viernes, 14 de junio de 2013

Capitulo 40



Se dirigió a la banqueta y se sentó delante del tocador. Su doncella, Molly, empezó a deshacerle de inmediato los enredos, y se sorprendió lamentando un poco que no fuera Peter quien la peinara.
—Confío en que no lloverá durante toda nuestra estancia. Peter quería salir a montar un rato mañana —dijo Eugenia.
—Estoy segura de que tendremos días de sol. Háblame de tus experiencias en el cenador.
Por el espejo, Lali vio a su prima bajar la cabeza y empezar a dar sorbos al té, como si pensara que aquello bastaba para eludir la conversación.
—Supongo que sería con Nicolas.
Eugenia asintió con la cabeza.
—Fue en la finca de su familia, poco después de conocernos. Allí me besó.
Lali le dio una palmadita en la mano a Molly cuando ésta la apoyó en su hombro.
—Gracias. Ya termino yo de prepararme.
La doncella asintió con la cabeza y salió de la habitación. Cuando la puerta se hubo cerrado por completo a sus espaldas, Lali se sentó del otro lado de la banqueta para mirar a su prima.
—Entonces, compadécete un poco de mí, Eugenia. Juro que eres peor que mi madre. Peter no se va a aprovechar a menos que yo le dé permiso para hacerlo, y ¿crees sinceramente que, si decidiera que quiero que se aproveche, tú ibas a poder hacer algo por evitarlo?
—¿Y para qué estoy aquí?
—Por las apariencias. La idea de la carabina siempre me ha parecido una estupidez. Quiero pasar este tiempo con Peter, volver a conocerlo, tener algunos recuerdos que llevarme cuando regrese a Texas. —Muy seria, se inclinó hacia adelante y cruzó los brazos sobre las piernas. —Recuerdo que, una vez, cuando te alojabas en nuestra casa, antes de casarte, Nicolas irrumpió en tu dormitorio y se sentó en la cama para consolarte, porque estabas enferma, y eso no pareció asombrarte ni sorprenderte, como si tenerlo tan cerca de tu cama no fuera inusual. —Vio cómo Eugenia bajaba la mirada, y sus mejillas se encendían. —Sabes lo que es ser soltera y... curiosa, preguntarse cómo será tener un poco más de intimidad con un hombre. Si me proteges tanto por temor a que tome el camino que tú un día tomaste, protégeme sólo si crees sinceramente que tu vida habría sido mejor de no haberlo tomado.
Eugenia alzó la mirada.
—Lo malo de los ingleses es que usan muchas palabras para decir algo que puede resumirse en pocas. Basta con que digas; «Mantente al margen».
Lali se puso de pie.
—Mantente al margen. Estás aquí para satisfacer a mi madre y a la sociedad, no a mí, y menos aún a Peter.
—¿Lo quieres, Lali?
—No lo sé. A veces veo una sombra del muchacho que fue... pero no es suficiente para cautivarme. Trato de seguir tu consejo y ver al hombre en el que se ha convertido. Si me proteges tanto, ¿cómo voy a saber si estoy a salvo con él?
Su prima suspiró.
—Muy bien. Nicolas y yo encontraremos el modo de entretenernos mientras estamos aquí.
—No hace falta que desaparezcáis, ni que nos evitéis por completo. Será suficiente con que no mandéis al mayordomo a buscarnos cuando nos quedemos solos.
Ya era más de medianoche cuando por fin se atrevió a salir de su habitación, convencida de que Eugenia, si no dormía ya, al menos no estaría registrando los pasillos. La tormenta se había hecho más intensa, y los truenos resonaban con un estrépito que a veces la sobresaltaba. Con sigilo, recorrió el pasillo, bajó la escalera y se detuvo en seco al ver a Smythe apagando las velas de los candelabros del vestíbulo. Aquélla era una casa de trasnochadores.
Lali se ajustó el cinturón de la bata, le dedicó una sonrisa de circunstancias y pasó de prisa por delante de él en dirección a la escalera que conducía a la otra ala del edificio.
—El señor está en la biblioteca —dijo el mayordomo con un tono de voz que nada tenía que envidiar al sonoro tañido del Big Ben.
Lali giró sobre sus talones y tomó la dirección opuesta.
Se había propuesto jugar al jueguecito de Peter hasta que él no pudiera resistirse a tocarla. Sería ella la que se quedaría inmóvil como una estatua, la que lo tentaría, la que se acercaría hasta que él pudiera percibir su aroma...
Llevaba un rato dando vueltas en la cama, insatisfecha, y si él estaba despierto y en la biblioteca, quizá le hubiera ocurrido lo mismo. Aunque no sabía cómo podía estar sentado el tiempo suficiente para leer.
Por suerte, a aquellas horas de la noche, no había ningún lacayo levantado. Abrió la puerta y entró en la estancia, que era un abismo negro. La recorrió un escalofrío. Peter no estaba allí. Iba a dar media vuelta para marcharse cuando un rayo iluminó de pronto la habitación, destacando el perfil de todo lo que allí había, incluido el hombre que se encontraba de pie, en el segundo piso, delante del ventanal de vidrio plomado. Habría reconocido su silueta, su pose, en cualquier parte.
Contemplaba la noche, y no creía que hubiera detectado su presencia. Cru2Ó la habitación sin hacer ruido y subió sigilosamente por la escalera de caracol hasta el rellano que marcaba el comienzo del segundo nivel de estanterías. La recibió el olor a papel viejo y a cuero antiguo, una fragancia que siempre había encontrado reconfortante.
Otro rayo estalló en el cielo y le proporcionó una visión más clara de Peter, contemplando la tormenta. No llevaba ni chaqueta ni chaleco, sólo camisa y pantalones. Se acercó a él y le cogió el brazo.
—¿Te encuentras bien?
—Recordaba otras tormentas.
Por la ventana, Lali vio cómo un rayo partía la oscuridad.
—La vista es magnífica.
—Se pelearon aquí, en la biblioteca —dijo él en voz baja.
—¿Quiénes?
—Mi madre y mi padre. Yo había subido a leer a escondidas; me gustaba estar entre libros. Él le estaba gritando. Necesitaba otro hijo. La obligó a... —Se interrumpió, y Lali pudo oír cómo le rechinaban los dientes. —Ella era su esposa, y no pudo negarse.
—¿Cuántos años tenías?
Ahora que estaba más cerca de él y podía distinguir su silueta en la penumbra, lo vio menear la cabeza.
—No muchos. Había aprendido a leer hacía poco. A partir de aquel día, creo que no he leído ningún libro salvo que no me quedara más remedio.
Lali recordó que le había dicho que prefería que se lo enseñaran... Se preguntó si, antes de aquella noche, había podido imaginar a qué se debía su aversión por la lectura.
—¿Por qué volvió? —preguntó Peter.
—Para protegerte. Ésa es la única explicación. Te quería. Estoy absolutamente convencida.
—¿Y si soy como él, Lali?
—No lo eres.
—Te obligué a... —lo oyó tragar saliva— ...a desabrocharte el corpiño.
—Me provocaste para que me lo desabrochara. ¿De verdad crees que habría seguido adelante con el trato si no hubiera querido? Cielo santo, Peter, me subí en un coche y le dije al cochero adonde tenía que llevarme. No te habrías sorprendido más de verme sí hubiera entrado en tu habitación completamente desnuda.
—¿Por qué viniste aquella noche?
—Porque vi lo que te pasó después de pegarle a Whithaven, el remordimiento y la humillación que sentiste, la angustia de pensar que pudieras ser como tu padre. —Le acarició el pelo y se obligó a sonreír un poco. —Y porque quería ofrecerte consuelo, y un ramo de rosas amarillas no me pareció oportuno.
—Dijiste que querías comportarte con decoro mientras estuvieras aquí.
—Y tú te has mantenido a raya. ¿Cómo demonios puedes pensar que te pareces lo más mínimo a la clase de hombre que fue tu padre?
—Su sangre corre por mis venas, Lali.
Ella se colgó de su cuello y apretó su cuerpo contra el suyo.

—Quizá su sangre, pero no su alma. Eres un hombre hecho y derecho, Juan Pedro Lanzani. Tu madre se aseguró de que lo fueras, y le estoy inmensamente agradecida.

1 comentario:

  1. Que hermoso abrazo <3
    Muy lindo el capitulo :)
    Besitos
    Marines

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