Euge le dio un Buen consejo a Lali
Cuanto más
conocía Peter al duque de Harrington, mejor le caía éste. Quizá porque, lo
mismo que él, había recibido su título inesperadamente. Bueno, no exactamente
igual que Peter y tampoco de forma totalmente inesperada. Era el segundo hijo
legítimo y había crecido sabiendo que existía una posibilidad de que se
convirtiera en duque, a diferencia de Peter, que jamás había tenido ni la más
remota idea de lo que lo esperaba.
Harrington no
era nada ostentoso, y se había ganado una mirada furiosa de Lali cuando le había
dicho a Peter que podía llamarlo Nicolas.
—Se supone que
Peter está aprendiendo a dirigirse correctamente a las personas —lo había
reprendido ella.
—Le compraré
uno de los libros de Eugenia —había prometido Nicolas.
También Huntingdon
le había gustado a Peter de inmediato, tal vez porque, cuando se había quitado
los guantes para cenar, había visto que tenía manos de granjero y, por lo que
él sabía, los aristócratas no realizaban trabajos físicos, aunque los tiempos
estaban cambiando.
La cena
resultó muy divertida, la conversación fue agradable y nadie juzgó sus
acciones. La locura de semejante cantidad de cubiertos de plata tenía su
método: había que ir cogiéndolos de fuera adentro. Le costó un poco aprender a
comer con el tenedor en la mano izquierda, porque estaba acostumbrado a usar la
derecha, pero, según Lali, era signo de buena educación utilizar sólo la
izquierda. La derecha era sólo para el cuchillo, le dijo, que quizá necesitara
para cortarse el cuello, replicó él.
Nicolas se
esforzó por no reírse del comentario, mientras Eugenia y Lali consideraron
oportuno reprenderlo profusamente por una observación tan vulgar. Sulfurar a
Eugenia era casi tan divertido como irritar a Lali.
Esta, sentada
a su lado, procuraba guiarlo durante la comida, con susurros y pequeños
codazos, y sólo en unas cuantas ocasiones había perdido la paciencia y lo había
regañado por no esforzarse. La verdad, Peter no le veía sentido a aquel
esfuerzo. Si sostener el tenedor con la mano derecha iba a suponer que alguien
tuviera mala opinión de él, no estaba del todo convencido de que esa persona y
su opinión le importaran mucho.
Si la cena no
hubiera sido un ensayo, los comensales se habrían sentado de otro modo. Pero a
Peter no le importó. Tener a Lali sentada a su lado y poder oler su perfume,
percibir el calor que irradiaba de su cuerpo, era muchísimo más agradable que
tenerla sentada enfrente.
—Menos mal que
ya ha terminado —dijo Nicolas en cuanto las jóvenes salieron del comedor. —Apenas
tolero estas cenas formales.
La cena había
concluido tras ocho platos. Las damas se habían retirado al salón y los
caballeros seguían sentados a la mesa para poder disfrutar de un coñac y de una
conversación «de hombres». Aun a riesgo de parecer desagradecido, Peter habría
preferido que las mujeres estuvieran presentes. No creía que allí se las
apreciara lo suficiente. No veía la necesidad de buscar un momento para hablar
con otros hombres, pero Lali había insistido.
—¿Formal?
Cielo santo, Nicolas, formal es una cena con un centenar de comensales. Lo
nuestro no ha sido más que una velada agradable —lo corrigió Huntingdon.
Nicoas miró a
Peter y señaló a Huntingdon con la cabeza: —A diferencia de ti y de mí, no ha
tenido la suerte de conocer otra cosa que la vida aristocrática.
—¿Cuándo fue
la última vez que recogiste la cosecha del trigo? —le preguntó Huntingdon.
—Debo confesar
que lo más parecido que he hecho ha sido cargar un barco, y ése, amigo mío, es
un trabajo matador.
Peter se rió entre dientes y
llamó la atención de los otros dos hombres.
—Creía que los
nobles debían fingir que jamás habían levantado un dedo.
—Así es —dijo
Huntingdon. —Lamento el desliz.
—¿Cómo están
mi hermano y su familia? —preguntó Nicolas, mientras el lacayo le servía un
poco de coñac.
—Les iba bien
la última vez que los vi —respondió Peter. —Construyéndose una casa nueva,
viajando un poco.
—Me alegra
saberlo. A Grayson su infancia aquí le resultó muy dura, por no ser legítimo y
demás. Esas cosas siempre suscitan desaprobación. Además, mi hermano mayor,
Quentin, no fue precisamente amable con él.
—¿Es corriente
la crueldad entre la aristocracia? —preguntó Peter. —Porque también he oído
unas cuantas cosas malas sobre mi padre.
—No, la
verdad. En general, la aristocracia se compone de hombres y mujeres buenos que
se toman sus obligaciones y su posición muy en serio y con mucha honestidad y
nobleza. Pero como en todas partes, abundan las excepciones, y tenemos nuestras
manzanas podridas. —Nicolas bebió un sorbo de su coñac. —Creo que ésta es la
parte de la velada en que debo instruirte sobre las costumbres de sobremesa.
Lali me ha susurrado al oído antes de salir del comedor que tienes la mala
costumbre, lo ha dicho ella, no yo, de fumar. Por tanto, éstas son las normas
que yo conozco. Si decides disfrutar de un puro o un cigarrillo, luego no
puedes volver con las damas. No es cortés estar con ellas si la ropa te huele a
humo, salvo que el anfitrión tenga una sala para fumar y pueda ofrecerte una
chaqueta para la ocasión, entonces sí. Yo no tengo ninguna de las dos cosas.
—Una pena,
porque llevo unos puros excelentes en el bolsillo de la chaqueta.
—¿En serio?
Aún no he añadido el tabaco a la lista de mis vicios. ¿Crees que si salimos a
la terraza evitaremos que la ropa nos huela a humo?
Peter sonrió.
—Es mi lugar
favorito.
Nicolas hizo
que les rellenaran las copas de coñac antes de acompañar a Peter y a Huntingdon
a la terraza. Al poco, los tres se estaban fumando un puro y saboreando su copa
de coñac.
—Creo que éste
podría ser el comienzo de otro de mis malos hábitos —señaló Nicolas.
—Se me ocurren
otros peores. Incluso he probado algunos —comentó Peter.
—Yo también,
aunque el matrimonio los ha recortado considerablemente.
—Tengo
entendido que conociste a Gina en Texas —le dijo Huntingdon a Peter.
Este asintió
con la cabeza.
—No tanto como
a Euggenia, porque la familia de Gina se fue de Texas. ¿Alguna vez te ha dicho
que quisiera volver allá?
—No, creo que
es muy feliz aquí.
Apoyándose en
la columna, Peter se preguntó qué haría
falta para que Lali lo fuera también.
—Dime, ¿qué
importancia tiene todo esto que Lali considera tan condenadamente importante?
—¿Te refieres
a la Temporada social? —preguntó Nicolas.
—A la Temporada
social, a los modales, a la etiqueta, al empeño en causar buena impresión. A
cualquier de esas cosas. A todas ellas.
Mientras
estudiaba a Peter, Nicolas le dio una calada a su puro.
—En realidad,
es importantísimo. Amplía o limita tus opciones, según lo bien que...
representes tu papel. Lo creas o no, tu tarea más urgente es casarte y tener un
descendiente que herede tus títulos.
Peter no pudo
contener la risa.
—No lo dirás
en serio.
—Por
desgracia, sí. Si los rumores que circulan sobre tu situación económica son
ciertos, entiendo que no tienes problemas en ese aspecto. Tendrás que
supervisar tus propiedades, naturalmente, pero para ello puedes delegar en
otras personas, y bastará con que tú hagas un seguimiento para asegurarte de
que las cosas se han hecho correctamente.
Sin embargo,
encontrar una esposa adecuada, amigo mío, lleva su tiempo, y ésa es la
finalidad de la Temporada social. Cada baile es un mercado matrimonial. Echas
un vistazo a lo que se ofrece, eliges una y la conquistas para que, al final de
la Temporada, lleve tu anillo en lugar del de otro.
—Entonces, si
no busco esposa, podría prescindir de todas esas tonterías.
—Creía que Lali
tenía previsto volver a Texas.
—Y así es.
—Eso no significaba que Peter hubiera renunciado a ella por completo. Le dio
otra calada a su puro. —Por lo visto, aquí se siente infeliz.
—No puedo
decir nada al respecto, yo la conocí la temporada pasada. Antes de eso, yo era
una especie de... marginado social.
Peter lo
estudió con los ojos entrecerrados.
—¿Cómo se
convierte uno en un marginado social?
—Con un poco
de escándalo familiar, lo que, a mi juicio, no me convierte en la persona ideal
para instruirte sobre la conducta más decorosa. No obstante, en teoría todo
está perdonado, y ya he recuperado mi buena reputación; pero sólo gracias a Eugenia.
—Ella es feliz
aquí.
—Muchísimo.
—¿Cómo lo has conseguido?
—No creo que
yo haya tenido mucho que ver. Se desenvuelve bien con toda esa ceremonia que yo
encuentro tan tediosa.
—Si la
encuentras tediosa, ¿por qué sigues en Londres? —Porque ella lo adora, y yo la
adoro a ella. Además, debo sentar las bases para que nuestros hijos, cuando
lleguen, sean aceptados y queridos por todos aquellos a quienes conozcan.
—Yo estoy
acostumbrado a que se juzgue a un hombre por sus propios méritos —replicó Peter
con una mueca.
—Igual que un
hombre puede sobreponerse a sus escándalos familiares, sus escándalos pueden
hundir a toda su familia. La conducta indecorosa no se tolera bien, sobre todo
entre los aristócratas de mayor abolengo. Aunque me gustaría que fuera de otra
forma, te aconsejo que te Peter es muy en serio las lecciones de Lali. Una
reputación manchada no se limpia fácilmente.
—Lali dice que
hace falta valor para prosperar aquí. —Sin duda, y de un tipo al que
probablemente no estés acostumbrado. Sospecho que los peligros a los que te
enfrentabas en Texas eran sumamente claros, visibles, incuestionables. Aquí no
siempre resultan tan obvios.
—He estado
pensando que si pudiera averiguar qué es lo que hace infeliz a Lali, quizá
lograra arreglarlo y convencerla de que se quedara.
—Y así no
tendrías que buscar esposa. Peter miró a la oscuridad. Si Lali se marchaba...
—¿Cómo puede uno casarse con alguien a quien no ama?
—Mi padre lo
hizo. Mi madre y él fueron desgraciados buena parte de sus vidas, y eso
repercutió en sus hijos, que también fueron infelices.
—Sí —dijo Peter
en voz baja. —Ya veo que podría afectar a muchas personas.
—Por
experiencia propia, puedo afirmar que un matrimonio de conveniencia no tiene
que resultar forzosamente desafortunado —señaló Huntingdon. —Yo me casé por
dinero, y tuve la suerte de encontrar también el amor.
—Aun así,
debes reconocer que, entre la aristocracia, casarse por cualquier otra razón
que no sea amor es lo más habitual —replicó Nicolas. —Política, prestigio,
dinero... Supongo que por eso muchos tienen amantes.
—No puedo
imaginar casarme por ninguna de esas razones —dijo Peter.
—¿Insinúas que
en Texas la gente sólo se casa por amor?
Peter negó con
la cabeza mientras apuraba su coñac.
—No. Los
hombres necesitan compañeras, las mujeres buscan seguridad. A veces es para
combatir la soledad. Pero me da la impresión de que nuestras razones son más
sinceras que las vuestras.
—Vas a tener
que dejar de pensar que no eres uno de los nuestros —le advirtió Nicolas
riéndose entre dientes. —Eso no sentará bien a tus pares.
—¿Y crees que
es algo que deba preocuparme, que les siente bien o mal a mis pares?
—Si un día te
casas y tienes hijos, la respuesta es sí, más vale que te importe la opinión
que el resto de la aristocracia tenga de ti. Eso no significa que no puedas ser
tú mismo, sólo que tienes que hacerlo dentro de los límites de nuestra
sociedad.
Peter empezaba
a entender por qué Lali se sentía desgraciada allí. No era un lugar en el que
una muchacha pudiese dejar que un adolescente le desabrochara el corpiño. Ni
siquiera era un lugar donde un adolescente se atreviera a hacerlo. Con tanta
carabina y tantas normas, lo raro era que un hombre lograra averiguar con quién
quería pasar el resto de sus días, más aún a quién amaba.
Tres
caballeros de pelo oscuro se habían sentado a la mesa durante la cena. Por su
conducta, Lali hubiese sido incapaz de distinguir a los dos que se habían
criado en Inglaterra del que no lo había hecho. Sólo cuando hablaba, en Peter
se notaba que había recorrido un tortuoso camino hasta su destino.
Sin embargo,
había observado que incluso su acento era menos pronunciado que de costumbre,
como si se esforzara por mantener al mínimo las diferencias. La joven se había
sentado a su lado para poder comentar en voz baja sus modales cuando fuera
necesario, y apenas había tenido que decirle nada en toda la cena, salvo
insistirle en que cogiera el tenedor con la mano izquierda.
—Creo que la
cena ha ido estupendamente —dijo Eugenia, sentada en el salón con sus amigas,
bebiendo té mientras los hombres bebían coñac en el comedor. —¿No te parece, Lali?
—¿Qué? Ah, sí
—respondió ésta, tratando de centrar su atención en la conversación en lugar de
en los pensamientos que había tenido durante la velada. Sabía que Eugenia y
Gina probablemente no estarían de acuerdo, pero ella pensaba que Peter era el
más guapo de los tres; decidirlo no le había costado nada.
—Me ha dado la
impresión de que Peter se sentía muy a gusto en nuestra compañía durante la
cena —señaló Gina. —A mí aún me da urticaria sólo con que Devon mencione que
debemos asistir a algún evento de gala.
A Lali le
resultaba curioso que las dos mujeres en las que más confiaba tuvieran
opiniones tan dispares sobre la etiqueta: Gina odiaba cualquier cosa que
tuviera que ver con ella, mientras que a Eugenia le encantaba.
—Te preocupas
demasiado —dijo Eugenia.
—Curiosas
palabras en alguien que lo ha considerado lo bastante importante como para
escribir un libro al respecto —respondió Gina.
Lo que tenían
en común era que ninguna de las dos temía expresar su opinión.
—Pareces a
kilómetros de distancia —comentó Eugenia.
Lali miró a su
prima y a Gina y negó con la cabeza.
—Estoy
sorprendida, eso es todo.
—¿De qué?
—preguntó Gina.
—Temo ser tan
culpable como cualquier otra dama londinense de pensar que Peter iba a
comportarse como un bárbaro.
—No hay muchas
cosas en las que uno pueda equivocarse durante una cena —señaló Eugenia.
—Al menos, un
caballero no —añadió Gina. —La disposición de los invitados, los platos que se
van a servir, todo lo importante es responsabilidad de las mujeres. Los hombres
sólo tienen que sentarse donde se les dice y comerse lo que les pongan delante.
—Sí, supongo
que eso es cierto. —Aun así, en aquella cena había ocurrido algo que preocupaba
a Lali. —Parecía tan seguro de sí mismo...
—¿Y por qué
no? Estaba entre amigos —replicó su prima.
—¿No le habrás
dado una clase cuando has ido a verlo esta mañana?
—Claro que no.
Yo sólo pretendía que se sintiera a gusto.
—¿Y qué pasa
si le dan clases en otro lado? —quiso saber Gina.
—No pasa nada,
sólo que yo ya podría estar de camino a Texas si no fuera porque le prometí que
le enseñaría.
—Me cuesta
creer que quisieras perderte la Temporada social —comentó Eugenia.
—Eso es porque
a ti te encanta —le dijo Gina.
Lali meneó la
cabeza.
—Después de
rechazar a Martinez, mi Temporada será de lo más aburrido. Sospecho que tendré
muy pocos bailes.
—Eres una
heredera, Lali —le recordó Gina. —Tendrás bailes, y muchos. Quizá los amigos de
Martinez sientan compasión de él, pero no hay un lord en todo Londres que no se
alegrara al saber que aún podía tener una oportunidad de llenar las arcas
familiares con lo que el matrimonio contigo le reportase. Créeme, sé muy bien
lo desesperados que están algunos por echar mano a algo de dinero.
Ella se había
casado con Devon para llenar las arcas de Huntingdon, un matrimonio de
conveniencia que, de forma inesperada, se había convertido en un matrimonio por
amor, mientras que, si Lali se hubiera casado con Peter hacía tiempo, su
matrimonio por amor se habría convertido en un matrimonio de conveniencia.
Aunque no podía imaginar lo distintas que habrían sido sus experiencias en
Inglaterra de haberlo tenido a su lado, rebosando confianza aun cuando ni
siquiera se sentía seguro de sí mismo, haber tenido sus besos, sus caricias...
—¿Qué vas a
hacer con Peter? —preguntó Eugenia.
Lali tragó
saliva y se quedó mirando a su prima.
—¿Cómo dices?
— Peter. ¿Qué
otras clases vas a darle?
—Ah, las
clases, sí. Eh... bueno, está tu baile de la semana que viene, claro. Tendremos
que repasar el protocolo.
—¿Quieres que
organice un pequeño baile antes para que podáis ensayar? —le ofreció Eugenia.
—No, no será
necesario —se rió Lali. —Le puedo explicar lo que necesita saber. Lo único que
quiere es que no lo vean como a un bárbaro. Supongo que bastará con una salida
al teatro.
—¿De verdad
vas a volver a Texas? —preguntó Gina, cambiando de tema bruscamente antes de
que Lali pudiera enumerar las clases que tenía previstas.
—Así es. ¿Te
doy envidia? —dijo, sonriendo cariñosa.
—Es curioso,
pero no. Para volver a Texas tendría que dejar a Devon. Y no puedo imaginar mi
vida sin él. Tú querías a Peter...
—Era una niña.
Los dos hemos cambiado mucho.
—¿Y si,
mientras le ayudas, te vuelves a enamorar de él? —inquirió su prima.
Ignorando su
pregunta, Lali se levantó, se dirigió a la ventana y empezó a contemplar el
jardín.
—Parece que
los hombres han salido fuera a fumarse un puro.
—¿Vamos con
ellos? —preguntó Gina. —Siempre me ha parecido una tontería separar a los
hombres de las mujeres después de la cena.
—A ti todo te
parece una tontería —replicó Eugenia.
—Porque casi
todo lo es.
—¿De qué
creéis que hablan cuando se libran de nosotras? —preguntó Lali en voz baja.
—Nicolas me
asegura que de nada importante —contestó Eugenia.
—Podríamos
espiarlos y escuchar —propuso Gina.
—Eso sería muy
indecoroso —objetó Lali.
—Somos damas
texanas —dijo Gina. —Nos hemos ganado el derecho a ser indecorosas.
Sonriendo, Lali
giró sobre sus talones.
—¿Nos hemos
ganado el derecho?
Gina se
encogió de hombros.
—Quizá «ganado»
no sea la palabra adecuada. Pero sea cual sea, carece de importancia. Si
queremos saber de qué hablan, basta con que escuchemos.
—Estoy
intentando enseñarle a Peter una conducta decorosa.
—Una conducta
aburrida, diría yo.
—No me
interesa tu opinión —espetó Lali. —¿Crees que quiero verlo cambiar, que quiero
ser responsable de enjaular todo lo que una vez amé de él? —Se tapó la cara con
las manos y contuvo las lágrimas.
—Lali...
Notó a sus dos
amigas a su lado. Sorbiendo con escasa elegancia, bajó las manos.
—Lo siento. Él
no quiere ponerse en ridículo y yo prometí ayudarlo, y sé que es una tontería,
pero echo de menos al muchacho que fue.
—Pero eso
también te ocurriría aunque no le estuvieras enseñando —razonó Eugenia. —Hace
mucho que dejó de ser el muchacho que tú conocías. Tal vez sea hora de que le
eches un buen vistazo al hombre en que se ha convertido.
—Ha sido mucho
más agradable de lo que me imaginaba —reconoció Peter mientras el coche
recorría las silenciosas calles.
Lali estaba
sentada trente a él, pero podía percibir el suave olor de un puro muy aromático
y un mínimo resto del coñac que había bebido junto con la fragancia increíble y
maravillosamente masculina que le era propia. Ocupaba mucho espacio en el
interior del coche, no porque fuera enorme, sino por lo consciente que Lali era
de sus piernas largas, de sus músculos de acero, de su fuerte pecho y sus
anchas espaldas. «Es hora de que le eches un buen vistazo al hombre», le había
sugerido su prima. Como si tuviera elección. Como si todos los detalles de su
apariencia no le llamaran la atención, no le resultaran agradables. Como si no
fuera consciente de cada vez que respiraba. Como si no pudiera detectar el
contorno de sus manos en la oscuridad, apoyadas en los muslos; como si no
pudiera imaginarlas buscando a tientas los botones de su corpiño...
—¿En qué
piensas? —le preguntó él.
—Eugenia...
—carraspeó con la esperanza de que su voz no sonara como una bisagra sin
engrasar—... va a dar el primer baile de la Temporada la semana que viene.
Hacía una lista mental de los puntos que debemos repasar para entonces.
—«Mentirosa, mentirosa»—Supongo que tendremos que buscarte unas clases de
baile...
—Sé bailar.
Lali rió
discretamente.
—Los bailes de
aquí son algo distintos de los que tú conoces, Peter.
—Sé cómo se
baila aquí. El padrastro de Eugenia nos dio unas clases a un puñado de vaqueros
justo antes del decimoctavo cumpleaños de ella. Creo que fue parte de su
regalo: asegurarse de que no le destrozábamos los pies.
—Ah, sí, mencionó
que habíais bailado, pero no me indicó que se te diera bien.
—No veo por
qué iba a hacerlo.
Porque era una
parte de él que Lali quería conocer. Ansiaba saber hasta el más mínimo detalle.
Mientras contemplaba la noche por la ventanilla, se preguntó por qué le
molestaba tanto imaginarse a su prima bailando con Peter, en sus brazos,
sintiendo el calor de su cuerpo... Que ella hubiera bailado con él cuando Lali
nunca lo había hecho. No creía que estuviera celosa. No, claro que no. Sólo la desconcertaba
que hubiera tantos aspectos de él con los que no estaba familiarizada, tantas
cosas que Peter había vivido y ella desconocía por completo.
Al tiempo que
se toqueteaba el tejido de la falda, pensó 1 en todo lo que no sabía.
—Antes de
venir aquí, podías haberle pedido a Grayson Rhodes que te enseñara todo lo que
querías saber —dijo al fin.
—No tuve
tiempo más que de embarcarme en un vapor e intentar averiguar qué era todo este
lío. Además, no estaba seguro de que, al llegar, no fuera a descubrir que había
sido un error. ¿No habría hecho el ridículo si antes hubiera ido por ahí
diciéndole a todo el mundo que era conde cuando en realidad no lo era?
Lali nunca se
había percatado de lo mucho que a Peter le preocupaba la impresión que causaba
en los demás, y se preguntó qué parte de su vida sería responsable de eso.
—Entonces, ¿te
ves capaz de manejarte bien en un baile?
—Eso creo.
—De acuerdo,
entonces organizaré otras salidas para antes de la Temporada. Es importante
dejarse ver, y si Nicolas y Eugenia nos acompañan, podrían presentarte a
algunas personas antes del baile para que una vez allí no te sientas entre
extraños.
—Nicolas me
cae bien —dijo, como si estuviera cansado de hablar de etiqueta.
Ella ya le
había advertido que le pasaría.
—Eugenia lo
quiere mucho.
—Creo que el
sentimiento es mutuo.
—La temporada
pasada quiso mandarla fuera, pero ella se negó. Se quedó a su lado cuando nadie
más lo habría hecho.
—Para ser una
ciudad con tantas normas sobre decoro, parece que abundan los escándalos.
—Imagina
cuántos más habría si no tuviéramos normas.
—Quizá sea el
exceso de normas la causa de los problemas. Algunas personas sienten la
necesidad de saltárselas, o al menos de buscar el modo de aprovecharse de
ellas. —¿Es eso lo que tú haces, Peter?
—¿No me
conoces lo suficiente como para saber que no me basta con aprovecharme de
ellas? Prefiero saltármelas.
—¿Aunque
perjudiques a alguien?
—No veo cómo
puede perjudicar a nadie que coja el tenedor con la derecha.
—¿Hay alguna
norma que no te saltarías?
—Claro que sí.
—Es por
decírselo a mi madre; eso la tranquilizaría. —Lo dudo.
El tono de voz
de Peter le pareció de pronto peligroso, y Lali creyó conveniente cambiar de
tema.
—¿Sabías que
aquí se espera que las damas se desmayen? Hace ya algún tiempo, lady Blythe dio
una fiesta en la que todas las chicas tenían que practicar el desmayo, y se
daban consejos unas a otras para hacerlo más verosímil.
—No te imagino
desmayándote —comentó Peter, riéndose entre dientes.
—Nunca me he
desmayado. Veo una tontería parecer indefensa cuando no lo eres.
—Quizá se
desmayan porque piensan que así los hombres se sienten más fuertes y
protectores.
—No deja de
ser una tontería. ¿Tú te casarías con una mujer completamente indefensa?
—No. Yo quiero
una mujer que pueda hacerme frente, que sepa entender mis bromas y
devolvérmelas. Una mujer que me ponga en mi sitio si me paso de la raya.
—A lo mejor
escribo un libro como el de Eugenia, pero lo titularé Cómo domesticara un
vaquero. Se venderá bien mientras no te cases y todas las damas de Londres sigan
pensando que pueden conquistarte.
—Nicolas me ha
dicho que aquí nadie se casa necesariamente por amor.
—Eso no
significa que no practiquen la conquista. Forma parte del juego. Y tú tendrás
que casarte, Peter. Necesitas un heredero.
—Ravenleigh no
lo tiene. ¿Crees que le preocupa?
—Por raro que
parezca, nunca ha presionado a mamá para que le dé un hijo varón. Que yo sepa.
De hecho, no le importa que lo herede todo su sobrino. —Bostezó. —En general,
lo has hecho muy bien esta noche.
—No quería avergonzarte.
—Eso era lo
bueno de cenar con Eugenia. A nadie le habría importado.
—Nicolas y yo
podríamos ser buenos amigos.
—Sí, los dos
tenéis algo de perversos.
—Y me parece
que a ti te gusta esa perversidad.
—No me
obligues a demostrarte que te equivocas, Peter.
—Temes
descubrir que tengo razón.
Se levantó y
fue a sentarse a su lado.
—Un caballero
no debe sentarse junto a una dama... —empezó Lali.
—Lo sé.
La hizo callar
sellándole los labios con un dedo. Un dedo desnudo. ¿Cuándo se había quitado
los guantes? —¿No te cansas de recitar normas? —le preguntó. —Para eso me
pagas.
—Cuando
estamos tú y yo solos, las normas me dan igual.
Antes de que
pudiera replicar, los labios de él cubrían los suyos y su lengua se introducía
en su boca con avidez. Percibió el gusto del coñac que Peter se había tomado,
saboreó su esencia única. Debía apartarlo de sí, hacer que se parara... y lo
haría, en unos segundos. Le permitiría una caricia más de su lengua, un jadeo
más, un gemido más, un...
El carruaje se
detuvo y se separaron. Lali pudo ver la sonrisa de satisfacción de él oculta en
la penumbra del vehículo.
—Con esto no
has demostrado nada —espetó ella.
Su sonrisa se
hizo aún mayor. Lali sabía que estaba protestando demasiado. Cuando se trataba
de Peter, no tenía voluntad para resistirse.
Se abrió la
puerta y el lacayo la ayudó a apearse. Peter bajó después y la acompañó hasta
los escalones de la entrada. Al llegar arriba, Lali puso la mano en el pomo de
la puerta.
—¿Y ahora qué?
—preguntó él, consciente de que ella había previsto desaparecer antes de que
pudiera volver a besarla.
—Hablaré con Eugenia,
veré cuándo está disponible y te mandaré aviso.
Peter le
recorrió un lado del cuello con el dedo y el deseo la inundó hasta las suelas
de los zapatos.
—Ha sido sólo
un beso —dijo él en voz baja.
¿Sólo un beso?
Eso era como decir que las joyas de la Co¡ roña eran sólo joyas o el Big Ben
sólo un campanario.
—Esto no hará
más que ponérmelo más difícil cuando tenga que marcharme.
—¿Preferirías
no tener recuerdos que llevarte?
Lo miró por
encima del hombro.
—Preferiría
que nos atuviéramos al trato que hicimos.
—Muy bien. —Le
tomó la mano, le quitó el guante muy despacio y le depositó un beso en los
nudillos. —Pero no olvides que tenemos dos tratos, y que debemos cumplirlos los
dos.
Antes de que
ella pudiera comentar que el trato que habían hecho de niños jamás se
cumpliría, él ya había dado media vuelta y bajado corriendo los escalones. No
lo cumpliría. Estaba loco si pensaba que iba a hacerlo.
Entró en la
casa y decidió que, a la mañana siguiente, le pediría a Molly que se deshiciera
de todos los trajes o vestidos que tuviera con botones delante. No porque
pensara que Peter se fuera a aprovechar sin su permiso, sino porque él tenía
razón: temía no poder resistir la tentación.
En el interior
de su carruaje, Peter acarició el guante, lo estiró entre sus dedos y se
preguntó cuándo se daría cuenta de que no se lo había devuelto. Cada instante
que pasaba con ella era puro tormento, estar a su lado y no tocarla, ceder a la
tentación de besarla sin llegar a poseerla.
No tenía claro
cuándo habían cambiado sus planes respecto a Lali, cuándo había decidido que no
le interesaba tanto que lo instruyese como demostrarle la pasión y el ardor que
podía existir entre ellos.
No quería que
se marchara dejando nada inexplorado, y eso significaba que debía hacer cuanto
estuviera en su mano para romper su fachada de reserva, deshacer sus años de
aprendizaje, conseguir que lo deseara tanto como él a ella.
Lali acéptalo lo amas..Peter no dejes que se valla...Lindo capitulo
ResponderEliminarBesitos
Marines
P.D que embole con los cubiertos eee