viernes, 14 de junio de 2013

Capitulo 36




Nicolas y Eugenia se acercaron, mientras los sirvientes y las doncellas que viajaban en el tercer coche se dirigían a la mansión, donde Peter supuso que empezarían a atender de inmediato las necesidades de sus señores.
—La anterior lady Sachse dio una fiesta aquí el año pasado —los informó Eugenia. —Siempre encontraba el modo de conseguir que sus huéspedes se relajaran y se sintieran a gusto.
—Todos menos tú, cariño —replicó Nicolas. —Sólo hasta que se dio cuenta de que no podía conquistarte.
Peter dio una palmada y se frotó las manos. El cielo plomizo había empezado a oscurecerse con el anochecer.
—Vamos a instalarnos.
Sabía que no les supondría un gran esfuerzo, puesto que varios lacayos habían metido ya los baúles y las bolsas en la casa.
—Nunca he tenido huéspedes aquí y soy algo novato en esto —comentó, sin contar como huésped a la anterior lady Sachse, que en realidad había vivido allí—, así que haced como si estuvierais en vuestra casa.
—Estaremos estupendamente, Peter —le aseguró Eugenia. —No te molestes en impresionarnos con formalidades.
—No me hagas adquirir malos hábitos de los que después tenga que deshacerme —le pidió él. —Prefiero aprender a hacerlo bien.
—Lo mejor es que te cases con alguien que se encargue de todo por ti —le soltó Nicolas, con el consiguiente manotazo de Eugenia en el brazo. —¿Qué? Sólo he dicho la verdad —se defendió él. —Los asuntos domésticos son dominio de la esposa.
—Pero no son la razón del matrimonio. Uno se casa por amor.
—Olvida, lo que he dicho —rectificó Nicolas mirando a Peter.
Subieron los escalones de piedra. Un lacayo abrió la puerta. Entraron las damas y Peter y Nicolas las siguieron.
El mayordomo, estirado y serio, esperaba instrucciones.
—Bienvenido a casa, milord.
—Gracias, Smythe. —Peter había avisado de que traía compañía.
—He ordenado que les preparen habitaciones a los duques y a la señorita Fairfield en el ala que ocupó en su día la antigua condesa. Creo que encontrarán el alojamiento muy satisfactorio.
—Gracias. En cuanto a la cena...
—Se servirá a las siete, como de costumbre. Les sugiero que se reúnan en la biblioteca, donde me he tomado la libertad de surtir las vitrinas de su mejor oporto, coñac y whisky.
Peter se volvió hacia sus huéspedes.
—Parece que alguien se ha ocupado de todo.
—No hay nada más valioso que un servicio competente —señaló Eugenia. —Estoy deseando refrescarme. Os vemos en la biblioteca dentro de una hora, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Eugenia cogió a su prima del brazo.
—Vamos, Lali. No sé tú, pero yo estoy deseando quitarme la ropa de viaje.
—Las acompañaré a sus habitaciones, señora —dijo Smythe.
Mientras las damas subían la escalera, Nicolas se rezagó con Peter.
—¿No quieres cambiarte de ropa? —le preguntó este último al duque.
—Sí, pero primero quería advertirte que Eugenia se está tomando muy en serio su responsabilidad de carabina, pero como alguien que en su momento supo eludir a las carabinas, me compadezco de ti, y haré todo lo posible por distraerla cuando empiece a anochecer.
—Te lo agradezco. —Peter sonrió.
—Es lo mínimo que puedo hacer. Reconozco a un hombre enamorado en cuanto lo veo. Yo estuve a punto de perder a la mujer de mi vida, y sé cómo te sientes. —Le sostuvo la mirada. —Además, no hemos tenido ocasión de hablar en privado desde el desafortunado incidente con Whithaven...
—Siento mucho lo ocurrido —lo interrumpió Peter.
—Whithaven es un imbécil pretencioso y arrogante. —Ese comentario desconcertó a Peter. —Disfruté viéndote sacudirle como él me sacudió a mí.
—¿Te pegó?
—Me dio una buena paliza. Sólo quería que supieras que, aunque el momento y el lugar no fueron de lo más acertado, entiendo que el puñetazo probablemente fue merecido.
Peter negó con la cabeza.
—No, yo creo que las tres cosas fueron desafortunadas.
—Como quieras. —Nicolas echó un vistazo al vestíbulo. —Interesante colección de arte.
—He pensado en vestir a algunas de esas estatuas —confesó Peter.
—Yo en tu lugar las dejaría como están. Hay algo muy provocativo en esos desnudos.
—No estoy acostumbrado a tanta desnudez.
—Es arte, amigo mío. Y las damas suelen apreciarlo.


1 comentario:

  1. El arte es el arte jajaja
    Hay hermosos en su charla
    Muy bueno elcapitulo :)
    Besitos
    Marines

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