lunes, 17 de junio de 2013

Capitulo 48







—Tía Elizabeth me va a matar.
—Primero me matará a mí.
—Si esto no funciona, Juan Pedro Lanzani, tienes que prometerme que te irás a casa y descansarás antes de que te dé un síncope.
El miró a Lali, tan tranquila, tan quieta y luego negó con la cabeza.
—No puedo prometerte eso.
—Eres un hombre de lo más testarudo. —Pero a la vez que lo reprendía, se puso de pie y lo ayudó a envolver a Lali en una manta.
Cuando ya la tuvo arropada en sus brazos, Eugenia bajó la escalera delante de él, buscó al mayordomo y pidió que trajeran el coche a la puerta.
Peter se sabía un hombre desesperado, pero no se le ocurría otra cosa que hacer.
Eugenia había decidido quedarse en el coche mientras él sacaba a Lali del mismo. Apretándola contra su cuerpo, se dirigió al río, se detuvo junto a un árbol cercano y, con tanto cuidado como pudo, se sentó en el suelo, apoyándose en el tronco.
Estrechó a Lali entre sus brazos. Parecía tan frágil... Habían pasado ya tres o cuatro días. No llevaba la cuenta.
—Esto no es Texas, querida, pero tenemos el río y hay estrellas en el cielo. Sabes que me preocupaba ser como mi padre, pero tú me has hecho darme cuenta de que no lo soy, porque él no sería capaz de amar a alguien tanto como yo te amo a ti. —Levantó la vista al cielo, inmenso y oscuro.... —Mira, Lali, una estrella. Una estrella fugaz. Le pido con toda mi alma que despiertes.
—Tú no crees en los deseos.
Le dio un vuelco el corazón y miró a la mujer que tenía entre sus brazos, en la penumbra.
—¿Lali?
—Hola, Peter.
—Hola, querida —contestó él, riendo y notando que los ojos se le llenaban de lágrimas.


Había muchas cosas que Lali no recordaba. No recordaba haberse caído, ni haberse golpeado la cabeza. No recordaba ningún dolor.
Lo que sí recordaba era aquella voz ronca, constante, sus palabras, y el amor que emanaba de ellas. Sobre todo, recordaba el amor.
Por eso, una semana después de su despertar, la sorprendió encontrarse con un pasaje en la mano para un vapor que la llevaría hasta Nueva York, desde donde embarcaría en otro que la trasladaría a Galveston.
—Ya me has enseñado todo lo que necesito saber —dijo Peter, sentado frente a ella, con un aspecto extraordinariamente formal, la chistera posada en el muslo. —No veo razón para que te quedes aquí hasta el final de la Temporada. El médico dice que estás lo bastante fuerte para viajar.
—Le dijiste a Eugenia que te morirías de pena cuando me fuera.
Se la quedó mirando.
—¿Lo oíste?
—Oí muchas cosas. Le dijiste que me amabas. Dímelo a mí.
Para su sorpresa, él se levantó, se arrodilló delante de ella y le cogió la mano.
—Te amo, querida. Siempre te he amado y siempre te amaré. Sólo puedo ofrecerte un poquito de Texas, pero puedo darte mi corazón entero. Te pediría que te casaras conmigo si creyera que eso es lo que quieres...
—Es lo que quiero.
—¿Estás segura?
—Ya estaba segura antes de rodar por la escalera, sólo que no tuve ocasión de decírtelo. Te quiero, Juan Pedro Lanzani —le dijo, sujetando aquel rostro tan amado. —Te he querido siempre.

De pronto, ella estaba en sus brazos, que la apretaban con fuerza, y los labios de Peter la besaban apasionadamente. Entonces supo que él era lo único de Texas que necesitaría jamás.

1 comentario:

  1. No no que lindos...hermosos <3
    Divinisisimo
    Besitos
    Marines

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