—No puedo
creer que vayas a salir esta noche con un caballero y sin carabina. Papá te
esperará en el vestíbulo con una pistola de duelo...
—No, no lo
hará —replicó Lali, interrumpiendo la diatriba de Rocio al tiempo que
estudiaba, con mirada crítica, su propio reflejo en el espejo móvil de cuerpo
entero. Llevaba un vestido blanco de escote modesto cuya falda seguía la línea
de sus piernas, plisada por detrás, y de cola corta. El ribete de satén rosa le
añadía un poco de color.
Era el tercero
que se probaba. Molly había empezado a perder la paciencia con ella, por eso
Lali le había dado permiso para marcharse, pero ahora se preguntaba si el
escote era demasiado pronunciado o no lo bastante pronunciado. No tenía botones
por delante, afortunadamente. Al menos así Peter no se fijaría en ellos y
podría concentrarse en lo que tenía previsto enseñarle. Y, por otra parte, su
propia mente no divagaría sobre lo que podría suceder si él hiciera algo más
que desabrocharle los botones y desatarle el corsé o soltarle el lazo de la
blusa. Ojalá no le hubiera recordado que tenían un asunto pendiente.
—Tal vez
mamá...
—No lo hará
—volvió a interrumpirla Lali, irritada. De pronto, le pareció que el corsé le
apretaba mucho. ¿Por qué demonios hacía tanto calor aquel verano?
—¿Te estás
ruborizando?
—No, sólo
tengo calor. Además, ya he hablado con mamá y papá, de modo que no habrá ningún
malentendido en relación con esta noche.
Les había
pedido que se esfumaran, porque no quería que Peter empezara la noche
sintiéndose incómodo. En casi todas las casas recibirían encantados a un lord,
pero Lali sabía que su madre tenía ciertos prejuicios contra él, prejuicios que
dudaba que un ramo de flores pudiera borrar.
—¿Seguro que
no quieres que te acompañe? —insistió Rocio con la boca fruncida.
—Seguro.
—Es una
conducta escandalosa, Lali.
—Voy con
Peter, Rocio, y estaremos en casa de Eugenia.
—Pues por eso.
Sé que tú confías en él, pero es un hombre, y las señoritas de menos de treinta
no viajan solas en compañía de un hombre que no sea su padre ni su hermano.
Sencillamente, no se hace.
—Parece que me
estés citando un manual de etiqueta.
—Me hicieron
memorizar el maldito libro. Algún uso tendré que darle, aunque sólo sea
recitarlo. En cualquier caso, digo en serio lo de ir contigo, por el bien del
decoro.
—Si no nos
hubiéramos ido de Texas, habríamos crecido sin carabinas. ¿Sabes que no es
inusual, sobre todo en las zonas donde vive muy poca gente, que una mujer viaje
todo el día y toda la noche con un hombre que no es su marido ni su hermano
para poder asistir a un baile? Y a nadie le parece mal. Aquí todo el mundo es
tan condenadamente desconfiado...
—Has dicho una
palabra mal sonante.
—Efectivamente.
—¿Había dicho una sola palabra mal sonante en voz alta desde su llegada a
Inglaterra? Peter podía corromperla sin aparente dificultad, y contagiarle sus
malos hábitos con sólo estar un rato a su lado.
Se volvió
hacia Rocio, que estaba tumbada boca abajo en la cama de Lali, con las manos
cruzadas bajo la barbilla y una mirada resuelta en sus ojos azules. Todas sus
hermanas tenían los ojos azules, pero las texanas los tenían azul oscuro, y las
dos pequeñas, las hijas de Ravenleigh, azul claro, como su padre.
—Por lo visto
aquí creen que nadie es capaz de resistirse a una conducta indecorosa, y
consideran imprescindible protegerse bien de ella con carabinas y normas
—prosiguió Lali—, En Texas, los hombres respetan tanto a las mujeres y las
tienen en tanta estima, que no se necesitan carabinas ni se precisan normas.
Prevalece el sentido común. Los hombres no se aprovechan de las mujeres. Así
que esta noche voy a imaginarme que estoy en Texas.
—Tu razonamiento
cojea un poco. Aunque Peter haya vivido en Texas, es de sangre inglesa, y a
lady Angelina le ha contado lady Caroline que lady Deborah le ha dicho que la
tarde en que vino por primera vez a esta casa, te estrechó en sus brazos de
forma tan indecorosa que lady Blythe casi se desmaya.
Lali la miró
perpleja. Los chismorreos de aquella ciudad eran increíbles.
—Me sorprende
que, según los rumores que circulan por ahí, yo aún llevara la ropa puesta
cuando Peter salió del salón con papá.- Rocio hizo una mueca.
—De hecho, le
he oído decir a alguien que no la llevabas.
—¿Me desnudó
con todo un público de señoritas mirando? —se mofó Lali.
—Suena
ridículo, pero hace la historia más interesante. —Rocio se incorporó. —Entonces,
¿es cierto que te estrechó en sus brazos?
—No. Se limitó
a saludarme. —Y a recordarle la deuda que tenían pendiente.
—Te quiere,
¿lo sabes?
—¿Papá?
—Sí, papá
también, claro, pero yo hablaba de Peter.
—Deberías
llamarlo Sachse.
—No tiene
aspecto de Sachse, tiene aspecto de Peter.
Lali se acercó
a su tocador, cogió un frasquito de cristal y se puso unas gotitas de un
carísimo perfume francés detrás de las orejas y, esperando que su hermana no la
viera, entre los pechos. El vestido no tenía un escote lo bastante pronunciado
como para dejar ver más que una insinuación de su busto, pero era lo
suficientemente ajustado como para que no cupiera duda de que ya no era plana
como una tabla. La curiosidad le pudo y preguntó:
—¿Por qué
dices que me quiere?
—Por la forma
en que te mira. Ayer, en la biblioteca, no te quitaba ojo. Además, te observaba
con tanta intensidad como si quisiera memorizar hasta el último detalle de tu
persona, como si temiera que fueses a desaparecer de repente.
Porque era lo
que iba a hacer. Al final de la Temporada social. Suponía que debía decírselo a
sus hermanas, para que pudieran hacerse a la idea de su inminente partida.
Lali hacele caso a Rocío ella sabe....Peter te quiere
ResponderEliminarBesitos
Marines