Hola Linduras les dejo el Capitulo de Hoy... Besos... COMENTEN.
Peter quería
salir de Londres, pasar tiempo con Lali, y estaba lo bastante desesperado como
para tragarse el orgullo, vestirse con sus mejores galas y sus mejores modales
y hacerle una visita matinal a Eugenia en cuanto fuera decente lo que, como
bien sabía, significaba a primera hora de la tarde; Peter aún no había logrado
averiguar por qué lo llamaban «visita matinal».
Tras
entregarle su tarjeta de visita al mayordomo, esperó de pie en el vestíbulo,
consciente de que probablemente no quisiera recibirlo, cosa que no podría
reprocharle. Sabía que debía repartir unas cuantas disculpas, y lo había
previsto todo, pero en aquel preciso instante, su principal inquietud era pasar
más tiempo con Lali. Había conseguido escaparse para estar con él la noche
anterior, pero Peter necesitaba más. A su juicio, los dos lo necesitaban. El
mayordomo volvió.
—La señora lo
recibirá, si es tan amable de acompañarme.
Siguió al
hombre por un pasillo que no había recorrido antes, hasta la biblioteca, donde Eugenia
lo esperaba sentada en un sofá, sirviéndose té en una taza de porcelana,
mientras Nicolas, de pie junto a una ventana más cercana, permanecía vigilante,
como si temiera que fuese a abalanzarse sobre su esposa. Eugenia alzó la mirada
y sonrió con ternura.
—Cielo santo, Peter,
siéntate por favor. ¿Te apetece un poco de té?
—No, gracias.
Antes que nada, quiero disculparme por lo de anoche. Me dejé llevar por mi
temperamento.
—Aceptamos tus
disculpas. Supongo que lord Whithaven ha hecho lo mismo.
Peter exhibió
una mueca de pena.
—Aún no me he
disculpado con él. Creo que debería hacerlo en público. —Eugenia arqueó una
ceja, como a la espera de una explicación. —Estoy ultimando los detalles
—añadió él.
—Entiendo.
Siéntate, por favor. Me va a dar tortícolis de mirarte.
Peter se sentó
en la silla de laborioso brocado que había junto a la de la joven, para no
perder de vista a Nicolas y que él pudiera seguir observándolo también. El
duque de Harrington no era un hombre al que quisiera encontrarse a solas en un
callejón oscuro. Aunque parecía civilizado, Peter sospechaba que también había
algo de bárbaro en él.
—Imagino que
no has venido sólo a disculparte —señaló Eugenia, logrando desviar su atención
de Harrington.
Él asintió con
la cabeza.
—Me he comprado
tu libro esta mañana.
Ella sonrió,
visiblemente complacida.
—¿En serio? ¿Y
te ha gustado?
—Me parece que
no está pensado para gustar.
—Supongo que
no. ¿Necesitas que te aclare algo?
—Sí, sobre las
carabinas. En él dices que, como carabina, es preferible una prima casada a una
madre.
—Correcto.
—Tú eres prima
de Lali, y estás casada. —Exacto. Por eso os he acompañado a Lali y a ti en
vuestras salidas por Londres. Bueno, por eso y porque me encanta ir de aquí
para allá.
—¿Y qué te
parecería una salida más prolongada?
Ella le dedicó
una sonrisa traviesa.
—¿Hablas de
pasar el día fuera de la ciudad?
Peter se inclinó hacia adelante, juntó las
manos con fuerza y se agarró con esa misma fuerza a sus palabras.
—No
exactamente. Quiero llevarme a Lali a Sachse Hall unos días. Una semana más o
menos... Sé que es mucho pedir, pero te compensaré.
—¿Y cuánto
crees que vale la felicidad de mi prima?
La estudió y
trató de determinar la intención de aquella pregunta; si su tono era de censura
o de aprobación.
—Dímelo tú.
Eugenia rió
discretamente, levantó la taza y guardó silencio para poder beber su té
mientras observaba a Peter por encima del borde.
—Es una pena
que no hayas venido antes —dijo, mientras dejaba la taza en la mesa.
—¿Por qué? ¿Ya
tienes planes?
Ella asintió
con la cabeza.
—Me temo que
sí. Lali ha venido muy temprano esta mañana para pedirme que le haga de
carabina. Por lo visto, desea acompañar a cierto lord a Sachse Hall. He
accedido por el afecto que le tengo, sin ningún tipo de recompensa económica.
—¿Lali ya ha
estado aquí?
—Aja. Ha
vuelto a sacarme de la cama, ansiosa por asegurarse mi apoyo para salir de
Londres unos días. Como también a Nicolas y a mí nos apetece, he aceptado
encantada su propuesta.
Peter respiró
hondo y se echó atrás en la silla.
—Entonces, ¿tú
serás nuestra carabina?
—Eso parece.
—Podías
haberme dicho algo antes.
—Me gusta
verte suplicar un poco. No obstante, no quiero que te equivoques, porque voy a
tomarme mis obligaciones muy en serio. He visto en Punch las caricaturas de
jóvenes que se esfuerzan por evitar a sus carabinas. Yo no permitiré que os
burléis de mí.
—No lo haré.
Nicolas tosió
y se aclaró la garganta, como si ya no creyera en la palabra de Peter más de lo
que el propio Peter creía. No tenía previsto traicionar la confianza de Eugenia,
pero si Lali estaba dispuesta...
—Nosotros
podemos salir por la mañana —dijo Eugenia.
—Pasaré a
recogeros en mi coche hacia las siete —dijo él.
—Cielo santo
—se quejó Nicolas. —Ten compasión y elige una hora más razonable.
—¿A las diez?
—A mediodía.
—A las once.
—Hecho, a las
once.
Eugenia se
inclinó y le dio una palmadita a Peter en la rodilla.
—Bueno, si Lali
consigue convencer a la tía Elizabeth de que yo seré una carabina aceptable
para una estancia en el campo, todo estará resuelto.
Lali observaba
cómo su madre hundía el desplantador en la tierra de sus preciosos rosales,
para soltarla a continuación y sacar las escasas malas hierbas que habían osado
invadir su dominio. Sospechaba que los próximos minutos serían difíciles, pero
ya tenía veinticuatro años, y era lo bastante mayor como para tomar sus propias
decisiones. Estaba lista para ejercer su independencia.
Entonces, ¿por
qué temblaba? Porque sabía que se encontraba en el momento crucial de una
batalla que quizá no ganara, aunque tuviera sus argumentos bien alineados y en
perfecta formación, como obedientes soldaditos. Respiró hondo para
tranquilizarse, se arrodilló junto a su madre, alargó la mano, arrancó una mala
hierba y la echó a un lado.
—Las rosas se
han puesto preciosas este año.
—Sí, es
cierto. Estoy muy contenta.
—Ya puedes
estarlo, con el tiempo que les dedicas. Juro que no he visto jamás una
jardinera más guapa.
—Hacía mucho
que no me piropeabas tanto. —Elizabeth se incorporó, dejó el desplantador en el
suelo, se sacudió las manos enguantadas para librarse de los restos de tierra
y, despacio, se quitó los guantes. —El sentimiento de culpa es una carga
difícil de llevar.
Colorada, Lali
se preguntó si, con sólo mirarla, su madre podía saber exactamente lo que había
hecho con Peter y cuántas veces.
—No me siento
culpable —dijo, y la sorprendió el sonido chillón de su propia voz, similar al
de un violín desafinado.
—Hablaba de mí
—señaló la mujer.
—Ah, claro.
—Sigo pensando
que si remuevo la tierra y arranco las malas hierbas con frecuencia, las cosas
se arreglarán, que la perfección del jardín es la perfección de todo lo demás,
pero no estoy segura de que todo lo demás vuelva a ser perfecto alguna vez.
—Yo no estoy
segura de que antes todo fuera perfecto. Sencillamente, no era tan malo como
podía haber sido.
Su madre se
volvió hacia ella. Se la veía muy joven, tremendamente vulnerable, con un lado
de la nariz manchado de tierra. Lali resistió la tentación de limpiárselo, pero
al final no pudo permitir que el servicio la viera de ese modo, que pareciera
menos condesa.
—Te has puesto
perdida.
Con el pulgar,
le quitó la tierra de la cara.
—A veces creo
que me gusta más el olor de la tierra que el de las flores —confesó Elizabeth
sonriendo.
—Será la
muchacha granjera que llevas dentro. Capitulo 34
Peter quería
salir de Londres, pasar tiempo con Lali, y estaba lo bastante desesperado como
para tragarse el orgullo, vestirse con sus mejores galas y sus mejores modales
y hacerle una visita matinal a Eugenia en cuanto fuera decente lo que, como
bien sabía, significaba a primera hora de la tarde; Peter aún no había logrado
averiguar por qué lo llamaban «visita matinal».
Tras
entregarle su tarjeta de visita al mayordomo, esperó de pie en el vestíbulo,
consciente de que probablemente no quisiera recibirlo, cosa que no podría
reprocharle. Sabía que debía repartir unas cuantas disculpas, y lo había
previsto todo, pero en aquel preciso instante, su principal inquietud era pasar
más tiempo con Lali. Había conseguido escaparse para estar con él la noche
anterior, pero Peter necesitaba más. A su juicio, los dos lo necesitaban. El
mayordomo volvió.
—La señora lo
recibirá, si es tan amable de acompañarme.
Siguió al
hombre por un pasillo que no había recorrido antes, hasta la biblioteca, donde Eugenia
lo esperaba sentada en un sofá, sirviéndose té en una taza de porcelana,
mientras Nicolas, de pie junto a una ventana más cercana, permanecía vigilante,
como si temiera que fuese a abalanzarse sobre su esposa. Eugenia alzó la mirada
y sonrió con ternura.
—Cielo santo, Peter,
siéntate por favor. ¿Te apetece un poco de té?
—No, gracias.
Antes que nada, quiero disculparme por lo de anoche. Me dejé llevar por mi
temperamento.
—Aceptamos tus
disculpas. Supongo que lord Whithaven ha hecho lo mismo.
Peter exhibió
una mueca de pena.
—Aún no me he
disculpado con él. Creo que debería hacerlo en público. —Eugenia arqueó una
ceja, como a la espera de una explicación. —Estoy ultimando los detalles
—añadió él.
—Entiendo.
Siéntate, por favor. Me va a dar tortícolis de mirarte.
Peter se sentó
en la silla de laborioso brocado que había junto a la de la joven, para no
perder de vista a Nicolas y que él pudiera seguir observándolo también. El
duque de Harrington no era un hombre al que quisiera encontrarse a solas en un
callejón oscuro. Aunque parecía civilizado, Peter sospechaba que también había
algo de bárbaro en él.
—Imagino que
no has venido sólo a disculparte —señaló Eugenia, logrando desviar su atención
de Harrington.
Él asintió con
la cabeza.
—Me he comprado
tu libro esta mañana.
Ella sonrió,
visiblemente complacida.
—¿En serio? ¿Y
te ha gustado?
—Me parece que
no está pensado para gustar.
—Supongo que
no. ¿Necesitas que te aclare algo?
—Sí, sobre las
carabinas. En él dices que, como carabina, es preferible una prima casada a una
madre.
—Correcto.
—Tú eres prima
de Lali, y estás casada. —Exacto. Por eso os he acompañado a Lali y a ti en
vuestras salidas por Londres. Bueno, por eso y porque me encanta ir de aquí
para allá.
—¿Y qué te
parecería una salida más prolongada?
Ella le dedicó
una sonrisa traviesa.
—¿Hablas de
pasar el día fuera de la ciudad?
Peter se inclinó hacia adelante, juntó las
manos con fuerza y se agarró con esa misma fuerza a sus palabras.
—No
exactamente. Quiero llevarme a Lali a Sachse Hall unos días. Una semana más o
menos... Sé que es mucho pedir, pero te compensaré.
—¿Y cuánto
crees que vale la felicidad de mi prima?
La estudió y
trató de determinar la intención de aquella pregunta; si su tono era de censura
o de aprobación.
—Dímelo tú.
Eugenia rió
discretamente, levantó la taza y guardó silencio para poder beber su té
mientras observaba a Peter por encima del borde.
—Es una pena
que no hayas venido antes —dijo, mientras dejaba la taza en la mesa.
—¿Por qué? ¿Ya
tienes planes?
Ella asintió
con la cabeza.
—Me temo que
sí. Lali ha venido muy temprano esta mañana para pedirme que le haga de
carabina. Por lo visto, desea acompañar a cierto lord a Sachse Hall. He
accedido por el afecto que le tengo, sin ningún tipo de recompensa económica.
—¿Lali ya ha
estado aquí?
—Aja. Ha
vuelto a sacarme de la cama, ansiosa por asegurarse mi apoyo para salir de
Londres unos días. Como también a Nicolas y a mí nos apetece, he aceptado
encantada su propuesta.
Peter respiró
hondo y se echó atrás en la silla.
—Entonces, ¿tú
serás nuestra carabina?
—Eso parece.
—Podías
haberme dicho algo antes.
—Me gusta
verte suplicar un poco. No obstante, no quiero que te equivoques, porque voy a
tomarme mis obligaciones muy en serio. He visto en Punch las caricaturas de
jóvenes que se esfuerzan por evitar a sus carabinas. Yo no permitiré que os
burléis de mí.
—No lo haré.
Nicolas tosió
y se aclaró la garganta, como si ya no creyera en la palabra de Peter más de lo
que el propio Peter creía. No tenía previsto traicionar la confianza de Eugenia,
pero si Lali estaba dispuesta...
—Nosotros
podemos salir por la mañana —dijo Eugenia.
—Pasaré a
recogeros en mi coche hacia las siete —dijo él.
—Cielo santo
—se quejó Nicolas. —Ten compasión y elige una hora más razonable.
—¿A las diez?
—A mediodía.
—A las once.
—Hecho, a las
once.
Eugenia se
inclinó y le dio una palmadita a Peter en la rodilla.
—Bueno, si Lali
consigue convencer a la tía Elizabeth de que yo seré una carabina aceptable
para una estancia en el campo, todo estará resuelto.
Lali observaba
cómo su madre hundía el desplantador en la tierra de sus preciosos rosales,
para soltarla a continuación y sacar las escasas malas hierbas que habían osado
invadir su dominio. Sospechaba que los próximos minutos serían difíciles, pero
ya tenía veinticuatro años, y era lo bastante mayor como para tomar sus propias
decisiones. Estaba lista para ejercer su independencia.
Entonces, ¿por
qué temblaba? Porque sabía que se encontraba en el momento crucial de una
batalla que quizá no ganara, aunque tuviera sus argumentos bien alineados y en
perfecta formación, como obedientes soldaditos. Respiró hondo para
tranquilizarse, se arrodilló junto a su madre, alargó la mano, arrancó una mala
hierba y la echó a un lado.
—Las rosas se
han puesto preciosas este año.
—Sí, es
cierto. Estoy muy contenta.
—Ya puedes
estarlo, con el tiempo que les dedicas. Juro que no he visto jamás una
jardinera más guapa.
—Hacía mucho
que no me piropeabas tanto. —Elizabeth se incorporó, dejó el desplantador en el
suelo, se sacudió las manos enguantadas para librarse de los restos de tierra
y, despacio, se quitó los guantes. —El sentimiento de culpa es una carga
difícil de llevar.
Colorada, Lali
se preguntó si, con sólo mirarla, su madre podía saber exactamente lo que había
hecho con Peter y cuántas veces.
—No me siento
culpable —dijo, y la sorprendió el sonido chillón de su propia voz, similar al
de un violín desafinado.
—Hablaba de mí
—señaló la mujer.
—Ah, claro.
—Sigo pensando
que si remuevo la tierra y arranco las malas hierbas con frecuencia, las cosas
se arreglarán, que la perfección del jardín es la perfección de todo lo demás,
pero no estoy segura de que todo lo demás vuelva a ser perfecto alguna vez.
—Yo no estoy
segura de que antes todo fuera perfecto. Sencillamente, no era tan malo como
podía haber sido.
Su madre se
volvió hacia ella. Se la veía muy joven, tremendamente vulnerable, con un lado
de la nariz manchado de tierra. Lali resistió la tentación de limpiárselo, pero
al final no pudo permitir que el servicio la viera de ese modo, que pareciera
menos condesa.
—Te has puesto
perdida.
Con el pulgar,
le quitó la tierra de la cara.
—A veces creo
que me gusta más el olor de la tierra que el de las flores —confesó Elizabeth
sonriendo.
—Será la
muchacha granjera que llevas dentro.
Hay lindos pensaron en lo mismo....<3
ResponderEliminarEuge me recordo cuando dijo en CA4 (Jazmín campana soy yo)jajaja
Muy bueno el capitulo :)
Besitos
Marines