lunes, 17 de junio de 2013

Capitulo 50



Llegaron a la finca de la familia de Peter a última hora de la tarde. Mientras los criados trasladaban a la casa las cosas de Peter y las disponían en su dormitorio, ella y Peter pasearon por las tierras, hablando de los planes de su viaje de bodas. Al día siguiente partirían para Liverpool, desde donde embarcarían en un vapor que los llevaría a Texas. Sólo por unos meses. Sí ella se quedaba embarazada, Peter quería que el heredero de los Sachse naciera en Inglaterra y, a juzgar por cómo tenía previsto él que pasaran casi todo el tiempo, Lali estaba casi segura de que ese heredero no tardaría en llegar. Y ella sabía que nada la complacería más.
Después de la cena, se retiraron a sus respectivos dormitorios, y Lali sintió un leve hormigueo en el estómago ante la perspectiva de su primera noche con Peter como esposa. Sabía lo que debía esperar y, como bien les había dicho a las damas, estaba impaciente.
Sentada delante del tocador de su habitación, después de haber despachado a Molly en cuanto había terminado de ayudarla a prepararse, Lali se cepillaba el pelo y recordaba lo que habían dicho aquellas jóvenes damas la primera tarde, cuando, hablando de lord Sachse, comentaron que ese noble criado en América no sabría valorar su herencia. Ella estaba descubriendo que Peter sentía un aprecio increíble por la tradición, ya fuera la del lugar en el que había nacido o la del entorno en el que se había criado. Era un hombre complejo, una combinación de todo lo que había vivido, de todo lo que había perdido y después recuperado. Alguien que valoraba absolutamente todos los aspectos de su vida. Lali lo amaba por ello, y por muchas más cosas. Por ser el hombre que era, un hombre que jamás había renunciado a su amor. A veces la abatía saber que él había seguido escribiéndole fielmente mucho después de que ella hubiera dejado de hacerlo. Tan sólo esperaba ser siempre digna de él.
Dejó el cepillo y cogió con ambas manos el joyero, que Molly había dejado sobre el tocador cuando había deshecho su equipaje. Se lo puso en el regazo, abrió muy despacio la reluciente caja de madera y sonrió al ver el contenido. Quizá tampoco ella había perdido la esperanza, pero había elegido otro modo de manifestarla.
Levantó la mirada y vio a Peter reflejado en el espejo, a su espalda, vestido con un batín negro de seda. El camisón que llevaba ella no era en absoluto como los que solía ponerse cuando se escapaba por la ventana. Este era de un tejido etéreo, transparentaba más de lo que ocultaba y, a juzgar por el ardor de la mirada de Peter, no lo llevaría puesto mucho tiempo.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó con una voz ronca, muestra de la intensidad del efecto que Peter le causaba, lo que hizo que ésta hincara los dedos de los pies en la gruesa moqueta.
—Ven aquí —le dijo ella con un gesto subrayado por un dedo encogido.
Él se arrodilló a su lado, paseando la vista por su rostro, como si le costara creer que de verdad ella estaba allí en aquel momento, como si todo lo que había deseado siempre corriera el riesgo de desaparecer y temiera que el tiempo que podían pasar juntos a partir de entonces fuera a ser tan pasajero y efímero como todo lo demás.
Peter había empezado su vida allí y se lo habían llevado, pensó Lali. Había tenido una vida en Nueva York, pero tampoco aquélla había durado. Una vida en Arkansas que, aunque breve, había resultado demasiado larga. Y, para rematarlo, una vida en Texas con una chica que lo había abandonado. Después, un rancho que se había visto obligado a dejar atrás para volver a lo que jamás había sabido que fuera suyo. Se había pasado la vida perdido, y ella deseaba con desesperación que supiera que lo que tenían en aquel momento duraría para siempre. Que ella nunca lo abandonara. Que nunca más volverían a sentirse solos.
—Te quiero, Juan Pedro Lanzani —le dijo, peinándole con los dedos el espeso cabello. —Siempre te he querido.
Le presentó el joyero para que él pudiera ver lo que había dentro, y lo vio esbozar una sonrisa.
—¿Es eso lo que creo que es? —preguntó, mirándola. —Me dijiste que...
—No te dije que no lo conservara. Sólo te pregunté dónde creías que podía encontrar uno en este país.
Lali alargó la mano, cogió el cuarto de dólar y se lo puso en la palma. Parecía tan pequeño y sin importancia, y sin embargo, significaba tanto.
—¿Éste es el que yo te di? —inquirió.
—Por supuesto. —Sacó del joyero la raída cinta de pelo azul en la que la moneda estaba envuelta. —Y también guardé esto.
Él sostuvo el cuarto de dólar entre el pulgar y el índice.
—Pero podías habérmelo devuelto. Podías haber cancelado la deuda en cualquier momento —dijo él, sonriendo.
Lali, con una sonrisa tierna, le arrebató la moneda de la mano y arqueó las cejas.
—Podía haberlo hecho, pero ¿qué mujer en su sano juicio habría preferido devolverte el cuarto de dólar a que le desabrocharas el corpiño?
La profunda carcajada de él resonó entre los dos y, mientras dejaba la cinta y la moneda en el joyero y devolvía éste al tocador, Peter estiró su cuerpo grande, fuerte y atlético y la cogió en brazos.
Ella enroscó los suyos en su cuello.
—Tú eres lo que siempre he querido, Peter. No sé cómo he tardado tanto en darme cuenta de que eras tú lo que echaba de menos de Texas. No la tierra, ni los arroyos, ni los olores. Ni siquiera las estrellas por la noche. Sólo tú.
La llevó hasta la cama y la dejó de pie en el suelo, junto a ésta. Luego hizo algo de lo más inesperado. Se sentó a los pies, se apoyó en el grueso poste, se cruzó de brazos y, con una sonrisa de medio lado, le dijo:
—Desabróchate el camisón.
Ella se lo quedó mirando.
—Peter, no sólo he saldado ya mi deuda desabrochándome el corpiño sino que, además, he demostrado que puedo devolverte la moneda...
—No quiero que lo hagas por ninguna deuda, quiero que lo hagas porque me encanta verte, ver cómo se sonroja toda tu piel, cómo se te oscurece la mirada con cada botón que sueltas, cómo separas los labios y tu respiración empieza a acelerarse ante la expectativa de desnudarte para mí, de que te acaricie.
Lali tragó saliva.
—¿Querrías apagar las luces?
La media sonrisa de Peter se transformó en una sonrisa completa.
—No.
—Peter...
—Lali, ¿sabes que sólo verte me roba el aliento? —le preguntó él en voz baja, solemne. —Siempre ha sido así.
Ella se llevó las manos al camisón para desabrocharse un botón más.
—Haces que me estremezca entero, que tiemble como un hombre no debería temblar. —Ella se desabrochó uno más. —Me aterras, porque pienso que sí me dejaras...
—No voy a dejarte, Peter. Nunca te abandonaré.


1 comentario:

  1. (—No voy a dejarte, Peter. Nunca te abandonaré.)
    me mato <3
    hermoso
    Besitos
    Marines

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