La despertó el
sonido de un irritante tic, tic, tic. Aún era de noche cuando Peter la había
devuelto a su dormitorio, y ella se había sumido en un sueño profundo.
Al mirar a la
ventana desde debajo de la almohada, pudo ver una pizca de luz de sol que se
colaba por entre las cortinas abiertas. El tic-tic parecía proceder de allí. Se
destapó, salió arrastrándose de la cama y se acercó con sigilo a la ventana.
Luego se asomó...
Y allí estaba Peter,
esperando, con dos caballos ensillados. Estaba guapísimo con su atuendo de
montar. Lo saludó con la mano, después se acercó a toda prisa a la cama y tiró
de la campanilla. No pensó que fuese necesario estar vestida y fuera de casa
antes de que Eugenia se levantara y se pusiera en movimiento. Creía que había
dejado bien clara su postura la noche anterior, pero ¿por qué arriesgarse a que
su prima no hubiera entendido lo en serio que lo decía?
Llegó Molly y
la ayudó a ponerse su traje de montar favorito.
—¿Sabes si los
duques se han despertado ya? —le preguntó Lali mientras le colocaba el
sombrero.
—Aún no han
llamado a su doncella ni a su asistente, de modo que sospecho que siguen en la
cama.
Lali no pudo
contener la sonrisa.
—Bien.
Por el
pasillo, sólo vio a una doncella que ya estaba colocando con cuidado ramos de
flores frescas en las distintas mesas que lo adornaban. La muchacha le hizo una
reverencia y ella le respondió con un gesto de la cabeza antes de seguir
avanzando de puntillas por la gruesa alfombra que cubría buena parte del suelo.
Al llegar a la escalera, hizo una mueca ante el primer clic audible de sus
botas de montar sobre el mármol. ¿Para qué alfombrar el pasillo si no se tenía
intenciones de alfombrar la escalera?
Con el mayor
sigilo de que fue capaz, bajó y salió fuera, al parecer, sin perturbar a Eugenia
en absoluto. Peter había acercado los caballos a la puerta principal. Sonrió, y
aquella mañana apenas se notaba que se había masacrado el bigote la noche
anterior.
—Buenos días,
querida. ¿Qué tal has dormido?
—Muy bien,
muchas gracias. —Se quitó los guantes de un tirón y se dirigió briosa hacia el
más pequeño de los caballos. —Peter, ayúdame a subir antes de que nos pille mi
carabina.
El sonrió aún
más, como si previera que el día iba a ser muy agradable.
—¿Y qué si nos
pilla? —replicó, y le dio un beso como muestra de que no le importaba.
Ella lo apartó.
—Si nos pilla,
dormirá en mi cama y yo no podré volver a escaparme a la tuya.
—¿Tienes
previsto volver a escaparte a la mía?
—Por supuesto.
Lali pensaba
que le ofrecería las manos unidas para que apoyara el pie en ellas y se
impulsara, pero lo que hizo fue colocar aquellas manos extraordinariamente
fuertes en su cintura y subirla directamente a la silla. Se acomodó mientras Peter
le recolocaba la falda del vestido.
—¿Adónde
vamos?
—A
inspeccionar mí reino.
—¿No pensarás
en serio que esto es un reino? —Observó la naturalidad con que montaba su
caballo, valorando sus movimientos fluidos, la sutil ondulación de sus músculos
mientras pasaba una pierna por encima de la silla, controlando el caballo entre
los muslos tan fácilmente como ella lo hacía con las riendas.
—¿Cómo se
llama cuando todo el mundo se vuelve hacia ti en busca de respuestas?
Lali golpeó
suavemente la grupa del caballo con la fusta y éste inició la marcha.
—¿Hay alguien
que necesite respuestas hoy?
La carcajada
de Peter resultó estridente en medio del silencio de la mañana.
—Siempre hay
alguien que necesita una respuesta. Hoy sólo vamos a recorrer las tierras para
que los arrendatarios sepan que vuelvo a estar en la finca —dijo esto último
con un leve acento inglés—, por si alguien quiere hablar conmigo o plantearme
algún problema.
—¿Tienes
muchos arrendatarios? —preguntó Lali, mientras él los guiaba por el camino de
tierra flanqueado de olmos que conducía a la carretera.
—No tantos
como los lores anteriores, a juzgar por los libros que llevaban. Tenían aquí un
negocio próspero, pero la agricultura ya no es lo que era. Sólo quedan diez
familias.
—¿Te has
presentado a todos?
Peter la miró
y, como no llevaba sombrero, no hubo sombras que pudieran ocultarle su gesto
azorado.
—Sí, me he
presentado a todos.
A medida que
fueron visitándolos uno por uno, Lali descubrió en seguida que había hecho más
que presentarse. Se acordaba de sus nombres, de los pormenores de sus cosechas,
de los problemas que habían tenido en el pasado. No hablaba con ellos como el
señor de la finca, como el hombre que controlaba su destino, sino como si
fueran socios que intentan sacar el máximo partido a su destino. Siempre se
bajaba del caballo, se ponía a su altura para hablar con ellos, caminaba a su
lado, los escuchaba con atención cuando se quejaban del tiempo, como si él
pudiera hacer algo al respecto, les comunicaba que correría con los gastos de
la reparación de los carros rotos, de los tejados con goteras y de la
recuperación del ganado enfermo.
Y como quería
estar con Peter, Lali caminó tan cerca de él como su sombra, y así pudo ser
testigo no sólo de las conversaciones que mantenía con los granjeros, sino
también del respeto que éstos tenían por su nuevo señor y el que él demostraba
por ellos, por su experiencia, sus opiniones, su conocimiento.
—Si me
necesitáis, ya sabéis dónde estoy, aunque no creo que os haga falta —les decía,
y a Lali le pareció ver que los granjeros se erguían un poco al comprobar que Peter
les otorgaba la confianza de cargar con sus propias responsabilidades.
Siempre había
pensado que sabía el camino que él había tenido que recorrer para llegar a ser
el hombre que era, pero empezaba a darse cuenta de que no tenía ni idea.
En una de las
granjas, una mujer de pelo cano y mejillas sonrosadas salió en seguida a
recibirlos con una enorme sonrisa.
—Ha llegado
carta de nuestros chicos, milord —dijo, antes de que a Peter le diera tiempo
siquiera a desmontar. —Les está gustando el trabajo que les ha encargado.
—Me alegra
oírlo, señora Whipple —contestó él, mientras el larguirucho marido de la señora
salía despacio del granero. —Supuse que les gustaría.
—Quizá tengan
oportunidad de comprar algunas tierras. Terratenientes —dijo meneando la cabeza
y limpiándose las lágrimas con una punta del delantal. —Jamás pensé que vería
el día en que mis chicos se convirtieran en terratenientes.
—Aún no son
terratenientes, Maude, y no le lloriquees a lord Sachse, o, como montes
semejante escándalo, se arrepentirá de haberles ayudado.
—Seguro que lo
prefiere a oírte quitarle importancia a lo que ha hecho.
—No se la
quito, y se lo agradezco atendiendo sus tierras como es debido.
—No hay nada
de malo en ser agradecido —remató la mujer, sorbiéndose los mocos enojada.
—Milord, ¿le apetecen unos bollitos? Acabo de sacarlos del horno.
Peter sonrió.
—¿Podríamos
llevárnoslos? Tengo que hacer otras visitas.
—Por supuesto.
—Se volvió hacia Lali. —¿Y usted, milady?
—No soy lady
—aclaró ella con una sonrisa. —Sólo soy una dama, la señorita Fairfield. Y sí,
me encantaría probar esos bollitos.
—Si quiere
entrar en la casa un momento mientras se los envuelvo...
Lali la siguió
dentro y Peter se quedó fuera con el malhumorado marido. La casa era sencilla,
estaba ordenada y limpia, y había en ella un aire de calidez y alegría. La
mujer extendió una servilleta de tela sobre la mesa de la cocina y empezó a
colocar los bollitos en ella.
—Antes ha
mencionado algo que el conde ha hecho por sus hijos. —La curiosidad le podía y
tenía la sensación de que le resultaría mucho más fácil enterarse por la
anciana que por Peter.
La mujer
cabeceó a modo de reverencia.
—Envió a mis
dos hijos a sus tierras de Texas. Lo pagó todo de su bolsillo. Dijo que
necesitaba hombres fuertes que pudieran trabajar en su rancho. Mis chicos son
muy fuertes, desde luego. —Levantó las cuatro esquinas de la servilleta y las
ató, luego le entregó el bulto a Lali. —El día en que llegó el señor fue una
bendición para nosotros. El otro, el que se encargaba de todo antes de que
llegara éste, era un buen hombre. No tenemos quejas. Pero éste nació para esto
—añadió, asintiendo con la cabeza, convencida de lo que decía.
Aquellas
palabras aún seguían con Lali cuando ella, sentada en un muro de piedra
derruido, parte de los restos de una fortificación antigua, junto a un arroyo
donde el agua saltaba por encima de las piedras, cerca de la orilla, y producía
un ruido frenético aunque relajante, pensaba que Peter obviamente había
previsto algo más que visitar a sus arrendatarios aquella mañana, porque había
llevado pastel relleno de mermelada de fresa y una cantimplora de café. Además,
tenían los bollitos.
Sentado a su
lado, parecía un hombre sin preocupación alguna en el mundo.
—La señora
Whipple me ha contado que mandaste a sus hijos a Texas —dijo Lali mientras le
daba un mordisco al pastel frío y lo masticaba despacio.
Peter dejó de
mirar al arroyo y se volvió hacia ella.
—Casi todos
los hombres jóvenes se marchan a trabajar a las fábricas de las ciudades. No
creo que eso sea vida.
Lali se lamió
la mermelada de los labios y sonrió.
—¿Porque el
trabajo se hace en un sitio cerrado?
—Sin sol, sin
el refresco de la brisa, sin la tierra bajo los pies...
—Como si tú
supieras algo de la tierra. Siempre que puedes vas a caballo.
—Muy bien. Sin
sol, sin el refresco de la brisa, sin el olor a ganado...
—Nunca he
considerado agradable el olor de las vacas. —Es preferible al olor de las
máquinas. —¿Alguna vez piensas en lo distinta que sería tu vida si te hubieras
criado aquí? —Todos los días. —"Valorarías otro tipo de cosas.
—Dormir hasta
tarde en lugar de levantarme con el sol, sentarme delante de un escritorio en
lugar de cabalgar por las tierras. —Negó con la cabeza. —No puedo ni
imaginarlo, Lali.
—Aun así, no
negarás que le otorgas al cargo algo que los demás no pueden ofrecer: un
verdadero conocimiento del trabajador.
Ella se había
quitado los guantes para comer, y ahora él le acariciaba la mano con la que se
apoyaba en el murete.
—¿Crees que
eso es una ventaja?
Él le dedicó
una de sus sonrisas lentas y sensuales. —Lo sería de todas formas. ¿No irás a
decirme que has conocido a alguien más como yo?
—No, nunca he
conocido a nadie como tú. La cogió por la nuca y se la acercó hasta que el olor
a fresa que perfumaba su aliento se fundió con el de ella.
—No llevamos carabina,
Lali, y me comporto, pero ¿sabes qué estoy pensando?
Lo que no
sabía era cómo era posible que unos ojos tan oscuros como los de Peter se
oscurecieran aún más, que el tacto de su mano en su nuca le llegara hasta las
puntas de los pies, que el timbre grave de su voz la estremeciera de emoción,
que de pronto sintiera un deseo intenso de mordisquearle los labios, como
acababa de mordisquear el pastel. Estaba tan distraída por la confusión que
aquella proximidad generaba en su cuerpo que apenas pudo retener las palabras
que él había dicho. ¿Que si sabía qué estaba pensando? No tenía ni idea, pero
como si se hubiera quedado muda, no supo hacer otra cosa que negar con la
cabeza.
—Que
comportarse es aburrido —dijo Peter.
—Estoy
completamente de acuerdo —logró susurrar con voz áspera. —¿Por qué crees que le
he pedido a Eugenia que deje de vigilarme tan de cerca?
De forma
incomprensible, los ojos de él se oscurecieron aún más, su sonrisa se hizo más
sensual y provocativa, y ambas cosas la tentaron incluso antes de que Peter
hablara. —Si lo quieres, querida, vas a tener que venir a buscarlo. «¿Querer el
qué?», estuvo a punto de susurrar Lali. Pero sabía perfectamente a qué se
refería, con qué la tentaba, de qué la privaba para demostrar su argumento de
que las mujeres pueden también perder el control con la misma facilidad que los
hombres. Siempre la había corrompido. Podía no sucumbir a los puros, las
palabras malsonantes, el whisky... pero ¿sabría resistirse al encanto de sus
besos?
¿Y por qué
demonios iba a querer hacerlo?
Pudo oír el
gemido de satisfacción de Peter antes incluso de que terminara de fundir su
boca con la de él. Al parecer, la voluntad de resistirse de él no era tan
fuerte como había asegurado. La agarró con fuerza por el cuello, mientras
paseaba la lengua por su boca antes de retirarla bruscamente para permitirle
introducir a su vez la suya. A pesar de su esfuerzo, de sus palabras, no podía
ser más pasivo que un tigre en la jungla tras avistar a su presa. La vibración
de sus músculos tensos le indicaba a Lali cuánto la deseaba. Que no tomara más
que el beso que se le ofrecía constituía un testimonio de la solidez de su
educación, a pesar de lo mucho que Peter cuestionaba cada aspecto de ésta. Una
prueba de su bondad innata, de la que él tanto dudaba.
Besaba del
mismo modo que vivía la vida, con resolución, sin titubeos, con franqueza. Y su
contención la hacía a ella más osada. Hundió una mano en su pelo y se preguntó
por qué habría decidido no ponerse sombrero. Se sintió embargada por el ardor
de la pasión, que, como un remolino, despertaba en ella el deseo, el anhelo, el
frenesí. Creyó que podría fundirse con el muro y ser absorbida por la tierra,
que tendría que meterse desnuda en el arroyo para no estallar en llamas a causa
del fuego que la consumía.
Apartando su
boca, Peter trazó un rastro ardiente por el cuello de Lali, debajo de la
barbilla y hasta el lóbulo de la oreja; un rastro que la quemaba mientras podía
oír su propia respiración entrecortada.
—Sabes que
apenas puedo mirarte sin desearte.
Ella abrió los
ojos y vio las hojas de los árboles que bailaban sobre sus cabezas.
—Podrían
descubrirnos en cualquier momento.
—Dime que pare
y pararé.
Y si no le
daba esa orden, ¿hasta dónde llegaría? ¿La desnudaría y se desnudaría él? ¿La
tomaría allí, a pleno sol? Al volver un poco la cabeza, pudo ver en sus ojos la
decepción al intuir que Lali pondría fin a aquello. La emocionaba tener tanto
poder, saber que su opinión, sus necesidades, sus deseos le importaban, que le
daría lo que ella estuviera dispuesta a recibir y reprimiría lo que aún no
quisiera.
Le sujetó con
una mano la barbilla y, con el pulgar, le acarició el bigote.
—Siento no ser
tan apasionada como te gustaría. Pero no puedo... al aire libre —añadió,
señalando a su alrededor con un gesto de la mano.
—Eres todo lo
apasionada que necesito que seas, Lali.
En los días
que siguieron, pudo conocerlo en su papel de aristócrata, encargándose de los
problemas de sus arrendatarios. Una de las casas había sufrido daños durante la
tormenta, el techo se había derrumbado. Peter y Nicolas fueron a ayudarlos a
poner un tejado nuevo, mientras Lali y Eugenia colaboraron preparando la comida
para los trabajadores. Peter conocía el ganado tan bien como la palma de sus
manos, y el trabajo duro como los callos que tenía en ellas.
Las noches
eran una delicia; Peter, un amante atento, generoso y desinteresado. De hecho, Lali
empezaba a temer el paso de los días, porque significaba que pronto se agotaría
el tiempo que podía pasar a su lado. Él le había hecho promesas, claro. Que
volvería a Texas, que la buscaría cuando lo hiciera, pero ella sabía que las
únicas promesas que podría mantener eran las que le era posible cumplir de
inmediato. Había creído echarlo de menos cuando se habían mudado a Inglaterra,
pero lo que sentía por él entonces no era nada comparado con lo que sentía
ahora.
Habría sido
más fácil si ella no hubiera ido a su casa aquella primera noche; mucho más
fácil aún si jamás hubiera viajado con él a su finca, si no hubieran reforzado
su relación como lo habían hecho. Ya no podía imaginar un día o una noche sin Peter.
No sabía cómo sobreviviría cuando ya no estuvieran juntos.
Por eso
atesoraba todos los momentos, todos los pequeños detalles del tiempo de que
disponían.
La forma en
que el pelo revuelto le caía por la frente. En algún momento de su vida debió
de resignarse a no poderlo controlar, porque nunca se lo echaba para atrás. Así
que había empezado a hacerlo ella, simplemente porque le gustaba tocarlo y,
además, porque, en público, aquella caricia resultaba muy inocente y sin
embargo íntima; a él se le oscurecía la mirada y Lali sabía que se acordaba de
cuando le retiraba el pelo de la cara después de hacer el amor.
El modo en que
se abrochaba la camisa, de abajo arriba. Cómo se la desabrochaba, soltando sólo
los botones necesarios para poder quitársela por la cabeza, como si así se
desvistiera más rápido y pudiera meterse antes en la cama con ella.
Su impaciencia
al desnudarla. Su impaciencia cuando ya la había desnudado. El modo en que la
abrazaba mientras dormía, sin dejar de acariciaría hasta que llegaba el momento
de llevarla a su habitación.
Despertarse a
medianoche y verlo de pie, junto a la ventana, contemplando el cielo nocturno.
La forma en que él solía sonreír y volver a la cama en cuanto se daba cuenta de
que estaba despierta.
Sus susurros en la
oscuridad, sus murmullos a la luz de la luna. Las muchas sonrisas, las
abundantes risas, el gozo absoluto que había estado ausente de su vida sin él
durante tanto tiempo que ya pensaba que jamás lo recuperaría... Y lo había
recuperado antes de volver a Texas. Se preguntaba cómo sobreviviría cuando él
ya no compartiera con ella los días y las noches. Su estancia en Sachse Hall
estaba a punto de terminar y, mientras se encontraban todos sentados a una mesa
redonda en el mirador, disfrutando del té de la tarde y comiendo unos
sándwiches de pepino, Lali no pudo evitar desear que pudieran pasar un día más,
una noche más, lejos de Londres. Pero seguramente al día siguiente volvería a
ocurrirle lo mismo. Y al otro. Era curioso que en los últimos días no hubiese
pensado ni una sola vez en Texas, ni lo hubiese echado de menos. Se contentaba
con estar con Peter. Verlo trabajar y jugar. Saborear las mañanas, las tardes y
las noches.
—De modo que
mañana abandonamos este idílico santuario y regresamos a la dura realidad
—comentó Nicolas.
—Vas a
conseguir que me sienta culpable por someterte a los rigores de la Temporada
social —señaló Eugenia.
Él le cogió la
mano, le besó los nudillos y sonrió.
—Mientras esté
contigo, puedo soportar lo que sea.
A juzgar por
el modo en que la miraba, a Lali no le pareció que nada le resultara de verdad
insoportable. ¿Tendría razón Eugenia en lo que le había dicho? ¿Se debía la
infelicidad de Lali a que su corazón jamás había estado en Inglaterra? ¿Era
posible que ahora sí estuviera allí?
—Supongo que
tendremos que salir por la mañana temprano para tener tiempo de prepararnos
para el baile de la tía Elizabeth —dijo Eugenia.
—Mamá siempre
se pone tan nerviosa... —añadió Lali.
—Pues
externamente no se le nota nada.
—Pero ¿se
puede saber externamente lo que alguien piensa de verdad?
—Sospecho que
a Whithaven sí se le notará —soltó Eugenia.
—De Whithaven
ya me encargo yo —la tranquilizó Peter.
—Lo tienes
todo previsto, ¿verdad? —preguntó Nicolas.
—Hasta el
último detalle.
—¿Qué vas a
hacer? —quiso saber Lali.
—Confía en mí
—dijo él guiñándole un ojo. —No será nada que mi padre hubiese hecho.
<3 Hermosos se acaba la semana
ResponderEliminarMuy lindo capitulo :)
Besitos
Marines