ninguno dudaba en subir los
magníficos escalones y pasar las puertas hacia lo que, para él, sin duda sería
un infierno.
El aire le
trajo los primeros acordes de la música que empezaba a sonar, y supo que no
podía posponer lo inevitable mucho más.
Se apartó el
cigarro de la boca, lo sostuvo a la luz y se lo quedó mirando. Estaba todo
mordisqueado, ya no podía volver a guardarlo en el bolsillo de la chaqueta.
Lamentando la pérdida de un puro caro, lo tiró entre los arbustos que tenía a
su espalda.
Pensó en la
primera vez que se había enfrentado a una estampida, en cómo había temblado al
no saber qué hacer. Al final, se había dejado guiar por su instinto, y supuso
que debía hacer lo mismo en aquel baile.
Respiró todo
lo hondo que pudo, que, teniendo en cuenta lo justa que le quedaba la ropa, no
era mucho. Lali estaba al otro lado de aquellas puertas. Haría aquello tanto
por ella como por sí mismo.
La última vez
que había asistido a un baile, se había comportado como un vaquero. Esa vez,
tenía intenciones de conducirse como el noble que era.
Lali empezaba a pensar que
él no iba a ir, y lo cierto era que no se lo reprochaba. Sabía lo que era
asistir a un baile en el que uno se convertía en blanco de todos los
chismorreos, y por mucho que Peter hubiera hecho algo aquella tarde para
arreglar las cosas con Whithaven, nadie le aseguraba que los demás supieran de
sus disculpas.
Ella estaba de
pie junto a su madre y su padrastro, al pie de los magníficos escalones que
conducían al resplandeciente salón de baile. Este estaba atestado. Hacía un
rato que no llegaba nadie, ni nadie bajaba la escalera de acceso al salón.
—Bueno,
supongo que ya podemos empezar a alternar con los invitados —dijo su madre.
—Sé que Peter
va a venir —objetó Lali. —Estoy segura de que cuando llegue nos encontrará. De
pronto, se hizo el silencio, cesó la música y todos empezaron a volverse. Lali
miró hacia la escalera y allí estaba él, de pie en lo alto, orgulloso, seguro,
regio. Su mirada no vacilaba. Dejó pasar el tiempo suficiente para que todos
fueran conscientes de su presencia y entonces empezó a descender los peldaños.
Cuando llegó
al final, saludó al padrastro de Lali con una inclinación de cabeza y después
le cogió la mano a su madre y depositó un beso en el dorso enguantado.
—Agradezco que
me reciba en su casa.
—Estoy segura
de que no lo lamentaré.
—Si así fuera,
yo mismo le facilitaré la fusta —dijo con una sonrisa de medio lado.
Se acercó a Lali
y le besó también la mano.
—Peter, si
llego a saber que tenías previsto quedarte ahí solo...
—Aún no he
terminado, querida —la interrumpió él con un guiño. —Resérvame un baile.
Nadie se había
movido aún, pero Lali ya había oído el primer indicio de murmullo cuando Peter
se alejó de ella. La gente se apartaba en silencio mientras él avanzaba entre
la multitud, directo al más alto y desgarbado de los lores allí presentes. En
cierto modo, Lali esperaba que Whithaven diera media vuelta y saliera
corriendo. Pero no lo hizo. Para su sorpresa, no se movió, aunque se lo veía
algo nervioso, y, en aquel instante, le pareció que lo respetaba un poco más.
Aquellos hombres vivían una vida mucho menos dura que los que ella había
conocido en Texas, y a menudo era fácil olvidar que tenían nervios de acero.
Incluso le pareció detectar cierta admiración por el conde en el gesto de Peter
cuando se detuvo delante de él. El pobre hombre tenía aún la nariz algo
hinchada, y el moratón que le rodeaba los ojos se había vuelto de un amarillo
horrible.
Hay flores amarillas lindo <3
ResponderEliminarMuy lindo el caapitulo :)
Besitos
Marines