—He indagado. Lo han
invitado.
—Entonces se presentará.
—Eso espero.
—Quizá no sea consciente de
la importancia de este asunto.
—Es el primer baile de la temporada,
Claro que es consciente. Lleva aquí el tiempo suficiente como para empezar a
valorar algunas de nuestras costumbres.
—Espero que no lo acapares
esta noche, como has hecho hasta ahora.
De pie junto a las cuatro
jóvenes que estaban con ella la tarde de la llegada de Peter, Lali no pudo
evitar sonrojarse cuando lady Blythe le dirigió su última afirmación con
evidente desdén. La mirada furiosa, los labios fruncidos, las cejas arqueadas.
El baile aún no había empezado, y las damas presentes se entretenían con sus
habituales chismorreos. Como era el primer baile de la Temporada, organizado
nada menos que por la duquesa de Harrington, muchas de las asistentes tenían
que ponerse al día, y se acercaban a su círculo para saber qué chismes se
habían perdido.
—En el tiempo que he pasado
con él, se ha preocupado más por aprender vuestros rituales que por mí —explicó
Lali, molesta por verse obligada a justificarse.
En la última semana,
acompañados de Eugenia y Nicolas, Peter y ella habían asistido a un concierto
en el Albert Hall, visitado la Galería Nacional de Retratos y el Palacio de
Cristal, y paseado por el zoológico. En todas partes, Eugenia se apresuraba a
presentar al nuevo conde a cualquier persona de importancia, que era la ventaja
de recorrer Londres en compañía de unos duques: había pocas personas a las que
no pudieran presentarles.
Peter se mostraba siempre
encantador, y deslumbraba a las damas con su provocativa sonrisa. Su acento no
incomodaba a nadie, a diferencia de lo que le había pasado a ella. Era cierto
lo que lady Blythe había dicho aquella primera tarde: cuando uno es rico y
noble, sus defectos se pasan por alto fácilmente. De hecho, Peter se las
ingeniaba tan bien, que Lali empezaba a preguntarse si ella le servía para
algo, aparte de ser un elemento decorativo de su brazo y fuente ocasional de
conversación. Ninguna de las dos cosas le molestaba, pero Peter precisaba mucha
menos instrucción de la que la joven había supuesto.
De vez en cuando, se le
escapaban algunos detalles sin importancia, como dar propina a los barrenderos
para que limpiaran las calles por delante de ellos (y así pudieran cruzar sin
pisar los excrementos de los caballos) o sentarse en las tiendas para que le
mostraran los artículos (había comprado abanicos para todas las damas de la
casa Ravenleigh). Cosas pequeñas. Cosas que habría podido aprender fácilmente
con sólo fijarse. Era muy generoso...
—¿Sabéis? Me mandó flores
—dijo lady Blythe. —Después de que montáramos juntos a caballo por el parque la
semana pasada. Rosas de color rosa.
«Demasiado generoso», quizá,
pensó Lali, de pronto incomprensiblemente irritada por las atenciones que Peter...
—Las que me envió a mí eran
blancas —señaló lady Cassandra.
—Las mías rojas —comentó
lady Priscilla con una risita tonta.
Todos los ojos se volvieron
hacia lady Anne, que se ruborizó.
—Las mías variadas, rojas,
rosa y blancas. —Venían con una nota que decía «Gracias por la cálida
bienvenida». Me pareció muy amable.
A Lali la complació
percatarse de que a ninguna le había enviado rosas amarillas; se las había
reservado a ella y sólo a ella. Un poquito de Texas.
Las demás asintieron con la
cabeza, porque Sachse les había manifestado su agradecimiento de la misma
forma. Muy discreto por su parte dedicarles la misma atención a todas. Muy
discreto y muy inteligente.
—¿De qué color eran tus
flores? —le preguntó lady Blythe a Lali con un sarcasmo que ésta no detectó.
—A mí no me envió flores
después de que montáramos por el parque —dijo, sin intención alguna de revelar
que las suyas habían llegado antes. Ya sabían bastante de sus momentos en
público con Peter. Los privados prefería guardarlos para sí. No es que hubieran
tenido muchos, pero aun así...
—¿Creéis que vendrá vestido
de vaquero esta noche? —aventuró lady Cassandra.
—Eso sería un escándalo
—contestó lady Blythe. —Cuando apareció en casa de Ravenleigh o la mañana en
que montamos juntos por el parque, no llevaba guantes.
—Lady Cassandra, que se
abanicaba la cara con frenesí, parecía a punto de desmayarse. —Yo nunca he
tocado la mano desnuda de un hombre. Espero que me saque a bailar.
—¿Y si no sabe bailar?
—preguntó lady Priscilla.
—Sí sabe —aseguró Lali.
—¿Le has enseñado tú? —quiso
saber la chica.
—No, aprendió en Texas, él
solo...
—Cielo santo, creo que ahí
viene —la interrumpió lady Blythe, sin aliento.
—Así es —la secundó lady
Cassandra. —Y ya no sé si lo prefiero vestido de vaquero o de caballero. Aunque
no lo recordaba tan increíblemente guapo.
—Pero sigue pareciendo
peligroso. Un lobo con piel de cordero. Confieso que me falta el aliento
—señaló lady Blythe.
«A lo mejor te has apretado
demasiado el corsé», estuvo a punto de murmurar Lali, pero se contuvo, porque
también a ella le faltaba el aire.
Peter estaba guapísimo. Cada
gota de su sangre inglesa estaba a la vista. Aún se balanceaba un poco al
caminar, pero su porte irradiaba seguridad y confianza en sí mismo. Su frac
cruzado, negro, abierto para que se viera el chaleco blanco de seda, no
ocultaba la anchura de su pecho y de sus espaldas. Una corbata de seda blanca
le adornaba la camisa del mismo color y resaltaba el tono oscuro de su tez
intensamente bronceada, que contrastaba con la palidez de los otros hombres.
Sin embargo, no sólo por eso se volvían a mirarlo. También por cómo recorría el
salón, oscuro y salvaje, impecable, como una bestia feroz capturada pero no
domesticada. No un lobo, sino algo más regio: un león, quizá, un tigre, una
pantera. Una criatura de las que rondan por la noche.
A pesar de su reciente
instrucción, Lali no había logrado domarlo, y eso la complacía inmensamente. No
había destruido lo que lo hacía tan magnífico. Porque magnífico era verlo
abrirse paso entre los otros hombres como si no existieran, con tan sólo un
breve reconocimiento aquí y allí, atravesándola con la mirada, como sí no
hubiera otra mujer en todo el salón. Con tanta gente reunida en aquella
estancia, ¿cómo había conseguido localizarla tan pronto?
Antes de que llegara hasta
ella, sonó la primera pieza de la noche, un vals. El carné de baile de Lali
estaba casi lleno pero se había reservado el primero. Ahora sabía por qué.
Peter se le detuvo delante,
y sus ojos la recorrieron de un modo que le aceleró el corazón y la hizo
sonrojarse.
—Buenas noches, querida —le
dijo con aquel murmullo grave y estremecedor.
—Hola, Peter. —Meneó la
cabeza, le hizo una pequeña reverencia y rectificó: —Hola, milord.
El sonrió, y su bigote se
elevó para esbozar una amplia sonrisa.
—No es necesario que seas
tan formal, Lali.
Antes de que ella pudiera
contestar nada, él ya se había vuelto hacia las otras damas.
—Buenas noches, señoras. No
recuerdo haber visto nunca tanta belleza junta.
Lali oyó un gritito y un
suspiro melancólico.
—Espero que no sea demasiado
tarde para reservar un baile con cada una de ustedes.
Lady Blythe se rió de forma
exasperante y le tendió la mano, de cuya muñeca colgaba su carné de baile.
—Creo que el quinto está
libre. Es un vals.
Peter cogió el lápiz que le
ofrecía y garabateó su nombre en el carné. Luego miró a lady Cassandra:
—¿Y usted, querida? ¿Me ha
reservado alguno?
La interpelada empezó a
abanicarse con frenesí, y Lali temió que fuera a obsequiarlos con uno de sus
famosos desmayos.
—El octavo —dijo, casi
jadeando, como si el corsé le apretara en exceso.
Lali se sentía muy incómoda;
no quería reconocer que podía deberse a que las otras damas estuvieran tan
interesadas en Peter o a que él pudiera estar interesado en ellas. No le
gustaba verlo coquetear con todas, aun sabiendo que su coqueteo era inocente.
Lo vio firmar el carné de
baile de lady Cassandra, luego el de lady Arme, y después el de lady Priscilla.
Y, ante la insistencia de algunas otras damas reunidas alrededor, firmó los
suyos también. Luego, con un guiño, conquistó a todo su público.
—Ahora, señoras, si me
disculpan, le había prometido el primer baile a la señorita Fairfield.
Se dispuso a coger a Lali de
la mano, pero antes de que lo hiciera, ella la posó en su brazo.
—A las damas se les ofrece
el brazo —lo instruyó en voz baja.
Él hizo una mueca de
contrariedad, y a ella le pareció que se sonrojaba. Esa vez no llevaba pañuelo
al que pudiera deberse el tono rosado de su piel. Era interesante que se
ruborizara tan fácilmente; lo era el simple hecho de que se ruborizara.
—Gracias —dijo, mientras la
acompañaba a la pista de baile, donde la tomó con suavidad en el círculo
formado por sus brazos.
—Debo decir que tienes
embelesadas a todas las damas londinenses —comentó ella.
—Lo intento. Harrington me
dijo que mi principal cometido era encontrar esposa.
Lali perdió pie...
Lali celosa??? Noo como es imposible jajaja
ResponderEliminarChicas déjenlo en paz es de Lali a ella le envió flores antes OK
Besitos
Marines