lunes, 10 de junio de 2013

Capitulo 34

Hola Linduras les dejo el Capitulo de Hoy... Besos... COMENTEN.





Peter quería salir de Londres, pasar tiempo con Lali, y estaba lo bastante desesperado como para tragarse el orgullo, vestirse con sus mejores galas y sus mejores modales y hacerle una visita matinal a Eugenia en cuanto fuera decente lo que, como bien sabía, significaba a primera hora de la tarde; Peter aún no había logrado averiguar por qué lo llamaban «visita matinal».
Tras entregarle su tarjeta de visita al mayordomo, esperó de pie en el vestíbulo, consciente de que probablemente no quisiera recibirlo, cosa que no podría reprocharle. Sabía que debía repartir unas cuantas disculpas, y lo había previsto todo, pero en aquel preciso instante, su principal inquietud era pasar más tiempo con Lali. Había conseguido escaparse para estar con él la noche anterior, pero Peter necesitaba más. A su juicio, los dos lo necesitaban. El mayordomo volvió.
—La señora lo recibirá, si es tan amable de acompañarme.
Siguió al hombre por un pasillo que no había recorrido antes, hasta la biblioteca, donde Eugenia lo esperaba sentada en un sofá, sirviéndose té en una taza de porcelana, mientras Nicolas, de pie junto a una ventana más cercana, permanecía vigilante, como si temiera que fuese a abalanzarse sobre su esposa. Eugenia alzó la mirada y sonrió con ternura.
—Cielo santo, Peter, siéntate por favor. ¿Te apetece un poco de té?
—No, gracias. Antes que nada, quiero disculparme por lo de anoche. Me dejé llevar por mi temperamento.
—Aceptamos tus disculpas. Supongo que lord Whithaven ha hecho lo mismo.
Peter exhibió una mueca de pena.
—Aún no me he disculpado con él. Creo que debería hacerlo en público. —Eugenia arqueó una ceja, como a la espera de una explicación. —Estoy ultimando los detalles —añadió él.
—Entiendo. Siéntate, por favor. Me va a dar tortícolis de mirarte.
Peter se sentó en la silla de laborioso brocado que había junto a la de la joven, para no perder de vista a Nicolas y que él pudiera seguir observándolo también. El duque de Harrington no era un hombre al que quisiera encontrarse a solas en un callejón oscuro. Aunque parecía civilizado, Peter sospechaba que también había algo de bárbaro en él.
—Imagino que no has venido sólo a disculparte —señaló Eugenia, logrando desviar su atención de Harrington.
Él asintió con la cabeza.
—Me he comprado tu libro esta mañana.
Ella sonrió, visiblemente complacida.
—¿En serio? ¿Y te ha gustado?
—Me parece que no está pensado para gustar.
—Supongo que no. ¿Necesitas que te aclare algo?
—Sí, sobre las carabinas. En él dices que, como carabina, es preferible una prima casada a una madre.
—Correcto.
—Tú eres prima de Lali, y estás casada. —Exacto. Por eso os he acompañado a Lali y a ti en vuestras salidas por Londres. Bueno, por eso y porque me encanta ir de aquí para allá.
—¿Y qué te parecería una salida más prolongada?
Ella le dedicó una sonrisa traviesa.
—¿Hablas de pasar el día fuera de la ciudad?
 Peter se inclinó hacia adelante, juntó las manos con fuerza y se agarró con esa misma fuerza a sus palabras.
—No exactamente. Quiero llevarme a Lali a Sachse Hall unos días. Una semana más o menos... Sé que es mucho pedir, pero te compensaré.
—¿Y cuánto crees que vale la felicidad de mi prima?
La estudió y trató de determinar la intención de aquella pregunta; si su tono era de censura o de aprobación.
—Dímelo tú.
Eugenia rió discretamente, levantó la taza y guardó silencio para poder beber su té mientras observaba a Peter por encima del borde.
—Es una pena que no hayas venido antes —dijo, mientras dejaba la taza en la mesa.
—¿Por qué? ¿Ya tienes planes?
Ella asintió con la cabeza.
—Me temo que sí. Lali ha venido muy temprano esta mañana para pedirme que le haga de carabina. Por lo visto, desea acompañar a cierto lord a Sachse Hall. He accedido por el afecto que le tengo, sin ningún tipo de recompensa económica.
—¿Lali ya ha estado aquí?
—Aja. Ha vuelto a sacarme de la cama, ansiosa por asegurarse mi apoyo para salir de Londres unos días. Como también a Nicolas y a mí nos apetece, he aceptado encantada su propuesta.
Peter respiró hondo y se echó atrás en la silla.
—Entonces, ¿tú serás nuestra carabina?
—Eso parece.
—Podías haberme dicho algo antes.
—Me gusta verte suplicar un poco. No obstante, no quiero que te equivoques, porque voy a tomarme mis obligaciones muy en serio. He visto en Punch las caricaturas de jóvenes que se esfuerzan por evitar a sus carabinas. Yo no permitiré que os burléis de mí.
—No lo haré.
Nicolas tosió y se aclaró la garganta, como si ya no creyera en la palabra de Peter más de lo que el propio Peter creía. No tenía previsto traicionar la confianza de Eugenia, pero si Lali estaba dispuesta...
—Nosotros podemos salir por la mañana —dijo Eugenia.
—Pasaré a recogeros en mi coche hacia las siete —dijo él.
—Cielo santo —se quejó Nicolas. —Ten compasión y elige una hora más razonable.
—¿A las diez?
—A mediodía.
—A las once.
—Hecho, a las once.
Eugenia se inclinó y le dio una palmadita a Peter en la rodilla.
—Bueno, si Lali consigue convencer a la tía Elizabeth de que yo seré una carabina aceptable para una estancia en el campo, todo estará resuelto.


Lali observaba cómo su madre hundía el desplantador en la tierra de sus preciosos rosales, para soltarla a continuación y sacar las escasas malas hierbas que habían osado invadir su dominio. Sospechaba que los próximos minutos serían difíciles, pero ya tenía veinticuatro años, y era lo bastante mayor como para tomar sus propias decisiones. Estaba lista para ejercer su independencia.
Entonces, ¿por qué temblaba? Porque sabía que se encontraba en el momento crucial de una batalla que quizá no ganara, aunque tuviera sus argumentos bien alineados y en perfecta formación, como obedientes soldaditos. Respiró hondo para tranquilizarse, se arrodilló junto a su madre, alargó la mano, arrancó una mala hierba y la echó a un lado.
—Las rosas se han puesto preciosas este año.
—Sí, es cierto. Estoy muy contenta.
—Ya puedes estarlo, con el tiempo que les dedicas. Juro que no he visto jamás una jardinera más guapa.
—Hacía mucho que no me piropeabas tanto. —Elizabeth se incorporó, dejó el desplantador en el suelo, se sacudió las manos enguantadas para librarse de los restos de tierra y, despacio, se quitó los guantes. —El sentimiento de culpa es una carga difícil de llevar.
Colorada, Lali se preguntó si, con sólo mirarla, su madre podía saber exactamente lo que había hecho con Peter y cuántas veces.
—No me siento culpable —dijo, y la sorprendió el sonido chillón de su propia voz, similar al de un violín desafinado.
—Hablaba de mí —señaló la mujer.
—Ah, claro.
—Sigo pensando que si remuevo la tierra y arranco las malas hierbas con frecuencia, las cosas se arreglarán, que la perfección del jardín es la perfección de todo lo demás, pero no estoy segura de que todo lo demás vuelva a ser perfecto alguna vez.
—Yo no estoy segura de que antes todo fuera perfecto. Sencillamente, no era tan malo como podía haber sido.
Su madre se volvió hacia ella. Se la veía muy joven, tremendamente vulnerable, con un lado de la nariz manchado de tierra. Lali resistió la tentación de limpiárselo, pero al final no pudo permitir que el servicio la viera de ese modo, que pareciera menos condesa.
—Te has puesto perdida.
Con el pulgar, le quitó la tierra de la cara.
—A veces creo que me gusta más el olor de la tierra que el de las flores —confesó Elizabeth sonriendo.

—Será la muchacha granjera que llevas dentro.Capitulo 34

Peter quería salir de Londres, pasar tiempo con Lali, y estaba lo bastante desesperado como para tragarse el orgullo, vestirse con sus mejores galas y sus mejores modales y hacerle una visita matinal a Eugenia en cuanto fuera decente lo que, como bien sabía, significaba a primera hora de la tarde; Peter aún no había logrado averiguar por qué lo llamaban «visita matinal».
Tras entregarle su tarjeta de visita al mayordomo, esperó de pie en el vestíbulo, consciente de que probablemente no quisiera recibirlo, cosa que no podría reprocharle. Sabía que debía repartir unas cuantas disculpas, y lo había previsto todo, pero en aquel preciso instante, su principal inquietud era pasar más tiempo con Lali. Había conseguido escaparse para estar con él la noche anterior, pero Peter necesitaba más. A su juicio, los dos lo necesitaban. El mayordomo volvió.
—La señora lo recibirá, si es tan amable de acompañarme.
Siguió al hombre por un pasillo que no había recorrido antes, hasta la biblioteca, donde Eugenia lo esperaba sentada en un sofá, sirviéndose té en una taza de porcelana, mientras Nicolas, de pie junto a una ventana más cercana, permanecía vigilante, como si temiera que fuese a abalanzarse sobre su esposa. Eugenia alzó la mirada y sonrió con ternura.
—Cielo santo, Peter, siéntate por favor. ¿Te apetece un poco de té?
—No, gracias. Antes que nada, quiero disculparme por lo de anoche. Me dejé llevar por mi temperamento.
—Aceptamos tus disculpas. Supongo que lord Whithaven ha hecho lo mismo.
Peter exhibió una mueca de pena.
—Aún no me he disculpado con él. Creo que debería hacerlo en público. —Eugenia arqueó una ceja, como a la espera de una explicación. —Estoy ultimando los detalles —añadió él.
—Entiendo. Siéntate, por favor. Me va a dar tortícolis de mirarte.
Peter se sentó en la silla de laborioso brocado que había junto a la de la joven, para no perder de vista a Nicolas y que él pudiera seguir observándolo también. El duque de Harrington no era un hombre al que quisiera encontrarse a solas en un callejón oscuro. Aunque parecía civilizado, Peter sospechaba que también había algo de bárbaro en él.
—Imagino que no has venido sólo a disculparte —señaló Eugenia, logrando desviar su atención de Harrington.
Él asintió con la cabeza.
—Me he comprado tu libro esta mañana.
Ella sonrió, visiblemente complacida.
—¿En serio? ¿Y te ha gustado?
—Me parece que no está pensado para gustar.
—Supongo que no. ¿Necesitas que te aclare algo?
—Sí, sobre las carabinas. En él dices que, como carabina, es preferible una prima casada a una madre.
—Correcto.
—Tú eres prima de Lali, y estás casada. —Exacto. Por eso os he acompañado a Lali y a ti en vuestras salidas por Londres. Bueno, por eso y porque me encanta ir de aquí para allá.
—¿Y qué te parecería una salida más prolongada?
Ella le dedicó una sonrisa traviesa.
—¿Hablas de pasar el día fuera de la ciudad?
 Peter se inclinó hacia adelante, juntó las manos con fuerza y se agarró con esa misma fuerza a sus palabras.
—No exactamente. Quiero llevarme a Lali a Sachse Hall unos días. Una semana más o menos... Sé que es mucho pedir, pero te compensaré.
—¿Y cuánto crees que vale la felicidad de mi prima?
La estudió y trató de determinar la intención de aquella pregunta; si su tono era de censura o de aprobación.
—Dímelo tú.
Eugenia rió discretamente, levantó la taza y guardó silencio para poder beber su té mientras observaba a Peter por encima del borde.
—Es una pena que no hayas venido antes —dijo, mientras dejaba la taza en la mesa.
—¿Por qué? ¿Ya tienes planes?
Ella asintió con la cabeza.
—Me temo que sí. Lali ha venido muy temprano esta mañana para pedirme que le haga de carabina. Por lo visto, desea acompañar a cierto lord a Sachse Hall. He accedido por el afecto que le tengo, sin ningún tipo de recompensa económica.
—¿Lali ya ha estado aquí?
—Aja. Ha vuelto a sacarme de la cama, ansiosa por asegurarse mi apoyo para salir de Londres unos días. Como también a Nicolas y a mí nos apetece, he aceptado encantada su propuesta.
Peter respiró hondo y se echó atrás en la silla.
—Entonces, ¿tú serás nuestra carabina?
—Eso parece.
—Podías haberme dicho algo antes.
—Me gusta verte suplicar un poco. No obstante, no quiero que te equivoques, porque voy a tomarme mis obligaciones muy en serio. He visto en Punch las caricaturas de jóvenes que se esfuerzan por evitar a sus carabinas. Yo no permitiré que os burléis de mí.
—No lo haré.
Nicolas tosió y se aclaró la garganta, como si ya no creyera en la palabra de Peter más de lo que el propio Peter creía. No tenía previsto traicionar la confianza de Eugenia, pero si Lali estaba dispuesta...
—Nosotros podemos salir por la mañana —dijo Eugenia.
—Pasaré a recogeros en mi coche hacia las siete —dijo él.
—Cielo santo —se quejó Nicolas. —Ten compasión y elige una hora más razonable.
—¿A las diez?
—A mediodía.
—A las once.
—Hecho, a las once.
Eugenia se inclinó y le dio una palmadita a Peter en la rodilla.
—Bueno, si Lali consigue convencer a la tía Elizabeth de que yo seré una carabina aceptable para una estancia en el campo, todo estará resuelto.


Lali observaba cómo su madre hundía el desplantador en la tierra de sus preciosos rosales, para soltarla a continuación y sacar las escasas malas hierbas que habían osado invadir su dominio. Sospechaba que los próximos minutos serían difíciles, pero ya tenía veinticuatro años, y era lo bastante mayor como para tomar sus propias decisiones. Estaba lista para ejercer su independencia.
Entonces, ¿por qué temblaba? Porque sabía que se encontraba en el momento crucial de una batalla que quizá no ganara, aunque tuviera sus argumentos bien alineados y en perfecta formación, como obedientes soldaditos. Respiró hondo para tranquilizarse, se arrodilló junto a su madre, alargó la mano, arrancó una mala hierba y la echó a un lado.
—Las rosas se han puesto preciosas este año.
—Sí, es cierto. Estoy muy contenta.
—Ya puedes estarlo, con el tiempo que les dedicas. Juro que no he visto jamás una jardinera más guapa.
—Hacía mucho que no me piropeabas tanto. —Elizabeth se incorporó, dejó el desplantador en el suelo, se sacudió las manos enguantadas para librarse de los restos de tierra y, despacio, se quitó los guantes. —El sentimiento de culpa es una carga difícil de llevar.
Colorada, Lali se preguntó si, con sólo mirarla, su madre podía saber exactamente lo que había hecho con Peter y cuántas veces.
—No me siento culpable —dijo, y la sorprendió el sonido chillón de su propia voz, similar al de un violín desafinado.
—Hablaba de mí —señaló la mujer.
—Ah, claro.
—Sigo pensando que si remuevo la tierra y arranco las malas hierbas con frecuencia, las cosas se arreglarán, que la perfección del jardín es la perfección de todo lo demás, pero no estoy segura de que todo lo demás vuelva a ser perfecto alguna vez.
—Yo no estoy segura de que antes todo fuera perfecto. Sencillamente, no era tan malo como podía haber sido.
Su madre se volvió hacia ella. Se la veía muy joven, tremendamente vulnerable, con un lado de la nariz manchado de tierra. Lali resistió la tentación de limpiárselo, pero al final no pudo permitir que el servicio la viera de ese modo, que pareciera menos condesa.
—Te has puesto perdida.
Con el pulgar, le quitó la tierra de la cara.
—A veces creo que me gusta más el olor de la tierra que el de las flores —confesó Elizabeth sonriendo.
—Será la muchacha granjera que llevas dentro.

1 comentario:

  1. Hay lindos pensaron en lo mismo....<3
    Euge me recordo cuando dijo en CA4 (Jazmín campana soy yo)jajaja
    Muy bueno el capitulo :)
    Besitos
    Marines

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