viernes, 14 de junio de 2013

Capitulo 42


—Creo que sí.
Lali salió arrastrándose de la cama, dio unos pasos hacia la ventana y se asomó.
—Oh, Peter, el cielo está tan despejado que las estrellas parecen diamantes vertidos sobre terciopelo. ¡Mira, otra! ¿Por qué hay tantas aquí?
Él se situó detrás de ella.
—No sé si hay más o es que, como el cielo está tan oscuro, son más fáciles de ver.
Le levantó la melena, se la descolgó por los hombros para que le cubriera el pecho y el estómago y le dejara la espalda al descubierto. Luego le besó la nuca. Lali suspiró, e iba a volverse cuando él la detuvo, poniéndole las manos en los hombros.
—No, sigue mirando las estrellas.
—¿Qué vas a hacer?
—Tú sigue mirando las estrellas.
—Pero quiero tocart...
—Chis. Puede que nunca volvamos a tener un momento así.
Cuando Peter volvió a posar su boca abierta, cálida, en su cuello y la rodeó con los brazos para acariciarle el pecho, ella dejó de quejarse. Se le daba muy bien convencerla de que hicieran las cosas a su manera.
Lali echó la cabeza hacia atrás.
—Mantén los ojos abiertos —dijo él.
—Sí... mira... allí hay una.
Le recorrió la columna con la boca, abriéndose camino arriba y abajo, hasta los hombros, de nuevo a la columna, cada movimiento de su lengua, cada mordisquito de sus dientes la hacía estremecer. Sus manos se paseaban provocadoras por sus pechos, su estómago. Ella seguía allí de pie, aceptando estoicamente la tortura a la que la sometía, gimiendo, retorciéndose, deseando volverse para poder aplicarle a él la suya.
También Lali podía hacerlo. Acariciarle las piernas despacio, besarle las pantorrillas, los muslos, las nalgas. Pasear las manos por su pecho, jugar con sus pezones, descender hasta...
Los dedos de Peter orquestaban una magia deliciosamente maravillosa y perversa.
—Estás muy húmeda y muy caliente —le dijo con voz áspera. —Muy preparada. No cierres los ojos.
Ella soltó un gemido diminuto que esperó que él entendiera como señal de aceptación. Al sentir su empuje, Lali se agarró a los bordes de la ventana, aunque habría preferido volverse y agarrarse a él. Abrazarlo con fuerza, con la misma fuerza con que Peter la abrazaba en aquel instante. Tocarlo como él la tocaba. Montarlo como él la montaba.
Notó que crecía la presión, que aumentaba el placer... Vio la estrella pasar como un rayo...
—¡Ahí viene! ¡Ya! ¡Cielo santo!
El apretó la boca abierta en el hombro de ella, se sacudió con fuerza contra su cuerpo, y Lali le devolvió la sacudida, presa del placer. Su último empujón fue violento y profundo y, acto seguido, la presionó contra su cuerpo, jadeando en su oído, y ella se preguntó cómo seguían aún de pie.
—He visto las estrellas en el cielo y las he sentido en mi cuerpo —le susurró con la respiración entrecortada. —Ese deseo tiene que cumplirse.
Peter soltó una risita sofocada.
—Espero que fuera uno bueno.
—Lo era —le aseguró Lali, sin entender por qué hasta aquella noche jamás había visto una estrella fugaz en aquella parte del mundo. ¿Qué otras cosas se había perdido?

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