Hola Linduras aquí estoy Reportandome espero que les guste debo decir que llevamos mas de la mitad de la nove! nos queda poco! besitos COMENTEN
—Lali...
Esta lo miró.
La ternura de su voz, de su mirada, casi fue su perdición.
—Tranquila
—dijo en voz baja, sin la furia o la impaciencia que habían teñido sus palabras
anteriores.
A ella le
resultaba extraño estar viviendo de verdad un momento con el que llevaba años
fantaseando. Lo provocaba deliberadamente haciéndole esperar lo que deseaba,
del mismo modo que había tenido que esperar ella que fuera a buscarla; hasta
darse por vencida, hasta casi entregarse a otro hombre.
No tenía miedo
de Peter. Nunca lo había tenido. Jamás, desde el instante mismo en que le había
puesto los ojos encima. Pero él despertaba su lado más salvaje, la parte de su
persona que quería ser perversa, hacer cosas que sabía que no estaban bien. Ser
la picara incivilizada de la que las damas londinenses murmuraran con malicia.
Ser todo aquello que intentaba evitar.
A veces le
parecía que su madre la había ahogado al transformarla en lo que ella creía que
era, en lo que la sociedad consideraba que debía ser, en lugar de en la mujer
que verdaderamente era. Sólo cuando estaba con Peter se sentía ella misma.
Y precisamente
por eso estaba allí. Porque el lado perverso de su ser quería desabrocharse el
corpiño para él... el mismo lado al que le aterraba que a Peter lo decepcionara
lo que iba a ver.
El no le había
hablado en ningún momento de amor.
Sólo de la
deuda que tenían pendiente; un trato que debía cumplir. Y había llegado el
momento de cumplirlo. De liberarlos a los dos del pasado.
No iba a
tocarla. No iba a ver mucho más de lo que revelara el más impúdico de sus
vestidos de noche. Ésa era la idea... que le mostrara despacio lo que en aquel
momento estaba oculto. Y despacio era como pensaba hacerlo. Lo haría esperar un
poco más.
Se apretó las
palmas de las manos para evitar que se le agitaran, y respiró hondo para
detener el temblor de su cuerpo. Los escalofríos que la recorrían resultaban
perturbadores y Lali temía que él pudiera ver cómo le recorrían la piel, que
supiera lo nerviosa que estaba.
Sujetó el
primer botón sin saber muy bien si eran sus dedos o el marfil lo que estaba tan
frío. La alentó poder desabrocharlo con facilidad, porque así su nerviosismo
sería menos evidente. Con el segundo, esperaba que Peter bajara un poco la
vista, pero no lo hizo. Seguía mirándola resueltamente. Con el cuarto, él cerró
los puños a los costados. Con el quinto, se agarró con una mano a la repisa de
la chimenea, apretando los dedos con fuerza hasta que los nudillos se le
pusieron blancos; sorprendiéndose ella de que el mármol negro resistiera tanta
presión.
Un leve
destello de sudor apareció en la frente de Peter, mientras Lali ni siquiera
estaba segura de seguir respirando. Cuando se soltó el último botón, apartó con
suavidad la prenda para revelar el algodón blanco de su camisola y, aunque iba
aún pudorosamente cubierta, se sintió como si estuviera completamente desnuda.
Entonces, por
fin, él bajó la mirada, y lo que Lali vio en sus ojos casi la dejó anonadada.
Deseo puro, salvaje, un anhelo doloroso de tan intenso.
Peter se
apartó de ella, se agarró a la repisa de la chimenea con la otra mano, inclinó
la cabeza y miró las llamas que danzaban en el fuego.
—La deuda está
saldada —dijo con voz áspera. —Puedes irte.
Era lo que
ella quería, librarse de la deuda, que no hubiera nada entre ellos que pudiera
separarlos. Dio un paso hacia él...
—Vete de aquí,
Lali —gruñó Peter entre dientes, sin mirarla—, antes de que haga algo que los dos
lamentemos. Esta noche he demostrado que sigo siendo un bárbaro.
Y ésa era,
también, la razón por la que ella estaba allí. Porque había visto su rostro
después de que golpeara a Whithaven; había visto la vergüenza y la humillación
que había sentido un instante antes de enmascararla rápidamente. Había visto a
un hombre que trataba de demostrar que era distinto del que lo había precedido,
distinto de su padre, y en los ojos de los demás, había descubierto que los
creían iguales.
—Un bárbaro ya
me tendría en la cama —dijo ella con dulzura.
El la miró, y
en sus ojos no vio al muchacho que un día había sido, sino al hombre en el que
se había convertido, un hombre que contenía a duras penas sus pasiones.
—Te lo
advierto. Más vale que te vayas.
—Los bárbaros
no advierten —prosiguió, acercándose un paso más. —¿Por qué le has pegado a
Whithaven? ¿Ha dicho algo...?
—Ha dicho
muchas cosas.
—¿De ti? —Vio
cómo se le tensaban los músculos de la mandíbula. —De mí —afirmó más que
preguntó, en voz baja. —¿Qué ha dicho exactamente?
—Que tenías a
alguien. Yo deslomándome en Texas mientras tú coqueteabas con otro...
—Tus cartas
nunca me llegaron —contestó Lali, tranquila. —Diez años. No creerás que, en
todo ese tiempo, ningún caballero iba a interesarse por mí, o que yo no iba a
interesarme por nadie. ¿No irás a decirme que jamás has estado con una
mujer...?
—A todas les
pagaba. Ni una sola de ellas pensó jamás que significara nada para mí, Lali,
ninguna esperó jamás una proposición de matrimonio, ninguna pensó que fuera a
proponerle llevar mí nombre. Ninguna tenía la más mínima posibilidad de ocupar
tu lugar en mi corazón.
En su corazón.
Ocupaba un lugar en su corazón. ¿Seguía ocupándolo?
Se acercó más.
—Aquí es
distinto, Peter. Es diferente para una mujer. Su valor depende de lo que aporte
al matrimonio. Desde el momento de su presentación en sociedad, su único
objetivo aceptable es casarse. Está expuesta de forma constante,
independientemente de a donde vaya: a dar un paseo por el parque, a un
concierto, a un baile, a una cena. Se comenta cómo va vestida y su conducta es
tema de conversación. Se analiza cada maldito aspecto de su vida: si sus
amistades son adecuadas, si ha bailado el número correcto de bailes...
—Pues sí, Martiez
decidió dedicarme sus atenciones, y yo le correspondí. Me pareció
condenadamente maravilloso tener que complacer a un solo hombre en lugar de a
un centenar. Y él era muy agradable, y por un tiempo dejé de sentirme sola. Por
un tiempo, no me fui a la cama pensando en ti.
—¿Por qué lo
rechazaste?
Le ardía la
garganta de contener las lágrimas, que se le escaparon y le rodaron por las
mejillas.
—Porque me di
cuenta de que, si me casaba con él, tendría que vivir aquí para siempre, y que
no podía prometerle amor eterno. Fue entonces cuando empecé a trabajar, cuando
comencé a planear mi regreso a Texas, porque tenía que saber si me habías
olvidado.
Muy bueno el capitulo
ResponderEliminarPeter dile que la mas yaaa
Besitos
Marines