viernes, 7 de junio de 2013

Capitulo 26

Euge le dio un Buen consejo a Lali 



Cuanto más conocía Peter al duque de Harrington, mejor le caía éste. Quizá porque, lo mismo que él, había recibido su título inesperadamente. Bueno, no exactamente igual que Peter y tampoco de forma totalmente inesperada. Era el segundo hijo legítimo y había crecido sabiendo que existía una posibilidad de que se convirtiera en duque, a diferencia de Peter, que jamás había tenido ni la más remota idea de lo que lo esperaba.
Harrington no era nada ostentoso, y se había ganado una mirada furiosa de Lali cuando le había dicho a Peter que podía llamarlo Nicolas.
—Se supone que Peter está aprendiendo a dirigirse correctamente a las personas —lo había reprendido ella.
—Le compraré uno de los libros de Eugenia —había prometido Nicolas.
También Huntingdon le había gustado a Peter de inmediato, tal vez porque, cuando se había quitado los guantes para cenar, había visto que tenía manos de granjero y, por lo que él sabía, los aristócratas no realizaban trabajos físicos, aunque los tiempos estaban cambiando.
La cena resultó muy divertida, la conversación fue agradable y nadie juzgó sus acciones. La locura de semejante cantidad de cubiertos de plata tenía su método: había que ir cogiéndolos de fuera adentro. Le costó un poco aprender a comer con el tenedor en la mano izquierda, porque estaba acostumbrado a usar la derecha, pero, según Lali, era signo de buena educación utilizar sólo la izquierda. La derecha era sólo para el cuchillo, le dijo, que quizá necesitara para cortarse el cuello, replicó él.
Nicolas se esforzó por no reírse del comentario, mientras Eugenia y Lali consideraron oportuno reprenderlo profusamente por una observación tan vulgar. Sulfurar a Eugenia era casi tan divertido como irritar a Lali.
Esta, sentada a su lado, procuraba guiarlo durante la comida, con susurros y pequeños codazos, y sólo en unas cuantas ocasiones había perdido la paciencia y lo había regañado por no esforzarse. La verdad, Peter no le veía sentido a aquel esfuerzo. Si sostener el tenedor con la mano derecha iba a suponer que alguien tuviera mala opinión de él, no estaba del todo convencido de que esa persona y su opinión le importaran mucho.
Si la cena no hubiera sido un ensayo, los comensales se habrían sentado de otro modo. Pero a Peter no le importó. Tener a Lali sentada a su lado y poder oler su perfume, percibir el calor que irradiaba de su cuerpo, era muchísimo más agradable que tenerla sentada enfrente.
—Menos mal que ya ha terminado —dijo Nicolas en cuanto las jóvenes salieron del comedor. —Apenas tolero estas cenas formales.
La cena había concluido tras ocho platos. Las damas se habían retirado al salón y los caballeros seguían sentados a la mesa para poder disfrutar de un coñac y de una conversación «de hombres». Aun a riesgo de parecer desagradecido, Peter habría preferido que las mujeres estuvieran presentes. No creía que allí se las apreciara lo suficiente. No veía la necesidad de buscar un momento para hablar con otros hombres, pero Lali había insistido.
—¿Formal? Cielo santo, Nicolas, formal es una cena con un centenar de comensales. Lo nuestro no ha sido más que una velada agradable —lo corrigió Huntingdon.
Nicoas miró a Peter y señaló a Huntingdon con la cabeza: —A diferencia de ti y de mí, no ha tenido la suerte de conocer otra cosa que la vida aristocrática.
—¿Cuándo fue la última vez que recogiste la cosecha del trigo? —le preguntó Huntingdon.
—Debo confesar que lo más parecido que he hecho ha sido cargar un barco, y ése, amigo mío, es un trabajo matador.
Peter se rió entre dientes y llamó la atención de los otros dos hombres.
—Creía que los nobles debían fingir que jamás habían levantado un dedo.
—Así es —dijo Huntingdon. —Lamento el desliz.
—¿Cómo están mi hermano y su familia? —preguntó Nicolas, mientras el lacayo le servía un poco de coñac.
—Les iba bien la última vez que los vi —respondió Peter. —Construyéndose una casa nueva, viajando un poco.
—Me alegra saberlo. A Grayson su infancia aquí le resultó muy dura, por no ser legítimo y demás. Esas cosas siempre suscitan desaprobación. Además, mi hermano mayor, Quentin, no fue precisamente amable con él.
—¿Es corriente la crueldad entre la aristocracia? —preguntó Peter. —Porque también he oído unas cuantas cosas malas sobre mi padre.
—No, la verdad. En general, la aristocracia se compone de hombres y mujeres buenos que se toman sus obligaciones y su posición muy en serio y con mucha honestidad y nobleza. Pero como en todas partes, abundan las excepciones, y tenemos nuestras manzanas podridas. —Nicolas bebió un sorbo de su coñac. —Creo que ésta es la parte de la velada en que debo instruirte sobre las costumbres de sobremesa. Lali me ha susurrado al oído antes de salir del comedor que tienes la mala costumbre, lo ha dicho ella, no yo, de fumar. Por tanto, éstas son las normas que yo conozco. Si decides disfrutar de un puro o un cigarrillo, luego no puedes volver con las damas. No es cortés estar con ellas si la ropa te huele a humo, salvo que el anfitrión tenga una sala para fumar y pueda ofrecerte una chaqueta para la ocasión, entonces sí. Yo no tengo ninguna de las dos cosas.
—Una pena, porque llevo unos puros excelentes en el bolsillo de la chaqueta.
—¿En serio? Aún no he añadido el tabaco a la lista de mis vicios. ¿Crees que si salimos a la terraza evitaremos que la ropa nos huela a humo?
Peter sonrió.
—Es mi lugar favorito.
Nicolas hizo que les rellenaran las copas de coñac antes de acompañar a Peter y a Huntingdon a la terraza. Al poco, los tres se estaban fumando un puro y saboreando su copa de coñac.
—Creo que éste podría ser el comienzo de otro de mis malos hábitos —señaló Nicolas.
—Se me ocurren otros peores. Incluso he probado algunos —comentó Peter.
—Yo también, aunque el matrimonio los ha recortado considerablemente.
—Tengo entendido que conociste a Gina en Texas —le dijo Huntingdon a Peter.
Este asintió con la cabeza.
—No tanto como a Euggenia, porque la familia de Gina se fue de Texas. ¿Alguna vez te ha dicho que quisiera volver allá?
—No, creo que es muy feliz aquí.
Apoyándose en la columna, Peter  se preguntó qué haría falta para que Lali lo fuera también.
—Dime, ¿qué importancia tiene todo esto que Lali considera tan condenadamente importante?
—¿Te refieres a la Temporada social? —preguntó Nicolas.
—A la Temporada social, a los modales, a la etiqueta, al empeño en causar buena impresión. A cualquier de esas cosas. A todas ellas.
Mientras estudiaba a Peter, Nicolas le dio una calada a su puro.
—En realidad, es importantísimo. Amplía o limita tus opciones, según lo bien que... representes tu papel. Lo creas o no, tu tarea más urgente es casarte y tener un descendiente que herede tus títulos.
Peter no pudo contener la risa.
—No lo dirás en serio.
—Por desgracia, sí. Si los rumores que circulan sobre tu situación económica son ciertos, entiendo que no tienes problemas en ese aspecto. Tendrás que supervisar tus propiedades, naturalmente, pero para ello puedes delegar en otras personas, y bastará con que tú hagas un seguimiento para asegurarte de que las cosas se han hecho correctamente.
Sin embargo, encontrar una esposa adecuada, amigo mío, lleva su tiempo, y ésa es la finalidad de la Temporada social. Cada baile es un mercado matrimonial. Echas un vistazo a lo que se ofrece, eliges una y la conquistas para que, al final de la Temporada, lleve tu anillo en lugar del de otro.
—Entonces, si no busco esposa, podría prescindir de todas esas tonterías.
—Creía que Lali tenía previsto volver a Texas.
—Y así es. —Eso no significaba que Peter hubiera renunciado a ella por completo. Le dio otra calada a su puro. —Por lo visto, aquí se siente infeliz.
—No puedo decir nada al respecto, yo la conocí la temporada pasada. Antes de eso, yo era una especie de... marginado social.
Peter lo estudió con los ojos entrecerrados.
—¿Cómo se convierte uno en un marginado social?
—Con un poco de escándalo familiar, lo que, a mi juicio, no me convierte en la persona ideal para instruirte sobre la conducta más decorosa. No obstante, en teoría todo está perdonado, y ya he recuperado mi buena reputación; pero sólo gracias a Eugenia.
—Ella es feliz aquí.
—Muchísimo.
—¿Cómo lo has conseguido?
—No creo que yo haya tenido mucho que ver. Se desenvuelve bien con toda esa ceremonia que yo encuentro tan tediosa.
—Si la encuentras tediosa, ¿por qué sigues en Londres? —Porque ella lo adora, y yo la adoro a ella. Además, debo sentar las bases para que nuestros hijos, cuando lleguen, sean aceptados y queridos por todos aquellos a quienes conozcan.
—Yo estoy acostumbrado a que se juzgue a un hombre por sus propios méritos —replicó Peter con una mueca.
—Igual que un hombre puede sobreponerse a sus escándalos familiares, sus escándalos pueden hundir a toda su familia. La conducta indecorosa no se tolera bien, sobre todo entre los aristócratas de mayor abolengo. Aunque me gustaría que fuera de otra forma, te aconsejo que te Peter es muy en serio las lecciones de Lali. Una reputación manchada no se limpia fácilmente.
—Lali dice que hace falta valor para prosperar aquí. —Sin duda, y de un tipo al que probablemente no estés acostumbrado. Sospecho que los peligros a los que te enfrentabas en Texas eran sumamente claros, visibles, incuestionables. Aquí no siempre resultan tan obvios.
—He estado pensando que si pudiera averiguar qué es lo que hace infeliz a Lali, quizá lograra arreglarlo y convencerla de que se quedara.
—Y así no tendrías que buscar esposa. Peter miró a la oscuridad. Si Lali se marchaba... —¿Cómo puede uno casarse con alguien a quien no ama?
—Mi padre lo hizo. Mi madre y él fueron desgraciados buena parte de sus vidas, y eso repercutió en sus hijos, que también fueron infelices.
—Sí —dijo Peter en voz baja. —Ya veo que podría afectar a muchas personas.
—Por experiencia propia, puedo afirmar que un matrimonio de conveniencia no tiene que resultar forzosamente desafortunado —señaló Huntingdon. —Yo me casé por dinero, y tuve la suerte de encontrar también el amor.
—Aun así, debes reconocer que, entre la aristocracia, casarse por cualquier otra razón que no sea amor es lo más habitual —replicó Nicolas. —Política, prestigio, dinero... Supongo que por eso muchos tienen amantes.
—No puedo imaginar casarme por ninguna de esas razones —dijo Peter.
—¿Insinúas que en Texas la gente sólo se casa por amor?
Peter negó con la cabeza mientras apuraba su coñac.
—No. Los hombres necesitan compañeras, las mujeres buscan seguridad. A veces es para combatir la soledad. Pero me da la impresión de que nuestras razones son más sinceras que las vuestras.
—Vas a tener que dejar de pensar que no eres uno de los nuestros —le advirtió Nicolas riéndose entre dientes. —Eso no sentará bien a tus pares.
—¿Y crees que es algo que deba preocuparme, que les siente bien o mal a mis pares?
—Si un día te casas y tienes hijos, la respuesta es sí, más vale que te importe la opinión que el resto de la aristocracia tenga de ti. Eso no significa que no puedas ser tú mismo, sólo que tienes que hacerlo dentro de los límites de nuestra sociedad.
Peter empezaba a entender por qué Lali se sentía desgraciada allí. No era un lugar en el que una muchacha pudiese dejar que un adolescente le desabrochara el corpiño. Ni siquiera era un lugar donde un adolescente se atreviera a hacerlo. Con tanta carabina y tantas normas, lo raro era que un hombre lograra averiguar con quién quería pasar el resto de sus días, más aún a quién amaba.


Tres caballeros de pelo oscuro se habían sentado a la mesa durante la cena. Por su conducta, Lali hubiese sido incapaz de distinguir a los dos que se habían criado en Inglaterra del que no lo había hecho. Sólo cuando hablaba, en Peter se notaba que había recorrido un tortuoso camino hasta su destino.
Sin embargo, había observado que incluso su acento era menos pronunciado que de costumbre, como si se esforzara por mantener al mínimo las diferencias. La joven se había sentado a su lado para poder comentar en voz baja sus modales cuando fuera necesario, y apenas había tenido que decirle nada en toda la cena, salvo insistirle en que cogiera el tenedor con la mano izquierda.
—Creo que la cena ha ido estupendamente —dijo Eugenia, sentada en el salón con sus amigas, bebiendo té mientras los hombres bebían coñac en el comedor. —¿No te parece, Lali?
—¿Qué? Ah, sí —respondió ésta, tratando de centrar su atención en la conversación en lugar de en los pensamientos que había tenido durante la velada. Sabía que Eugenia y Gina probablemente no estarían de acuerdo, pero ella pensaba que Peter era el más guapo de los tres; decidirlo no le había costado nada.
—Me ha dado la impresión de que Peter se sentía muy a gusto en nuestra compañía durante la cena —señaló Gina. —A mí aún me da urticaria sólo con que Devon mencione que debemos asistir a algún evento de gala.
A Lali le resultaba curioso que las dos mujeres en las que más confiaba tuvieran opiniones tan dispares sobre la etiqueta: Gina odiaba cualquier cosa que tuviera que ver con ella, mientras que a Eugenia le encantaba.
—Te preocupas demasiado —dijo Eugenia.
—Curiosas palabras en alguien que lo ha considerado lo bastante importante como para escribir un libro al respecto —respondió Gina.
Lo que tenían en común era que ninguna de las dos temía expresar su opinión.
—Pareces a kilómetros de distancia —comentó Eugenia.
Lali miró a su prima y a Gina y negó con la cabeza.
—Estoy sorprendida, eso es todo.
—¿De qué? —preguntó Gina.
—Temo ser tan culpable como cualquier otra dama londinense de pensar que Peter iba a comportarse como un bárbaro.
—No hay muchas cosas en las que uno pueda equivocarse durante una cena —señaló Eugenia.
—Al menos, un caballero no —añadió Gina. —La disposición de los invitados, los platos que se van a servir, todo lo importante es responsabilidad de las mujeres. Los hombres sólo tienen que sentarse donde se les dice y comerse lo que les pongan delante.
—Sí, supongo que eso es cierto. —Aun así, en aquella cena había ocurrido algo que preocupaba a Lali. —Parecía tan seguro de sí mismo...
—¿Y por qué no? Estaba entre amigos —replicó su prima.
—¿No le habrás dado una clase cuando has ido a verlo esta mañana?
—Claro que no. Yo sólo pretendía que se sintiera a gusto.
—¿Y qué pasa si le dan clases en otro lado? —quiso saber Gina.
—No pasa nada, sólo que yo ya podría estar de camino a Texas si no fuera porque le prometí que le enseñaría.
—Me cuesta creer que quisieras perderte la Temporada social —comentó Eugenia.
—Eso es porque a ti te encanta —le dijo Gina.
Lali meneó la cabeza.
—Después de rechazar a Martinez, mi Temporada será de lo más aburrido. Sospecho que tendré muy pocos bailes.
—Eres una heredera, Lali —le recordó Gina. —Tendrás bailes, y muchos. Quizá los amigos de Martinez sientan compasión de él, pero no hay un lord en todo Londres que no se alegrara al saber que aún podía tener una oportunidad de llenar las arcas familiares con lo que el matrimonio contigo le reportase. Créeme, sé muy bien lo desesperados que están algunos por echar mano a algo de dinero.
Ella se había casado con Devon para llenar las arcas de Huntingdon, un matrimonio de conveniencia que, de forma inesperada, se había convertido en un matrimonio por amor, mientras que, si Lali se hubiera casado con Peter hacía tiempo, su matrimonio por amor se habría convertido en un matrimonio de conveniencia. Aunque no podía imaginar lo distintas que habrían sido sus experiencias en Inglaterra de haberlo tenido a su lado, rebosando confianza aun cuando ni siquiera se sentía seguro de sí mismo, haber tenido sus besos, sus caricias...
—¿Qué vas a hacer con Peter? —preguntó Eugenia.
Lali tragó saliva y se quedó mirando a su prima.
—¿Cómo dices?
— Peter. ¿Qué otras clases vas a darle?
—Ah, las clases, sí. Eh... bueno, está tu baile de la semana que viene, claro. Tendremos que repasar el protocolo.
—¿Quieres que organice un pequeño baile antes para que podáis ensayar? —le ofreció Eugenia.
—No, no será necesario —se rió Lali. —Le puedo explicar lo que necesita saber. Lo único que quiere es que no lo vean como a un bárbaro. Supongo que bastará con una salida al teatro.
—¿De verdad vas a volver a Texas? —preguntó Gina, cambiando de tema bruscamente antes de que Lali pudiera enumerar las clases que tenía previstas.
—Así es. ¿Te doy envidia? —dijo, sonriendo cariñosa.
—Es curioso, pero no. Para volver a Texas tendría que dejar a Devon. Y no puedo imaginar mi vida sin él. Tú querías a Peter...
—Era una niña. Los dos hemos cambiado mucho.
—¿Y si, mientras le ayudas, te vuelves a enamorar de él? —inquirió su prima.
Ignorando su pregunta, Lali se levantó, se dirigió a la ventana y empezó a contemplar el jardín.
—Parece que los hombres han salido fuera a fumarse un puro.
—¿Vamos con ellos? —preguntó Gina. —Siempre me ha parecido una tontería separar a los hombres de las mujeres después de la cena.
—A ti todo te parece una tontería —replicó Eugenia.
—Porque casi todo lo es.
—¿De qué creéis que hablan cuando se libran de nosotras? —preguntó Lali en voz baja.
—Nicolas me asegura que de nada importante —contestó Eugenia.
—Podríamos espiarlos y escuchar —propuso Gina.
—Eso sería muy indecoroso —objetó Lali.
—Somos damas texanas —dijo Gina. —Nos hemos ganado el derecho a ser indecorosas.
Sonriendo, Lali giró sobre sus talones.
—¿Nos hemos ganado el derecho?
Gina se encogió de hombros.
—Quizá «ganado» no sea la palabra adecuada. Pero sea cual sea, carece de importancia. Si queremos saber de qué hablan, basta con que escuchemos.
—Estoy intentando enseñarle a Peter una conducta decorosa.
—Una conducta aburrida, diría yo.
—No me interesa tu opinión —espetó Lali. —¿Crees que quiero verlo cambiar, que quiero ser responsable de enjaular todo lo que una vez amé de él? —Se tapó la cara con las manos y contuvo las lágrimas.
—Lali...
Notó a sus dos amigas a su lado. Sorbiendo con escasa elegancia, bajó las manos.
—Lo siento. Él no quiere ponerse en ridículo y yo prometí ayudarlo, y sé que es una tontería, pero echo de menos al muchacho que fue.
—Pero eso también te ocurriría aunque no le estuvieras enseñando —razonó Eugenia. —Hace mucho que dejó de ser el muchacho que tú conocías. Tal vez sea hora de que le eches un buen vistazo al hombre en que se ha convertido.


—Ha sido mucho más agradable de lo que me imaginaba —reconoció Peter mientras el coche recorría las silenciosas calles.
Lali estaba sentada trente a él, pero podía percibir el suave olor de un puro muy aromático y un mínimo resto del coñac que había bebido junto con la fragancia increíble y maravillosamente masculina que le era propia. Ocupaba mucho espacio en el interior del coche, no porque fuera enorme, sino por lo consciente que Lali era de sus piernas largas, de sus músculos de acero, de su fuerte pecho y sus anchas espaldas. «Es hora de que le eches un buen vistazo al hombre», le había sugerido su prima. Como si tuviera elección. Como si todos los detalles de su apariencia no le llamaran la atención, no le resultaran agradables. Como si no fuera consciente de cada vez que respiraba. Como si no pudiera detectar el contorno de sus manos en la oscuridad, apoyadas en los muslos; como si no pudiera imaginarlas buscando a tientas los botones de su corpiño...
—¿En qué piensas? —le preguntó él.
—Eugenia... —carraspeó con la esperanza de que su voz no sonara como una bisagra sin engrasar—... va a dar el primer baile de la Temporada la semana que viene. Hacía una lista mental de los puntos que debemos repasar para entonces. —«Mentirosa, mentirosa»—Supongo que tendremos que buscarte unas clases de baile...
—Sé bailar.
Lali rió discretamente.
—Los bailes de aquí son algo distintos de los que tú conoces, Peter.
—Sé cómo se baila aquí. El padrastro de Eugenia nos dio unas clases a un puñado de vaqueros justo antes del decimoctavo cumpleaños de ella. Creo que fue parte de su regalo: asegurarse de que no le destrozábamos los pies.
—Ah, sí, mencionó que habíais bailado, pero no me indicó que se te diera bien.
—No veo por qué iba a hacerlo.
Porque era una parte de él que Lali quería conocer. Ansiaba saber hasta el más mínimo detalle. Mientras contemplaba la noche por la ventanilla, se preguntó por qué le molestaba tanto imaginarse a su prima bailando con Peter, en sus brazos, sintiendo el calor de su cuerpo... Que ella hubiera bailado con él cuando Lali nunca lo había hecho. No creía que estuviera celosa. No, claro que no. Sólo la desconcertaba que hubiera tantos aspectos de él con los que no estaba familiarizada, tantas cosas que Peter había vivido y ella desconocía por completo.
Al tiempo que se toqueteaba el tejido de la falda, pensó 1 en todo lo que no sabía.
—Antes de venir aquí, podías haberle pedido a Grayson Rhodes que te enseñara todo lo que querías saber —dijo al fin.
—No tuve tiempo más que de embarcarme en un vapor e intentar averiguar qué era todo este lío. Además, no estaba seguro de que, al llegar, no fuera a descubrir que había sido un error. ¿No habría hecho el ridículo si antes hubiera ido por ahí diciéndole a todo el mundo que era conde cuando en realidad no lo era?
Lali nunca se había percatado de lo mucho que a Peter le preocupaba la impresión que causaba en los demás, y se preguntó qué parte de su vida sería responsable de eso.
—Entonces, ¿te ves capaz de manejarte bien en un baile?
—Eso creo.
—De acuerdo, entonces organizaré otras salidas para antes de la Temporada. Es importante dejarse ver, y si Nicolas y Eugenia nos acompañan, podrían presentarte a algunas personas antes del baile para que una vez allí no te sientas entre extraños.
—Nicolas me cae bien —dijo, como si estuviera cansado de hablar de etiqueta.
Ella ya le había advertido que le pasaría.
—Eugenia lo quiere mucho.
—Creo que el sentimiento es mutuo.
—La temporada pasada quiso mandarla fuera, pero ella se negó. Se quedó a su lado cuando nadie más lo habría hecho.
—Para ser una ciudad con tantas normas sobre decoro, parece que abundan los escándalos.
—Imagina cuántos más habría si no tuviéramos normas.
—Quizá sea el exceso de normas la causa de los problemas. Algunas personas sienten la necesidad de saltárselas, o al menos de buscar el modo de aprovecharse de ellas. —¿Es eso lo que tú haces, Peter?
—¿No me conoces lo suficiente como para saber que no me basta con aprovecharme de ellas? Prefiero saltármelas.
—¿Aunque perjudiques a alguien?
—No veo cómo puede perjudicar a nadie que coja el tenedor con la derecha.
—¿Hay alguna norma que no te saltarías?
—Claro que sí.
—Es por decírselo a mi madre; eso la tranquilizaría. —Lo dudo.
El tono de voz de Peter le pareció de pronto peligroso, y Lali creyó conveniente cambiar de tema.
—¿Sabías que aquí se espera que las damas se desmayen? Hace ya algún tiempo, lady Blythe dio una fiesta en la que todas las chicas tenían que practicar el desmayo, y se daban consejos unas a otras para hacerlo más verosímil.
—No te imagino desmayándote —comentó Peter, riéndose entre dientes.
—Nunca me he desmayado. Veo una tontería parecer indefensa cuando no lo eres.
—Quizá se desmayan porque piensan que así los hombres se sienten más fuertes y protectores.
—No deja de ser una tontería. ¿Tú te casarías con una mujer completamente indefensa?
—No. Yo quiero una mujer que pueda hacerme frente, que sepa entender mis bromas y devolvérmelas. Una mujer que me ponga en mi sitio si me paso de la raya.
—A lo mejor escribo un libro como el de Eugenia, pero lo titularé Cómo domesticara un vaquero. Se venderá bien mientras no te cases y todas las damas de Londres sigan pensando que pueden conquistarte.
—Nicolas me ha dicho que aquí nadie se casa necesariamente por amor.
—Eso no significa que no practiquen la conquista. Forma parte del juego. Y tú tendrás que casarte, Peter. Necesitas un heredero.
—Ravenleigh no lo tiene. ¿Crees que le preocupa?
—Por raro que parezca, nunca ha presionado a mamá para que le dé un hijo varón. Que yo sepa. De hecho, no le importa que lo herede todo su sobrino. —Bostezó. —En general, lo has hecho muy bien esta noche.
—No quería avergonzarte.
—Eso era lo bueno de cenar con Eugenia. A nadie le habría importado.
—Nicolas y yo podríamos ser buenos amigos.
—Sí, los dos tenéis algo de perversos.
—Y me parece que a ti te gusta esa perversidad.
—No me obligues a demostrarte que te equivocas, Peter.
—Temes descubrir que tengo razón.
Se levantó y fue a sentarse a su lado.
—Un caballero no debe sentarse junto a una dama... —empezó Lali.
—Lo sé.
La hizo callar sellándole los labios con un dedo. Un dedo desnudo. ¿Cuándo se había quitado los guantes? —¿No te cansas de recitar normas? —le preguntó. —Para eso me pagas.
—Cuando estamos tú y yo solos, las normas me dan igual.
Antes de que pudiera replicar, los labios de él cubrían los suyos y su lengua se introducía en su boca con avidez. Percibió el gusto del coñac que Peter se había tomado, saboreó su esencia única. Debía apartarlo de sí, hacer que se parara... y lo haría, en unos segundos. Le permitiría una caricia más de su lengua, un jadeo más, un gemido más, un...
El carruaje se detuvo y se separaron. Lali pudo ver la sonrisa de satisfacción de él oculta en la penumbra del vehículo.
—Con esto no has demostrado nada —espetó ella.
Su sonrisa se hizo aún mayor. Lali sabía que estaba protestando demasiado. Cuando se trataba de Peter, no tenía voluntad para resistirse.
Se abrió la puerta y el lacayo la ayudó a apearse. Peter bajó después y la acompañó hasta los escalones de la entrada. Al llegar arriba, Lali puso la mano en el pomo de la puerta.
—¿Y ahora qué? —preguntó él, consciente de que ella había previsto desaparecer antes de que pudiera volver a besarla.
—Hablaré con Eugenia, veré cuándo está disponible y te mandaré aviso.
Peter le recorrió un lado del cuello con el dedo y el deseo la inundó hasta las suelas de los zapatos.
—Ha sido sólo un beso —dijo él en voz baja.
¿Sólo un beso? Eso era como decir que las joyas de la Co¡ roña eran sólo joyas o el Big Ben sólo un campanario.
—Esto no hará más que ponérmelo más difícil cuando tenga que marcharme.
—¿Preferirías no tener recuerdos que llevarte?
Lo miró por encima del hombro.
—Preferiría que nos atuviéramos al trato que hicimos.
—Muy bien. —Le tomó la mano, le quitó el guante muy despacio y le depositó un beso en los nudillos. —Pero no olvides que tenemos dos tratos, y que debemos cumplirlos los dos.
Antes de que ella pudiera comentar que el trato que habían hecho de niños jamás se cumpliría, él ya había dado media vuelta y bajado corriendo los escalones. No lo cumpliría. Estaba loco si pensaba que iba a hacerlo.
Entró en la casa y decidió que, a la mañana siguiente, le pediría a Molly que se deshiciera de todos los trajes o vestidos que tuviera con botones delante. No porque pensara que Peter se fuera a aprovechar sin su permiso, sino porque él tenía razón: temía no poder resistir la tentación.
En el interior de su carruaje, Peter acarició el guante, lo estiró entre sus dedos y se preguntó cuándo se daría cuenta de que no se lo había devuelto. Cada instante que pasaba con ella era puro tormento, estar a su lado y no tocarla, ceder a la tentación de besarla sin llegar a poseerla.
No tenía claro cuándo habían cambiado sus planes respecto a Lali, cuándo había decidido que no le interesaba tanto que lo instruyese como demostrarle la pasión y el ardor que podía existir entre ellos.
No quería que se marchara dejando nada inexplorado, y eso significaba que debía hacer cuanto estuviera en su mano para romper su fachada de reserva, deshacer sus años de aprendizaje, conseguir que lo deseara tanto como él a ella.

1 comentario:

  1. Lali acéptalo lo amas..Peter no dejes que se valla...Lindo capitulo
    Besitos
    Marines
    P.D que embole con los cubiertos eee

    ResponderEliminar