domingo, 9 de junio de 2013

Capitulo 31

Hola Linduras aquí estoy Reportandome espero que les guste debo decir que llevamos mas de la mitad de la nove! nos queda poco! besitos COMENTEN


—Lali...
Esta lo miró. La ternura de su voz, de su mirada, casi fue su perdición.
—Tranquila —dijo en voz baja, sin la furia o la impaciencia que habían teñido sus palabras anteriores.
A ella le resultaba extraño estar viviendo de verdad un momento con el que llevaba años fantaseando. Lo provocaba deliberadamente haciéndole esperar lo que deseaba, del mismo modo que había tenido que esperar ella que fuera a buscarla; hasta darse por vencida, hasta casi entregarse a otro hombre.
No tenía miedo de Peter. Nunca lo había tenido. Jamás, desde el instante mismo en que le había puesto los ojos encima. Pero él despertaba su lado más salvaje, la parte de su persona que quería ser perversa, hacer cosas que sabía que no estaban bien. Ser la picara incivilizada de la que las damas londinenses murmuraran con malicia. Ser todo aquello que intentaba evitar.
A veces le parecía que su madre la había ahogado al transformarla en lo que ella creía que era, en lo que la sociedad consideraba que debía ser, en lugar de en la mujer que verdaderamente era. Sólo cuando estaba con Peter se sentía ella misma.
Y precisamente por eso estaba allí. Porque el lado perverso de su ser quería desabrocharse el corpiño para él... el mismo lado al que le aterraba que a Peter lo decepcionara lo que iba a ver.
El no le había hablado en ningún momento de amor.
Sólo de la deuda que tenían pendiente; un trato que debía cumplir. Y había llegado el momento de cumplirlo. De liberarlos a los dos del pasado.
No iba a tocarla. No iba a ver mucho más de lo que revelara el más impúdico de sus vestidos de noche. Ésa era la idea... que le mostrara despacio lo que en aquel momento estaba oculto. Y despacio era como pensaba hacerlo. Lo haría esperar un poco más.
Se apretó las palmas de las manos para evitar que se le agitaran, y respiró hondo para detener el temblor de su cuerpo. Los escalofríos que la recorrían resultaban perturbadores y Lali temía que él pudiera ver cómo le recorrían la piel, que supiera lo nerviosa que estaba.
Sujetó el primer botón sin saber muy bien si eran sus dedos o el marfil lo que estaba tan frío. La alentó poder desabrocharlo con facilidad, porque así su nerviosismo sería menos evidente. Con el segundo, esperaba que Peter bajara un poco la vista, pero no lo hizo. Seguía mirándola resueltamente. Con el cuarto, él cerró los puños a los costados. Con el quinto, se agarró con una mano a la repisa de la chimenea, apretando los dedos con fuerza hasta que los nudillos se le pusieron blancos; sorprendiéndose ella de que el mármol negro resistiera tanta presión.
Un leve destello de sudor apareció en la frente de Peter, mientras Lali ni siquiera estaba segura de seguir respirando. Cuando se soltó el último botón, apartó con suavidad la prenda para revelar el algodón blanco de su camisola y, aunque iba aún pudorosamente cubierta, se sintió como si estuviera completamente desnuda.
Entonces, por fin, él bajó la mirada, y lo que Lali vio en sus ojos casi la dejó anonadada. Deseo puro, salvaje, un anhelo doloroso de tan intenso.
Peter se apartó de ella, se agarró a la repisa de la chimenea con la otra mano, inclinó la cabeza y miró las llamas que danzaban en el fuego.
—La deuda está saldada —dijo con voz áspera. —Puedes irte.
Era lo que ella quería, librarse de la deuda, que no hubiera nada entre ellos que pudiera separarlos. Dio un paso hacia él...
—Vete de aquí, Lali —gruñó Peter entre dientes, sin mirarla—, antes de que haga algo que los dos lamentemos. Esta noche he demostrado que sigo siendo un bárbaro.
Y ésa era, también, la razón por la que ella estaba allí. Porque había visto su rostro después de que golpeara a Whithaven; había visto la vergüenza y la humillación que había sentido un instante antes de enmascararla rápidamente. Había visto a un hombre que trataba de demostrar que era distinto del que lo había precedido, distinto de su padre, y en los ojos de los demás, había descubierto que los creían iguales.
—Un bárbaro ya me tendría en la cama —dijo ella con dulzura.
El la miró, y en sus ojos no vio al muchacho que un día había sido, sino al hombre en el que se había convertido, un hombre que contenía a duras penas sus pasiones.
—Te lo advierto. Más vale que te vayas.
—Los bárbaros no advierten —prosiguió, acercándose un paso más. —¿Por qué le has pegado a Whithaven? ¿Ha dicho algo...?
—Ha dicho muchas cosas.
—¿De ti? —Vio cómo se le tensaban los músculos de la mandíbula. —De mí —afirmó más que preguntó, en voz baja. —¿Qué ha dicho exactamente?
—Que tenías a alguien. Yo deslomándome en Texas mientras tú coqueteabas con otro...
—Tus cartas nunca me llegaron —contestó Lali, tranquila. —Diez años. No creerás que, en todo ese tiempo, ningún caballero iba a interesarse por mí, o que yo no iba a interesarme por nadie. ¿No irás a decirme que jamás has estado con una mujer...?
—A todas les pagaba. Ni una sola de ellas pensó jamás que significara nada para mí, Lali, ninguna esperó jamás una proposición de matrimonio, ninguna pensó que fuera a proponerle llevar mí nombre. Ninguna tenía la más mínima posibilidad de ocupar tu lugar en mi corazón.
En su corazón. Ocupaba un lugar en su corazón. ¿Seguía ocupándolo?
Se acercó más.
—Aquí es distinto, Peter. Es diferente para una mujer. Su valor depende de lo que aporte al matrimonio. Desde el momento de su presentación en sociedad, su único objetivo aceptable es casarse. Está expuesta de forma constante, independientemente de a donde vaya: a dar un paseo por el parque, a un concierto, a un baile, a una cena. Se comenta cómo va vestida y su conducta es tema de conversación. Se analiza cada maldito aspecto de su vida: si sus amistades son adecuadas, si ha bailado el número correcto de bailes...
—Pues sí, Martiez decidió dedicarme sus atenciones, y yo le correspondí. Me pareció condenadamente maravilloso tener que complacer a un solo hombre en lugar de a un centenar. Y él era muy agradable, y por un tiempo dejé de sentirme sola. Por un tiempo, no me fui a la cama pensando en ti.
—¿Por qué lo rechazaste?
Le ardía la garganta de contener las lágrimas, que se le escaparon y le rodaron por las mejillas.

—Porque me di cuenta de que, si me casaba con él, tendría que vivir aquí para siempre, y que no podía prometerle amor eterno. Fue entonces cuando empecé a trabajar, cuando comencé a planear mi regreso a Texas, porque tenía que saber si me habías olvidado.

1 comentario:

  1. Muy bueno el capitulo
    Peter dile que la mas yaaa
    Besitos
    Marines

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