lunes, 17 de junio de 2013

Capitulo 47



Mí querida Lali:
Hoy he creído morir al ver alejarse la carreta en la que te ibas. Sé que no me has visto, de pie, cerca de tu casa, vigilando, pero allí estaba. Temía que, si tu madre me veía, se enfadara contigo. He pensado que tu partida ya era lo bastante dura sin eso, así que te he observado en secreto. Sé que llevabas la cinta del pelo que te regalé. Algún día te compraré otra, una más elegante. Cielos, ya te echo tanto de menos que no sé cómo llegaré a mañana. Pero si no lo consigo, nunca volveré a verte, así que supongo que encontraré un modo.
Tuyo, siempre,
Peter.

Alargó la mano y le apartó de la cara algunos mechones.

Mí querida Lali:
Siento un dolor en el corazón que creo que no desaparecerá hasta que volvamos a estar juntos. Los días se me hacen eternos y las noches mucho más. Aunque pensar en ti me hace sonreír, también me duele. No entiendo por qué me duele si me gusta pensar en ti. Hoy he estado tumbado junto al arroyo, solo. He visto una estrella fugaz en el cielo. Si creyera en los deseos, le habría pedido que volvieras conmigo. Sé que eso no ocurrirá, así que no tiene sentido desearlo. Pero yo iré a buscarte, como te prometí. No hace falta que lo desees, porque sucederá de todas formas.
Tuyo, siempre,
Peter.

No miró cuando la madre de Peter se sentó en la silla que había frente a él, al otro lado de la cama.
—Lloró toda la noche durante el viaje hasta aquí —dijo en voz baja. —También lo hicieron Rocio y Candela. El desarraigo fue muy duro para ellas, pero conocía a mis hijas lo suficiente como para saber que se adaptarían. Los niños son muy flexibles en ese sentido. Como madre, una hace siempre lo que cree que es mejor para ellos.
—Nunca le he reprochado que la trajera aquí.
—Si te empeñas en quedarte en esta habitación mientras se recupera, os tendréis que casar.
Peter sabía que la mujer estaba haciendo de nuevo lo que creía mejor para su hija, incluso insinuándole que aprobaría su matrimonio.
—Me quedo —respondió él.
Ella se levantó.
—Le haré saber a mi marido que vas a pedir su mano...
—No voy a casarme con ella. —Le pareció que la mujer estaba a punto de buscar una pistola con la que matarlo. —Es Peter quien debe decidir con quién quiere casarse, no usted, ni yo —añadió.
—¿Cuánto piensas quedarte aquí?
—Hasta que despierte.

Mí querida Lali:
Hoy he comprado unas tierras. Eso me acerca un poco más a ti. Ahora sólo me falta el ganado y los edificios y unos buenos vaqueros. Calculo que dentro de un año, quizá dos, podré ir a buscarte. Mi mayor temor es que te canses de esperar. Que te hayas casado. No sé por qué sigo escribiendo, por qué sigo pensando en ti. A veces no me parece que hayan pasado tantos años. Otras me da la impresión de que hace una eternidad que te fuiste. Pero tú sigues siendo la dueña de mi corazón...

Lali oyó aquella voz quebrada. Era como si hubiera estado con ella siempre, con diversa intensidad. Había querido responderle, pedirle que no dejara de pronunciar aquellas hermosas palabras, pero aunque no lo hiciera, la voz continuaba. Siempre estaba allí cuando despertaba, y también cuando volvía a quedarse dormida. Apenas distinguía una cosa de la otra, porque nunca abría los ojos. Estaba cansadísima y la cabeza le dolía una barbaridad.
Trató de obligarse a abrir los ojos, intentó hablar. «No pares. No pares. Mientras sigas hablando, tendré algo a lo que aferrarme...»
—No le harás ningún favor si enfermas tú. Tienes un aspecto terrible y suenas igual de mal.
Peter se frotó la cara sin afeitar y miró a Eugenia. Ella, las hermanas de Lali, su madre y su padrastro se habían turnado para pasar un par de horas en la habitación. Pero él no había salido aún de allí, salvo unos instantes para comer algo o refrescarse la cara con agua tría. Estaba afónico, pero temía que si el silencio inundaba aquella estancia, Peter se dejaría llevar por el sueño.
Se levantó y se acercó a la ventana. Ya era de noche otra vez. Ni siquiera se había dado cuenta de que anochecía. ¿Aquélla era la segunda o la tercera?
—Quizá deberías irte a casa un rato —le propuso Eugenia.
—No.
—Entonces, al menos acuéstate un poco. Ravenleigh tiene dormitorios para visitas...
—No.
—Vaya, eres aún más tozudo que Nicolas —replicó ella.
—Esta noche no hay niebla —dijo mirando la calle,
—¿Eso es importante?
—Se verán mejor las estrellas.
—¿Y?
Se volvió sobre sus talones.
—Necesito llevármela al río.
—Tía Elizabeth no permitirá que...
—No se lo diremos. —Cruzó la estancia, se arrodilló delante de Eugenia y le cogió las manos. Notaba que estaba a punto de derrumbarse, que estaba tan cansado que apenas podía contener las lágrimas. —Es importante para Lali.
—Peter, Lali no es consciente...
—Eso no lo sabes. Ayúdame a taparla bien y a meterla en el coche. Puedes venir con nosotros si quieres. Ser nuestra carabina una vez más.
—Como si alguna vez hubiera servido de algo mi vigilancia. No creas que no sé lo que ocurrió en tu finca...

—La amo, Eugenia. Siempre la he querido. Moriré de pena cuando se vaya a Texas. Pero la ayudaré a marcharse. Aunque primero tiene que despertar. Confía en mí, la conozco bien.

1 comentario:

  1. Awwww lloro....es tan lindo <3
    Dale Lali despierta te espera tu amado <3
    Besitos
    Marines

    ResponderEliminar