Se dirigió a
la banqueta y se sentó delante del tocador. Su doncella, Molly, empezó a
deshacerle de inmediato los enredos, y se sorprendió lamentando un poco que no
fuera Peter quien la peinara.
—Confío en que
no lloverá durante toda nuestra estancia. Peter quería salir a montar un rato
mañana —dijo Eugenia.
—Estoy segura
de que tendremos días de sol. Háblame de tus experiencias en el cenador.
Por el espejo,
Lali vio a su prima bajar la cabeza y empezar a dar sorbos al té, como si
pensara que aquello bastaba para eludir la conversación.
—Supongo que
sería con Nicolas.
Eugenia
asintió con la cabeza.
—Fue en la
finca de su familia, poco después de conocernos. Allí me besó.
Lali le dio
una palmadita en la mano a Molly cuando ésta la apoyó en su hombro.
—Gracias. Ya
termino yo de prepararme.
La doncella
asintió con la cabeza y salió de la habitación. Cuando la puerta se hubo
cerrado por completo a sus espaldas, Lali se sentó del otro lado de la banqueta
para mirar a su prima.
—Entonces,
compadécete un poco de mí, Eugenia. Juro que eres peor que mi madre. Peter no
se va a aprovechar a menos que yo le dé permiso para hacerlo, y ¿crees
sinceramente que, si decidiera que quiero que se aproveche, tú ibas a poder
hacer algo por evitarlo?
—¿Y para qué
estoy aquí?
—Por las
apariencias. La idea de la carabina siempre me ha parecido una estupidez.
Quiero pasar este tiempo con Peter, volver a conocerlo, tener algunos recuerdos
que llevarme cuando regrese a Texas. —Muy seria, se inclinó hacia adelante y
cruzó los brazos sobre las piernas. —Recuerdo que, una vez, cuando te alojabas
en nuestra casa, antes de casarte, Nicolas irrumpió en tu dormitorio y se sentó
en la cama para consolarte, porque estabas enferma, y eso no pareció asombrarte
ni sorprenderte, como si tenerlo tan cerca de tu cama no fuera inusual. —Vio
cómo Eugenia bajaba la mirada, y sus mejillas se encendían. —Sabes lo que es
ser soltera y... curiosa, preguntarse cómo será tener un poco más de intimidad
con un hombre. Si me proteges tanto por temor a que tome el camino que tú un
día tomaste, protégeme sólo si crees sinceramente que tu vida habría sido mejor
de no haberlo tomado.
Eugenia alzó
la mirada.
—Lo malo de
los ingleses es que usan muchas palabras para decir algo que puede resumirse en
pocas. Basta con que digas; «Mantente al margen».
Lali se puso
de pie.
—Mantente al
margen. Estás aquí para satisfacer a mi madre y a la sociedad, no a mí, y menos
aún a Peter.
—¿Lo quieres, Lali?
—No lo sé. A
veces veo una sombra del muchacho que fue... pero no es suficiente para
cautivarme. Trato de seguir tu consejo y ver al hombre en el que se ha
convertido. Si me proteges tanto, ¿cómo voy a saber si estoy a salvo con él?
Su prima
suspiró.
—Muy bien. Nicolas
y yo encontraremos el modo de entretenernos mientras estamos aquí.
—No hace falta
que desaparezcáis, ni que nos evitéis por completo. Será suficiente con que no
mandéis al mayordomo a buscarnos cuando nos quedemos solos.
Ya era más de
medianoche cuando por fin se atrevió a salir de su habitación, convencida de
que Eugenia, si no dormía ya, al menos no estaría registrando los pasillos. La
tormenta se había hecho más intensa, y los truenos resonaban con un estrépito
que a veces la sobresaltaba. Con sigilo, recorrió el pasillo, bajó la escalera
y se detuvo en seco al ver a Smythe apagando las velas de los candelabros del
vestíbulo. Aquélla era una casa de trasnochadores.
Lali se ajustó
el cinturón de la bata, le dedicó una sonrisa de circunstancias y pasó de prisa
por delante de él en dirección a la escalera que conducía a la otra ala del
edificio.
—El señor está
en la biblioteca —dijo el mayordomo con un tono de voz que nada tenía que
envidiar al sonoro tañido del Big Ben.
Lali giró
sobre sus talones y tomó la dirección opuesta.
Se había
propuesto jugar al jueguecito de Peter hasta que él no pudiera resistirse a
tocarla. Sería ella la que se quedaría inmóvil como una estatua, la que lo
tentaría, la que se acercaría hasta que él pudiera percibir su aroma...
Llevaba un
rato dando vueltas en la cama, insatisfecha, y si él estaba despierto y en la
biblioteca, quizá le hubiera ocurrido lo mismo. Aunque no sabía cómo podía
estar sentado el tiempo suficiente para leer.
Por suerte, a
aquellas horas de la noche, no había ningún lacayo levantado. Abrió la puerta y
entró en la estancia, que era un abismo negro. La recorrió un escalofrío. Peter
no estaba allí. Iba a dar media vuelta para marcharse cuando un rayo iluminó de
pronto la habitación, destacando el perfil de todo lo que allí había, incluido
el hombre que se encontraba de pie, en el segundo piso, delante del ventanal de
vidrio plomado. Habría reconocido su silueta, su pose, en cualquier parte.
Contemplaba la
noche, y no creía que hubiera detectado su presencia. Cru2Ó la habitación sin
hacer ruido y subió sigilosamente por la escalera de caracol hasta el rellano
que marcaba el comienzo del segundo nivel de estanterías. La recibió el olor a
papel viejo y a cuero antiguo, una fragancia que siempre había encontrado
reconfortante.
Otro rayo
estalló en el cielo y le proporcionó una visión más clara de Peter,
contemplando la tormenta. No llevaba ni chaqueta ni chaleco, sólo camisa y
pantalones. Se acercó a él y le cogió el brazo.
—¿Te
encuentras bien?
—Recordaba
otras tormentas.
Por la
ventana, Lali vio cómo un rayo partía la oscuridad.
—La vista es
magnífica.
—Se pelearon
aquí, en la biblioteca —dijo él en voz baja.
—¿Quiénes?
—Mi madre y mi
padre. Yo había subido a leer a escondidas; me gustaba estar entre libros. Él
le estaba gritando. Necesitaba otro hijo. La obligó a... —Se interrumpió, y Lali
pudo oír cómo le rechinaban los dientes. —Ella era su esposa, y no pudo
negarse.
—¿Cuántos años
tenías?
Ahora que
estaba más cerca de él y podía distinguir su silueta en la penumbra, lo vio
menear la cabeza.
—No muchos.
Había aprendido a leer hacía poco. A partir de aquel día, creo que no he leído
ningún libro salvo que no me quedara más remedio.
Lali recordó
que le había dicho que prefería que se lo enseñaran... Se preguntó si, antes de
aquella noche, había podido imaginar a qué se debía su aversión por la lectura.
—¿Por qué
volvió? —preguntó Peter.
—Para protegerte.
Ésa es la única explicación. Te quería. Estoy absolutamente convencida.
—¿Y si soy
como él, Lali?
—No lo eres.
—Te obligué
a... —lo oyó tragar saliva— ...a desabrocharte el corpiño.
—Me provocaste
para que me lo desabrochara. ¿De verdad crees que habría seguido adelante con
el trato si no hubiera querido? Cielo santo, Peter, me subí en un coche y le
dije al cochero adonde tenía que llevarme. No te habrías sorprendido más de
verme sí hubiera entrado en tu habitación completamente desnuda.
—¿Por qué viniste
aquella noche?
—Porque vi lo
que te pasó después de pegarle a Whithaven, el remordimiento y la humillación
que sentiste, la angustia de pensar que pudieras ser como tu padre. —Le
acarició el pelo y se obligó a sonreír un poco. —Y porque quería ofrecerte
consuelo, y un ramo de rosas amarillas no me pareció oportuno.
—Dijiste que
querías comportarte con decoro mientras estuvieras aquí.
—Y tú te has
mantenido a raya. ¿Cómo demonios puedes pensar que te pareces lo más mínimo a
la clase de hombre que fue tu padre?
—Su sangre
corre por mis venas, Lali.
Ella se colgó
de su cuello y apretó su cuerpo contra el suyo.
—Quizá su
sangre, pero no su alma. Eres un hombre hecho y derecho, Juan Pedro Lanzani. Tu
madre se aseguró de que lo fueras, y le estoy inmensamente agradecida.
Que hermoso abrazo <3
ResponderEliminarMuy lindo el capitulo :)
Besitos
Marines